El reto de educar en tiempos de la IA: cómo enseñar a niños y adolescentes a distinguir entre realidad y ficción
La educación tiene que avanzar al mismo ritmo que la tecnología para evitar que los menores naveguen solos por internet. Acompañarles con directrices y ejercicios sencillos fomenta el desarrollo del pensamiento crítico que les lleva a hacerse preguntas antes de creer o reenviar una imagen

En una era en la que los filtros, los vídeos virales y las imágenes perfectas llenan las pantallas de los más jóvenes, los padres se enfrentan a un nuevo reto educativo: enseñar a sus hijos a distinguir lo real de lo fabricado. Lo que antes era solo cuestión de detectar un rumor o una broma de internet, ahora implica enfrentarse a vídeos hiperrealistas creados por inteligencia artificial, voces clonadas o fotografías que muestran escenas que nunca ocurrieron.
“Estamos llegando a un punto en que ver ya no significa creer”, advierte Hany Farid, profesor en la Universidad de California, Berkeley, y uno de los mayores expertos del mundo en análisis forense digital. Para Farid, la capacidad de distinguir entre realidad y ficción se ha convertido en una forma nueva de alfabetización: la alfabetización visual digital.
El psicólogo computacional Michal Kosinski, profesor asociado en la Graduate School of Business de Stanford y conocido por su trabajo sobre el comportamiento humano ante los sistemas de inteligencia artificial, coincide: “Los adolescentes son especialmente vulnerables porque su cerebro aún está desarrollando el pensamiento crítico y tienden a confiar más en lo que ven y en lo que comparten sus iguales”. Según él, no se trata de aislarlos de la tecnología, sino de ofrecerles herramientas para cuestionar lo que consumen, enseñarles a hacerse preguntas antes de creer o reenviar cualquier cosa.
María Gómez, madre de un chaval de 15 años, lo vivió en carne propia. “Mi hijo me enseñó un vídeo en WhatsApp de un famoso haciendo algo escandaloso. Parecía completamente real. Lo había compartido todo el grupo del instituto. Al día siguiente supimos que era un montaje hecho con inteligencia artificial. Él se sintió fatal, decía: ‘¿Cómo voy a saberlo si parece de verdad?”. La escena se repite en muchos hogares. Y no se trata solo de distinguir imágenes falsas: también de gestionar la vergüenza o la inseguridad que generan esos engaños.
Kai Shu, investigador especializado en desinformación digital e inteligencia artificial en la Universidad de Emory, explica que “la clave está en fomentar un escepticismo saludable”. No se trata de enseñarles a desconfiar de todo, sino de preguntar: ¿quién lo ha publicado?, ¿qué interés puede tener?, ¿por qué lo comparto yo? Estas preguntas, dice Shu, son el primer paso hacia un pensamiento crítico digital. En casa, añade, los padres pueden convertirlas en rutina. “Cuando mi hijo me enseña algo sorprendente, le digo: ‘vamos a ver quién lo publicó primero’. A veces se convierte en un juego”, cuenta María, de 45 años.

El avance de los generadores de imágenes y vídeos —modelos capaces de recrear expresiones, voces o paisajes con una fidelidad asombrosa— ha hecho que incluso los expertos deban estar atentos. Farid, que lleva más de dos décadas analizando deepfakes, señala que, aunque la IA mejora cada día, todavía deja pequeñas huellas: parpadeos irregulares, sombras imposibles, reflejos que no encajan o contornos ligeramente borrosos. “Enseñar a los niños a observar esos detalles puede ser un ejercicio divertido y educativo: ver juntos un vídeo y buscar la pista falsa”, agrega este experto.
Elena Ruiz, especialista en detección de deepfakes en una startup de ciberseguridad, lo confirma: “Cuando un vídeo provoca una reacción emocional muy fuerte —miedo, indignación, sorpresa— y se comparte con mensajes como ‘mira esto ya’, es el momento de parar y comprobar. Ese tipo de impulso emocional es el gancho perfecto de la desinformación”. Ruiz recomienda utilizar herramientas sencillas, como las búsquedas inversas de imágenes —como TinEye— o la verificación de fuentes. Pero también advierte, como Farid, que los detectores automáticos aún no son infalibles. “Hay empresas que prometen un 99% de acierto, pero muchas veces se entrenan con un tipo muy concreto de falsos vídeos y luego fallan en contextos reales”, recuerda.
Carlos Méndez, ingeniero y antiguo trabajador de OpenAI, añade un matiz importante: “La inteligencia artificial no es el enemigo. Es una herramienta potentísima, creativa, útil. Pero el problema aparece cuando dejamos de pensar. Los adolescentes deben entender que una imagen bonita o un vídeo impactante pueden ser falsos, y que su criterio es el mejor filtro”. Para él, enseñar pensamiento crítico no es solo una tarea de las familias, sino también de los centros educativos. “Así como aprendimos a leer y escribir, ahora necesitamos aprender a mirar con conciencia”, dice.
Lucas Ramos, de 16 años, reconoce que antes compartía vídeos sin pensarlo. “Veía algo increíble y lo mandaba a mis amigos. Cuando descubrí que uno era falso, me sentí tonto. Ahora busco en Google antes de reenviar. Me he vuelto un poco más desconfiado, pero también más tranquilo”, reconoce. Esa tranquilidad, afirma el psicólogo Kosinski, es esencial: “No se trata de vivir con paranoia digital, sino de adquirir una pausa reflexiva. La sobreinformación puede generar ansiedad. Si les enseñamos a detenerse un segundo antes de reaccionar, ganamos mucho”.

Para los niños más pequeños, el enfoque debe ser distinto. Su mente mezcla todavía fantasía y realidad, y su fascinación por lo visual es enorme. Así lo concluye un estudio de la Stanford Graduate School of Education (California, EE UU), denominado The AI Tinkery: A sandbox for educators (La juguetería de la IA: un arenero para educadores, en español) y publicado en 2024, que muestra que los menores de entre ocho y 12 años suelen ver la inteligencia artificial como algo “mágico y divertido”, y no como una posible fuente de manipulación. Por eso, Kasinski recomienda utilizar ejemplos sencillos: mostrar dos imágenes —una real y otra generada por IA— y preguntarles en qué se diferencian: “Hacerlo como un juego o una historia compartida ayuda a construir esa conciencia sin generar miedo”.
Las escuelas también pueden tener un papel decisivo, según se explica en el informe School partnerships addressing child well-being and digital technology de 2025 (Asociaciones escolares que abordan el bienestar infantil y la tecnología digital, en español) elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Según este documento, introducir sesiones de tutoría sobre verdad digital, invitar a expertos en ciberseguridad o proponer que los alumnos busquen las fuentes originales de un contenido viral son estrategias que ya se están aplicando en algunos centros. Farid insiste en que la educación tiene que avanzar al mismo ritmo que la tecnología: “No podemos dejar que los jóvenes naveguen solos por un océano lleno de tiburones digitales”.
La tarea no es sencilla, pero tampoco imposible. Requiere conversación, acompañamiento y práctica. Igual que enseñamos a los niños a mirar a ambos lados antes de cruzar la calle, debemos enseñarles a mirar con atención antes de creer lo que ven en una pantalla. María lo resume con claridad: “Ahora, cuando mi hijo me enseña un vídeo, le pregunto: ‘¿Qué crees que pasaría si esto fuera falso?’. Y lo comprobamos juntos. Es un momento para hablar, para pensar, para aprender los dos”. Y Lucas asiente: “Ya no comparto sin pensar. Paro, pregunto, busco. Me siento más seguro”.
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