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Abrazar a desconocidos, tampoco en Navidad: ¿el consentimiento choca con las tradiciones para niños?

El debate es nuevo en España, pero en el Reino Unido y Australia ya han elaborado guías específicas que recomiendan evitar sentar a los menores en el regazo, limitar el contacto físico y garantizar siempre la presencia de otro adulto

Abrazar a desconocidos

Alrededor del mediodía, en la app que utiliza la escuela para comunicarse con las familias, aparece un álbum de fotos de niñas y niños sentados en el regazo de alguien caracterizado como Papá Noel. Una escena que, con toda probabilidad, se repetirá estos días en centros culturales, comerciales, laborales y deportivos. “Hubiéramos preferido que esta situación de coger a las criaturas no se diera”, plantea por privado una de las familias. La respuesta: incomodidad.

El debate no es nuevo, pero sí lo es en España. Hace unos años se hizo viral en TikTok la reacción de una niña en Estados Unidos negándose a sentarse en el regazo de Santa; también ha habido campañas al respecto en Australia y en Reino Unido. En este último, organizaciones como Rotary International —que colabora en la organización de eventos navideños— han elaborado guías específicas que recomiendan evitar sentar a los menores en el regazo, limitar el contacto físico y garantizar siempre la presencia de otro adulto. En el resto de Europa, no existen orientaciones similares.

“Los procesos culturales y educativos de los países anglosajones les llevan a ser más restrictivos con el contacto físico”, explica Iñaki Alonso, miembro del Comité de Child Safeguarding del Consejo de Europa. “En los países latinos, el contacto corporal ha sido más admitido y habitual”, añade. Aun así, subraya, “las tradiciones imponen maneras de comportarnos que asumimos sin cuestionar, y toca entender que el contacto físico es una parte importante del desarrollo, pero debe ir acompañado de consciencia desde edades tempranas”.

La escena es tan cotidiana y está tan arraigada en España, que cuestionarla choca. Como destaca Fernanda Bocco, psicóloga y cofundadora de La Semilla Violeta, “cualquier invitación al cambio provoca resistencia, pero toda transformación social ha ocurrido gracias a personas y colectivos que empezaron a cuestionar lo que en su momento era lo común”. Dedicada a la formación y acompañamiento de docentes y familias, Bocco destaca que lo inteligente es generar reflexión, no acusación en las familias y los equipos docentes. “Cuando alguien se siente atacado, se coloca automáticamente a la defensiva”, informa, y esto ahoga opciones de cambio.

Un cambio llamado a ser orgánico, al tiempo que gana terreno la cultura del consentimiento. Para la sexóloga especializada en infancia Silvia García Ruiz de Angulo, el problema es que en una sociedad profundamente adultocéntrica creemos que la decisión nos corresponde legítimamente y la infancia queda relegada a un lugar pasivo: “Los niños y las niñas, desde muy pronto, son capaces de expresar preferencias, establecer límites y reconocer la incomodidad. Ignorarles les enseña que su malestar es secundario frente a las expectativas adultas”.

¿Tiene sentido pedirle a un menor el consentimiento? “Desde el punto de vista del desarrollo infantil: rotundamente sí”, responde el psicólogo Alberto Soler. Pero la dificultad, apunta, está en saber leer sus señales. “Si hay adultos que no son capaces de expresar incomodidad, en los niños la presión del grupo y el miedo a ser diferentes pesan todavía más”. Por lo que, advierte, “pedirles que expresen una negativa clara puede ser pedirles una heroicidad”. Y es ahí donde los y las adultas tienen la responsabilidad de leer entre líneas y anticiparse, “evitar situaciones que puedan bloquearles”.

Para Bocco, estamos ante un cambio de paradigma social y cultural que tiene que ver con cómo miramos a la infancia. “Nuestra sociedad tiene dificultades para percibir a las criaturas como sujetos de derechos, lo que nos lleva a sentirnos legitimados para decidir en su nombre, incluso por encima de sus cuerpos”, afirma. García Ruiz de Angulo insiste en que “debemos procurar a la infancia un espacio de comunicación y de libertad para poder decir que sí o que no sin que haya consecuencias”.

Alonso insiste en la idea: “Si una niña no quiere sentarse en el regazo de nadie y normalizamos que lo haga, la situamos en una situación de vulnerabilidad, le enseñamos que no decide”. Llevado al terreno del deporte y la animación sociocultural, insiste en que hay que asentar desde la infancia “procesos educativos que prevengan situaciones de riesgo”.

