El eterno debate en torno a los juguetes sexistas: ¿cómo educar en igualdad?
La Navidad vuelve a colocar a las familias ante el reto de acompañar los deseos de sus hijos sin caer en los estereotipos. Respetar sus gustos fomenta su autoestima e inculca valores, y no se reprime la personalidad del menor por miedo a la desaprobación parental


¿Qué haces si tu hijo quiere la cocinita rosa y tu hija sueña con una pista de coches y un balón? En teoría, la respuesta parece fácil: dejarles elegir. En la práctica, muchos adultos se frenan. “En pleno 2025, con la igualdad en boca de todos, hay madres y padres que siguen atrapados entre el deseo de ver felices a sus hijos y el miedo a alimentar una educación en rosa y azul”, advierte la psicóloga y psicopedagoga Laura Cerdán. Una tensión que se hace especialmente visible en Navidad. En estas fechas se repite el ritual: catálogos llenos de brillo, anuncios con niños que saltan frente al árbol, cartas a Papá Noel y a los Reyes Magos escritas a toda prisa. “En muchas casas la escena se parece bastante: ellas señalan muñecas que hablan, lloran y tienen hambre, cocinas diminutas o maletines de maquillaje con purpurina; ellos, en cambio, se quedan embobados ante coches teledirigidos, construcciones, espadas láser o videojuegos de acción”, describe Cerdán. Mientras los pequeños eligen sin pensar demasiado, los adultos se hacen preguntas incómodas: ¿es tan grave regalar una plancha de juguete? ¿Estoy fomentando clichés si a mi hijo le vuelve loco el camión de bomberos? ¿Hay que corregirles?
“No tiene sentido prohibir un juguete porque creamos que es de niño o de niña, si en casa normalizamos que los juguetes son juguetes sin más, los menores lo entienden así”, resume Cerdán. Al fin y al cabo, añade, “los menores juegan porque es su manera natural de aprender, expresarse y relacionarse con el mundo: no es un simple entretenimiento, sino una necesidad biológica, emocional y social”. “Ya lo adelantó el psicólogo suizo Jean Piaget [1896-1980], que defendía que los niños aprenden explorando, manipulando y experimentando, y que el juego es su vía natural para construir conocimiento”, explica.
Un experimento televisivo de la BBC, incluido en el documental No More Boys and Girls: Can Our Kids Go Gender Free?, creado en 2017 por el médico británico Javid Abdelmoneim, mostró cómo los estereotipos se activan casi sin que los adultos se den cuenta. En la prueba participó un grupo reducido de voluntarios adultos dispuestos a jugar en una pequeña aula con un bebé. El equipo del programa viste a una bebé niña con ropa masculina y a un bebé niño con ropa femenina, y les cambian el nombre. A la hora de ponerse a jugar con el pequeño, la mayoría de los que participantes ofrecían muñecas y peluches al niño que creían que era una niña, y jugaban con el robot o los vehículos con quien creían que era un niño. Cuando les revelan que han estado interactuando con el pequeño del sexo contrario al que pensaban, muchos se desconciertan y reconocen que han caído en los tópicos sin darse cuenta. “Es una prueba muy gráfica de hasta qué punto asociamos género y juego de forma automática, sin pararnos a pensarlo”, apunta el sociólogo y técnico en igualdad Antonio Piñero. “La educación y los valores comienzan desde que nacemos; si trabajamos en cambiar los modelos, sobre qué debe y qué no debe jugar un niño o una niña, mejorará la sociedad futura”, asegura.
La pedagoga Mónica Sarabia Sanz, especializada en Educación Infantil y licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid, recuerda el caso de un chico que, al volver a clase de las vacaciones, contaba que los Reyes le habían traído una consola de última generación con juegos de fútbol y batallas. Él, sin embargo, había pedido una Barbie hawaiana. “Qué maravilla, los Reyes sí que saben y quieren que seas normal”, le dijo su madre. El pequeño, recuerda la experta, lloraba desconsolado: “Si los adultos no aceptan los gustos e intereses de sus hijos e hijas les van a privar de la seguridad en sí mismos, van a sentir que lo que son y lo que les gusta no es lo suficientemente bueno o valioso”. “Se va a reprimir la verdadera personalidad del menor por miedo a la desaprobación parental”, añade.

Para Cerdán, muchas familias se mueven en un equilibrio imposible: desean que sus hijos sean distintos, creativos, libres, pero no tanto como para que puedan sufrir burlas o rechazo. “Ese miedo puede llevar a corregir elecciones que rompen el molde, con frases como ‘eso no es para ti’ o ‘en el cole se van a reír’, que terminan transmitiendo la idea de que hay formas correctas e incorrectas de ser chico o chica”.
¿Qué debemos hacer en casa?
Cerdán, autora del libro Para quererte mejor (Aula Magna, 2023), concreta de la siguiente forma cómo deberían actuar los padres: “Es esencial ofrecer a nuestros hijos regalos que no reproduzcan patrones”. Para ella, el problema no está en el juguete en sí, sino en la elección sesgada que hacen los adultos. Propone que madres y padres se pregunten qué mensaje quieren transmitir y en qué tipo de sociedad quieren que crezcan sus hijos, y que ese ejercicio se traduzca en gestos concretos: revisar los cuentos que leen, las series, películas y dibujos que ven, proporcionar juguetes sin importar el género y permitir que jueguen con libertad y disfruten.
Sarabia habla directamente de gran incoherencia educativa. Considera que esos mensajes son postizos, no interiorizados, y advierte de que el miedo adulto a reforzar juguetes que se perciben del otro sexo termina dañando la seguridad de los menores. “Cuando un niño pide una muñeca y un carrito para pasearla, está manifestando una necesidad de explorar y desarrollar roles de cuidado, empatía y responsabilidad, ¡qué grandes valores!”, exclama la experta.

Piñero, por su parte, insiste en que la responsabilidad no puede colocarse solo en las familias. Señala a las empresas que siguen segmentando catálogos, a la publicidad que mantiene guiones de género y a la falta de herramientas para vigilar y sancionar las campañas claramente sexistas. Sarabia añade ideas concretas para luchar contra esos clichés: ampliar el abanico de materiales (cacerolas, sábanas, palos, telas) para que el juego simbólico no dependa solo de lo que diga un catálogo, sentarse a jugar con ellos sin miedo al qué dirán y verbalizar que los juguetes no son para niños o para niñas. Propone frases sencillas como: “Qué bien que te guste este juego. Los juguetes son para aprender y disfrutar, tu felicidad y tu desarrollo son nuestra prioridad”. Y defiende que los juguetes neutros permiten ensayar todos los roles sociales, desde el cuidado hasta la ingeniería, y construir una comprensión del mundo “más rica, equitativa y completa”.
Cerdán, por su parte, apunta una hoja de ruta simple para los adultos: “Fomentemos su autoestima, inculquemos valores como el respeto y la tolerancia hacia los demás y abandonemos creencias tradicionales como que las niñas son más delicadas o que los niños no deben llorar. Ese puede ser un excelente punto de partida para iniciar el cambio”.
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