Alberto Soler, psicólogo y escritor: “La vida familiar se ha convertido en contenido para las redes”
El creador de contenido y autor incide en que no se trata de culpabilizar a los padres que exponen a sus hijos en redes sociales, sino de explicar que al publicar una imagen se toman decisiones muy serias sobre la intimidad y los derechos del menor


El término sharenting viene sonando con fuerza los últimos años. El concepto, que deriva de la combinación de las palabras inglesas share (compartir) y parenting (crianza), hace referencia a la práctica de compartir fotos, vídeos o información de los hijos en las redes sociales. Esta costumbre, aunque a menudo se lleva a cabo desde el cariño y el respeto, conlleva riesgos significativos para la seguridad, la privacidad y el futuro digital de los menores, tales como la exposición a ciberacoso, el riesgo de fraude o el grooming —el embaucamiento de una persona adulta hacia un menor con fines sexuales—. “No se trata de culpabilizar ni señalar a las familias, sino de comprender que estamos tomando decisiones muy serias sobre la intimidad y los derechos de otra persona”, asegura Alberto Soler (Valencia, 43 años), padre de tres hijos, psicólogo y conferenciante de cuestiones relacionadas, sobre todo, con la crianza. Soler es también codirector del Centro de Psicología Alberto Soler junto a su mujer, Kontxín Roger, y ambos son autores de varios libros y cuentos —como La gran guía de la crianza: El manual más completo para acompañarte durante el embarazo y la primera infancia (Paidos, 2023) o el último, Hoy jugamos todos: Un cuento para prevenir el bullying (B Block, 2025)—, que tratan sobre diferentes aspectos de la infancia, la crianza y el desarrollo emocional.
El psicólogo cuenta con 600.000 seguidores en su cuenta de Instagram y acaba de publicar, junto a otros 19 autores, una guía enfocada al acompañamiento a los más jóvenes hacia el bienestar digital, llamada No solo son pantallas (Dykinson, 2025). “Vivimos en una época en la que compartir lo cotidiano se ha vuelto normal, las nuevas tecnologías nos han acostumbrado a documentarlo todo, desde el primer diente hasta la rabieta en el supermercado (…) La vida familiar se ha convertido en contenido para las redes…”, asegura.
P. ¿Cómo impactan los ratos de desconexión digital del adulto en el vínculo y la comunicación familiar? ¿Cree que los adultos deberían establecer tiempos sin pantallas mientras acompañan y educan a los hijos?
R. La mayoría utilizamos el móvil más tiempo del planeado o del que nos gustaría; no es raro coger el teléfono para anotar algo, pestañear y haber pasado 20 minutos mirando reels sin acabar anotando lo que queríamos, pero están diseñados justamente con ese objetivo. Si a las personas adultas nos cuesta, a niños y adolescentes con cerebros aún en desarrollo todavía más. Es básico el papel del modelo. Existen datos recientes que concluyen que el mal ejemplo de los padres con el móvil, como usarlo durante las comidas, duplica el uso problemático de las redes sociales (del 4,4% de los jóvenes que sus progenitores no lo usan, frente al 8,7% que sí). Además, muestran más conductas de sexting activo y pasivo, sufren más chantajes y extorsión en la red, quedan con más frecuencia con personas conocidas en redes sociales o consumen más pornografía. [Soler extrae los datos del Informe Infancia Digital, iniciativa conjunta de Unicef España, el Consejo General de Ingeniería en Informática, la Universidad de Santiago de Compostela y Red.es y publicados este 2025].
P. Usted habla de generar un entorno de crianza saludable. Si la escuela y el hogar ya no son los únicos ambientes de desarrollo, ¿qué responsabilidad tienen las plataformas y los creadores de contenido?
