Federico Guzmán, escritor: “Trump está construyendo su utopía para hombres blancos heterosexuales”
El autor mexicano viaja en ‘Sí hay tal lugar’ a las ruinas de siete utopías latinoamericanas, en un paseo por las ideas que definieron un continente


Piensa Federico Guzmán en algo imposible: caminar por las ideas que definieron un continente. Piensa en recorrer el anarquismo, en perseguir el neoliberalismo y el cristianismo, piensa en pisar sobre la revolución. Lo piensa y viaja a Brasil, Nicaragua, Paraguay, Argentina y México. En Sí hay tal lugar (Taurus, 2025), Guzmán se traslada a las ruinas de siete utopías latinoamericanas, donde cada una representa una ideología concreta que moldeó el mundo hace 500 años o ahora mismo. Después del viaje, el escritor concluye: “¿A quién se le puede ocurrir cómo tiene que ser el mundo perfecto y encima construirlo?”.
Guzmán (Ciudad de México, 48 años) es crítico literario, profesor de letras, doctor en literatura europea, escritor de cuentos, de crónicas, de literatura infantil. Es, en definitiva, un apasionado del poder de los libros. Es por ellos que empieza este viaje. Vasco de Quiroga, el Tata Vasco, abogado y clérigo, leyó dos obras: Utopía, de Tomás Moro, y Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de Fray Bartolomé de las Casas, donde se narra la aniquilación de la conquista española. “Uno le horrorizó y el otro le gustó tanto que decidió llevarlo a la realidad”, cuenta el escritor, “entonces, su labor utópica parte de la lectura, eso es algo que me gusta mucho de las utopías: parten del texto a la realidad”.
Vasco de Quiroga fundó su utopía cristiana en Pátzcuaro, Michoacán, con sus hospitales-pueblo en 1539, con los que trataba de evitar el exterminio de la población indígena. No fue la primera ni la última utopía de un continente plagado de misiones jesuitas, pero es de las pocas del libro de Guzmán que todavía perdura algo tangible. Porque el escritor apenas encuentra un monumento como recuerdo del sueño anarquista del italiano Giovanni Rossi en Colonia Cecilia, en Brasil. “De Colonia Cecilia no queda nada, es cierto, salvo la idea de que el amor se puede transformar”, escribe el autor mexicano: “El anarquismo comprendió que los afectos, la sexualidad y el cuerpo son también espacios de discusión, territorios por liberar”.
Además, el autor llega hasta Argirópolis, la utopía republicana; a Nueva Germania, el germen racista; a Fordlandia, el sueño industrial estadounidense en Brasil; a Solentanime, la utopía revolucionaria, y termina cerca —pero lejos— de su propia casa: en Santa Fe, el ideal neoliberal de Ciudad de México. Todas estas utopías transcurren entre 1850 y 1982, y ejemplifican los proyectos más extremos, los sueños más delirantes, de las ideologías de una época. “Desde que el ser humano decidió que el futuro estaba en sus manos, estamos condenados a fracasar de utopía en utopía”, escribe Guzmán.
Pregunta. Le reboto una de sus preguntas: ¿las utopías representan el sueño imposible de un tiempo o más bien anuncian la pesadilla del que se aproxima?
Respuesta. Nueva Germania, por ejemplo, anuncia la pesadilla por venir, porque fue el primer experimento nazi llevado a la realidad y yo estoy convencido de que anuncia el nazismo. Pero para no ser tan negativos, yo creo que también las utopías prefiguran a veces un mundo mejor. La utopía anarquista piensa en el amor libre, aunque ensayar el poliamor en el siglo XIX estaba destinado al fracaso, yo creo que sí ayudó a que sucediera una mayor igualdad entre los sexos con relaciones afectivas menos autoritarias. Algunos de estos proyectos anuncian progresos que aparecerán luego de manera mucho más tenue, mucho más lenta a la espectacularidad que espera la utopía.

P. Algunas de esas ideas y sus tentáculos sí calaron.
R. Yo creo que su espíritu pervive de manera muy real en el mundo contemporáneo. El modelo de Ford de buscar inversión extranjera para producir automóviles sin que importe el contexto nacional es el modelo de desarrollo de México. La utopía racista de Elizabeth Nietzsche es la utopía que está construyendo Trump en Estados Unidos. Entonces es un imaginario utópico que vive con mucha mayor fuerza de la que sospechamos.
P. ¿Está construyendo Trump su propia utopía?
R. Por supuesto. Make America Great Again es una utopía, una utopía en la que solo están contemplados los hombres blancos heterosexuales. Y las familias preciosas conservadoras de fotografía, la mujer haciendo pasteles y el hombre llegando cansado de la oficina. Y todo lo que se salga de ese modelo lo aborrecen Trump y los trumpistas. Ahí está la expulsión de los mexicanos o el anuncio de que todas las políticas en favor de la población trans se cancelaban. Entonces, toda la población que no entra en su modelo utópico, hay que eliminarla.
Guzmán, que señala en este sentido las masacres de palestinos en Gaza, escribe en Sí hay tal lugar: “Toda utopía tiene un costado excluyente, no tan diferente de una secta, basado en la superioridad moral, física, espiritual o cultural”. Y recuerda el peligro: “La utopía sabe acoger pesadillas y sueños incompatibles unos con otros, y cuya mayor ambición, radica simplemente en exterminar al adversario, para ahora sí, fundar un mundo perfecto”.
El escritor considera el neoliberalismo la utopía de nuestro tiempo y a Santa Fe y sus equivalentes en sus representantes. Puede ser Sanhattan en Chile, Zona Viva en Guatemala, Berrini en São Paulo, Costa del Este en Panamá, o Angelópolis en Puebla, Valle Oriente en Monterrey o Andares en Guadalajara. Estas ciudades autosuficientes y amuralladas construidas para albergar las universidades más caras, los hospitales más exclusivos, los más grandes centros comerciales.
“Es una ciudad hecha solo para una élite, una ciudad que reniega de cualquier control estatal, una ciudad concebida solo para el poder empresarial”, apunta el escritor, que describe en Sí hay tal lugar: “Es una fortaleza de tres capas: un edificio blindado dentro de un conjunto cercado en una zona aislada. Esto representa el mayor sueño de Santa Fe: una vivienda inaccesible para los de afuera que permite a los de adentro no salir para nada de su entorno, salvo por alguna excursión a la ciudad para recordar lo afortunados que son por no vivir en ella”.
Guzmán, que trata con estos ensayos también de buscar nuevas formas de la crónica de viajes (“quizás viajaba simplemente para constatar que las ideas también se desplazan, se asientan y vuelven a migrar”) concluye su idea de ir a las ideas y escribe: “Lo usual es que cuando una utopía deja de serlo, sus idealistas habitantes se conviertan en gente como cualquier otra, resignada a vivir la vida de la misma manera que se ha vivido siempre: imperfectamente”.
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