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Elena Piedra, el arte de incendiar los dolores

La autora mexicana presenta su primera novela, ‘Una nota de fuego y nada más’, cuya premisa plantea provocar el fin de una familia a través de su aniquilación

Elena Piedra
Erika Rosete

Hay muchísimo amor y un deseo genuino y noble de reconciliación en la destrucción. En prenderle fuego a los dolores que más queman, los más pesados, los que parecen no tener solución ni forma de expiación. La escritora mexicana Elena Piedra, en Una nota de fuego y nada más (Tusquets, 2025), su primera novela, lo dice fuerte y claro. “Las citaría a todas, cerraría las puertas con llave y le prendería fuego a la casa desde dentro”. En esta historia la protagonista decide ponerle fin a un legado familiar de sufrimientos y dolores que ella misma no es capaz de terminar. Piedra ha decidido poner en su epígrafe una frase de la escritora mexicana Rosario Castellanos sobre el sufrimiento. Pero recurriendo a la misma Castellanos, en uno de sus poemas, también encajaría: “Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca”.

“Muy fácil me olvidé de que era un libro triste y trágico”, dice Piedra, después de enumerar todas las cosas buenas y las alegrías y descubrimientos fascinantes sobre su propia vida, que ha traído consigo la publicación de su primera novela. Esta autora mexicana, de 34 años, rodeada de plantas y sentada en una antigua casa en el corazón de Coyoacán, cuenta que ha escrito una historia de ruptura y de reconciliación. Y ha tomado como bandera el fuego, en una especie de camino hacia la sanación más que de venganza ante todas las cosas que se rompen dentro de una mujer, cuando todo a su alrededor, tal y como lo había vivido durante toda su vida, se desarma.

“El fuego tiene que ver con reconstruir y con empezar de cero porque finalmente nadie va a quemar la casa con todas las cosas que le molestan, pero quizás sí en el proceso de lectura hay como una especie de liberación y de reflexión y te aproximas a tus propios sentimientos, a tus recuerdos, a tus heridas y eso da espacio para algo nuevo”, dice. Para ella, la idea de escribir esta historia sobre acabar con el sufrimiento de su linaje materno y anticipándose a lo que de eso le toque a la propia protagonista, surgió de una sensación y un pensamiento persistente en su mente cuando se independizó y comenzó a ser una adulta independiente.

También influyó su lectura y una especie de obsesión por el libro Sobre héroes y tumbas (1961), del argentino Ernesto Sabato, en cuya escena final una mujer mata a su padre y le prende fuego a una torre. La leyó cuando estudiaba en la universidad y, aunque no la comprendía totalmente, confiesa que no podía parar de leerla. “Creo que había también un vínculo con el tema de cauterizar, todo el tiempo tenía en la cabeza la idea de estas cicatrices, de las aperturas que surgen a partir del rompimiento con la familia, pero también, igual que la protagonista tenía muy presente la imagen de un incendio en esa obra de Sabato. La imagen me parecía muy potente”, recuerda.

Fernanda, la protagonista de Una nota de fuego y nada más, cuenta lo que sucede en su interior con una transparencia que ella misma no alcanza a entender. Le escribe cartas a su madre, una mujer que ha decidido interponer la distancia y el silencio con su hija antes de confrontarse con sus propios dolores para evitárselos, quizás, también a ella. Y hace un recorrido por las historias de vida de sus tías, de su abuela y de sus primas, cruzadas todas ellas por un mismo destino común: el sufrimiento y la imposibilidad de transformarlo en otra cosa. “Las mujeres de esa familia están convencidas de que los hombres van a ser ausentes y para los hombres es de algún modo fácil hacerse a un lado”, dice, y reconoce que nunca quiso darle voz a sus personajes masculinos, porque la novela va precisamente de las madres y las abuelas, del tejido emocional que las une incluso en esos dolores perpetuados y heredados de generación en generación. Y que, aunque no lo nombran, cargan en sus hombros como si fuera un destino inamovible, pesado y eterno.

Elena Piedra es autora del libro ‘Una nota de fuego y nada más’.

“Los pilares de la congregación eran hostiles, un largo relato de abandonos y desconfianzas. De algún modo, un día, sin quererlo, su abuela, la madre de esta o aun alguna mujer antes que ellas, puso la primera piedra y sobre esa se edificaron como grupo, replicando símbolos y narrativas de sufrimiento”, cuenta la protagonista en el libro.

Para Piedra, este libro es también una especie de reconciliación con las cosas que ella pensaba que su madre no había hecho en su relación, pero también con su imagen de ella misma como una madre que todo el tiempo se cuestiona su actuar y en cómo la maternidad, reflexiona, no es infalible. Mientras habla de los recuerdos de su abuela materna, que creció y vivió en Coyoacán y que están presentes también en el libro, recuerda que parte de su proceso creativo, pero también de autoconocimiento, es hacerse a sí misma muchas preguntas, todo el tiempo.

“Algo que me está pasando con la escritura de mi segunda novela es que la protagonista tiene una serie de reflexiones que son como divagaciones poéticas extrañas. Como que la escritura está saliendo en preguntas y preguntas y preguntas. Y el otro día, en una conversación con mi pareja, le dije: ‘¿y tú cuando piensas, piensas en preguntas o en respuestas? Y me dijo que él siempre se responde. Pensé que sí tenemos algo bien diferente hombre y mujeres.

La novela tiene un potente sentido del amor entre los vínculos familiares, y lo poderoso que son esos lazos en la vida de las personas, aun cuando llegan a causar daño y dolor. Pese a que no es un tema muy presente en el libro y no aspira a tenerlo, la temática de los grandes dolores —como la violencia y el horror— en un país como México, aparecen casi como pinceladas para recordar que también puertas afuera esos vínculos entre personas se desgarran todos los días.

En una de las páginas del libro, Fernanda, la protagonista, reflexiona:“Su idea, que en los últimos días había sido una especia de incentivo, caía bien en un país como el suyo. Un país donde el crimen se había vuelto la opción de vida redituable, donde la organización delictiva funcionaba mejor que la oficial, donde la impunidad era el horizonte único frente a las injusticias. No era raro que hubiera llegado a ella. En México, entonces, acabar con la vida de ocho personas conflictivas y rencorosas, por causas personales y sin fines de lucro, no podía entenderse sino como un acto de buena voluntad”.

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Sobre la firma

Erika Rosete
Es periodista de la edición mexicana de EL PAÍS.
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