R. Tienen una enorme responsabilidad a todos los niveles. Pero necesitamos que alguien se la exija, cosa que hasta ahora no ha sucedido. La industria conoce hace tiempo el poder adictivo y perjudicial de estos diseños sobre la salud física y mental de los usuarios y aun así los sigue utilizando porque son la base de su modelo de negocio. Es evidente que la autorregulación no está funcionando, por lo que es necesario exigir unos entornos seguros por defecto y establecer responsabilidad legal cuando sus servicios dañen la salud, especialmente de los menores. Los creadores de contenido también tenemos nuestra parte de responsabilidad en tanto que formamos parte de este ecosistema. Vamos por el camino de equiparar a los influencers con medios de comunicación y someterles a unas exigencias legales y éticas semejantes, lo que me parece tremendamente acertado.
P. Explica que no es necesario compartir imágenes o fotografías de los menores para estar incurriendo en el sharenting. Entonces, ¿de qué se trata?
R. Muchas veces lo asociamos tan solo a compartir imágenes, pero cada vez que damos información acerca de los gustos, preferencias, hábitos, costumbres o anécdotas estamos incurriendo igualmente en esta práctica que puede tener numerosas consecuencias no deseadas. Se genera una identidad digital impuesta desde fuera, un relato acerca del menor, pero sin su participación. Por no mencionar los evidentes riesgos para su seguridad, en caso de caer esta información en manos inadecuadas. Hemos normalizado compartir nuestra intimidad en la red, y al tener hijos, les hacemos partícipes a la fuerza de esta misma dinámica, sin haber reflexionado sobre las consecuencias futuras que puede llegar a tener.
P. ¿Cómo se puede concienciar a la sociedad de las consecuencias que acarrea la exposición de los menores en redes sociales?
R. Hay un dato que nos tiene que hacer reflexionar. Según datos de Policía Nacional y la fundación SOL, el 72% del material incautado en redes de pedofilia está compuesto por imágenes cotidianas, no sexualizadas, publicadas originalmente por las propias familias de los menores. Los deepfakes de contenido sexual cada vez son más frecuentes. Esa foto del cumpleaños, de la playa o de la rabieta no se queda solo en nuestro círculo, puede acabar almacenada, reenviada, manipulada o integrada en montajes sexuales. No se trata de culpabilizar a las familias, porque la mayoría lo hace desde el cariño o el orgullo, sino de explicar que al publicar estamos tomando decisiones muy serias sobre la intimidad y los derechos de otra persona.
P. ¿Qué cambios considera que son necesarios para proteger a los menores y su huella digital?
R. En España ya existe protección para la imagen y la intimidad de los menores, pero son normas pensadas antes de las redes sociales. Por eso es tan relevante el nuevo Proyecto de Ley Orgánica para la protección de los menores en los entornos digitales, que plantea elevar la edad mínima a 16 años para abrir redes sociales, exigir verificación de edad y controles parentales por defecto, limitar mecanismos adictivos y obligar a las plataformas a diseñar servicios seguros para la infancia. Es un avance importante, pero aún falta regular de forma más clara el sharenting.
P. ¿Cómo se debería regular?
R. Debería reforzarse la protección de los menores ante prácticas abusivas por parte de los progenitores, escuelas o empresas, limitando mucho las situaciones en las que se puede hacer uso público de la imagen de un menor. Hay tres aspectos que considero clave: garantizar mecanismos para que los menores puedan borrar contenidos que otros han publicado sobre ellos en redes, una regulación laboral para niñas y niños influencers que les equipare a la legislación vigente para menores artistas y, en último lugar, prohibir el uso de imágenes de menores en redes sociales por parte de escuelas. Pero es necesario de un régimen sancionador para que sea efectivo.
P. ¿Cuál es su opinión sobre la decisión pionera de Australia de prohibir las redes sociales a menores de 16 años, y desactivar o eliminar las ya existentes?
R. Me parece una medida necesaria que se fundamenta en la evidencia que tenemos sobre los efectos negativos que causan las redes sociales en el desarrollo de los menores. El Parlamento Europeo ha lanzado recientemente una propuesta en el mismo sentido y esta regulación, la australiana, es el camino natural después de años con las empresas desarrollándose sin ningún tipo de control.
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