La tradición se adapta

García Ruiz de Angulo plantea “darle una vuelta al regazo de Papá Noel”: “No es exagerado ni innecesario. Es una oportunidad para pensar celebraciones más éticas, donde la magia no se sostenga en la obediencia, sino en el respeto y en la autonomía corporal”.

Jugar y Sentir, la escuela infantil que dirigía Laura Juliani, optaba durante estas fechas por no trabajar ni las figuras de Papá Noel, ni los Reyes Magos: “La Navidad se celebraba desde elementos comunes: el árbol, los cuentos, el calor de la familia”.

En algunos espacios de ocio empiezan a ensayarse alternativas más inclusivas. En el centro comercial Marineda City, en A Coruña, la visita a Papá Noel y a los Reyes Magos se adapta desde hace tres años para personas con trastorno del espectro autista y discapacidad auditiva. Se realiza en una sala alejada del bullicio, con intérprete de lengua de signos y pictogramas que permiten anticipar la experiencia. “La sala de espera es confortable y está pensada para reducir estímulos”, explica su gerente, Purificación Berdejo. Estos apoyos visuales también están disponibles en las visitas tradicionales.

Aun así, muchas escuelas siguen ancladas en inercias tradicionales, también en las celebraciones navideñas. “Buscamos coherencia entre lo que vivimos en casa y en la escuela, no es nada personal, es cambio social”, expone Juliani. “Pero los centros lo viven como que ponen en duda su trabajo, y no ven que lo que hoy vale, quizá mañana se queda obsoleto”. Por ejemplo, “ya no decimos ‘venga, no pasa nada’, cuando se caen, porque queremos que aprendan a expresar su dolor, sus emociones, para que de adultos sigan haciéndolo, que aprendan a sentir y a ser tenidos en cuenta”.

En los tiempos de la imagen inmediata, proyectos de pausa y divulgación como los libros de Lucía Serrano (Tu cuerpo es tuyo, Editorial Nubeocho, 2021) son una brújula para docentes y familias. Preguntada por el consentimiento en Navidad, su primera reacción es devolver la pregunta: “¿Nos pasamos el año diciendo que no abracen a desconocidos, pero en Navidad no solo pueden, deben?”. Y apunta: “Estas escenas tienen sentido desde una perspectiva adulta. Pero la cosa cambia desde la mirada infantil. Y se pueden transformar en momentos incómodos, o que incluso den un poco de miedo”. Serrano prosigue: “Las niñas y niños no necesitan tocar a Papá Noel o los Reyes Magos. Su imaginación se acelera si encuentran sus sombras o los ven de lejos. Para mantener la magia es mejor ser más sutiles”. Y sugiere preparar una escena donde el personaje esté bien vestido, sentado, tras un cordón que transmita el mensaje de que es un ser mágico al que no se puede tocar.

¿Y a las familias? “Esta parte es clave porque algunas sí estamos ya en esta forma de pensar, pero otras exigen fotos constantemente a la escuela. Yo les mandaría un mensaje diciéndoles que este año Papá Noel no acepta fotos”, resume la autora. “No es restringir nada, es hacerlo mejor, cambiar la mirada en escenas que tenemos totalmente normalizadas y no vivir para la imagen”, añade.

La fiebre por la instantánea para compartir


“En este tipo de actividades en las escuelas no hay ninguna maldad, hay inercia”, expone el psicólogo Alberto Soler. “Pero quizá llegó el momento de preguntarse cuál es el fin y a quién beneficia este acto y qué hubiera pasado si no hubiera habido una cámara”. Y recuerda que muchas escuelas no se plantean cambios por la presión de las familias, “por ese gran hermano constante en el que se ha convertido la documentación visual en los colegios”. “¿Qué hubiera pasado si no hubiera habido ni intención ni opción de hacer ninguna foto, habría cambiado la escena?”. Ese es otro debate: las fotografías. “Muchas familias quieren la imagen simple y llanamente para compartirla después en redes, por el ego del adulto”, apunta Iñaki Alonso, miembro del Comité de Child Safeguarding del Consejo de Europa. “A esto me refiero cuando hablo de instrumentalización de la infancia, y me pregunto qué mensaje les lanzamos para que luego sean adolescentes responsables con su propia imagen y sus derechos digitales”, añade.

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Sobre la firma

Belén Kayser
Colaboradora de EL PAÍS desde 2008, actualmente escribe para la sección Extras y Mamás & Papás. Está especializada en medio ambiente y sociedad digital. Ha colaborado también con las secciones de Madrid, El Viajero y Negocios. En estos años ha informado desde Santiago de Compostela y Berlín. Es licenciada en periodismo y comunicación audiovisual.
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