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La increíble evacuación del soldado Maksim en el frente de Ucrania

Un dron terrestre logró rescatar a un militar en una operación que Kiev califica de “legendaria” tras pasar 33 días aislado junto a un compañero frente a posiciones rusas y con heridas graves

Vídeo: Fuerzas Armadas de Ucrania
Luis de Vega

Olena, de 39 años, se comunicaba a diario con su marido, un oficial del ejército de Ucrania desplegado en uno de los frentes de la región oriental de Donetsk. Por eso, cuando el 24 de septiembre perdió el contacto con Maksim, de 33 años, se puso en guardia. Al día siguiente, empezó a mover hilos y pronto recibió respuesta de sus jefes. En cualquier caso, explica que llegó a teclear: “Google, ¿cuánto tiempo puede permanecer un marido desaparecido?”, comenta en tono tranquilo. Olena permaneció todo el tiempo informada, pero no sabía que tenía por delante las cinco semanas más trepidantes de su vida. Y eso que el ejército le ocultó una parte importante de lo ocurrido. Ella lo agradece.

Maksim no solo ha protagonizado uno de los rescates más increíbles de la guerra, sino que su evacuación, culminada el pasado 27 de octubre, pone de manifiesto que no solo los drones aéreos y marítimos están marcando el devenir de la contienda. También los terrestres, como el empleado por sus compañeros para salvarle la vida a este soldado que resultó gravemente herido el día que perdió el contacto con su mujer. El vehículo, dotado de una especie de sarcófago de metal para proteger el cuerpo, logró superar la explosión de una mina y el ataque de un dron. Olena y Maksim (prefieren ocultar sus apellidos), ya juntos, reciben a EL PAÍS en una habitación de un hospital de Kiev.

El 24 de septiembre, Maksim y su grupo tienen la misión de despachar víveres y baterías a unos compañeros en su posición del frente. Avanzan a pie cuando él pisa una de esas pequeñas minas que dejan los rusos camufladas y cuyo objetivo no es matar, sino herir. La pierna derecha queda más que maltrecha, para amputar. Esto es lo que Olena no sabía. Ayudar a un militar herido en el frente requiere recursos y más si, como en este caso, tiene lugar en una zona bajo control enemigo, permanentemente vigilada por drones.

Un soldado se queda a su cargo, pero tras dos o tres días, la explosión de otro artefacto hiere de nuevo a Maksim. Esta vez en el brazo. Se hallan en un pueblito prácticamente destruido por el que algunos rusos en parejas o pequeños grupos llegan a veces a tomar posiciones, según su relato. Ambos logran refugiarse y ocultarse en lo que llaman “la biblioteca” de la localidad. La Convención de Ginebra impide atacar a uniformados heridos, pero la realidad demuestra en el terreno que eso no se cumple.

“Mi compañero encontró algo de comida enlatada y agua en las casas que estaban más o menos intactas. Salía cuando los drones estaban menos activos. Las primeras semanas fueron duras: nada de beber, nada de comer, nada de analgésicos mientras me ayudaba a curar las heridas”, relata Maksim. Solo después sus camaradas consiguieron hacerles llegar a través de drones por el aire provisiones y medicamentos para sobrevivir. El oficial herido no quiere dar el más mínimo detalle del soldado que cuidó de él durante ese mes largo porque sigue todavía en el frente, pero es consciente de lo que hizo: “Sin él no estaría hoy vivo”. “Estoy esperando a que pueda salir de allí para abrazarlo y besarlo”, interviene Olena agradecida.

El Primer Batallón Médico empezó a gestar la conocida como Operación Gver, unas letras sin significado concreto destinadas a rescatar a Maksim. Los intentos de envío de drones terrestres, vehículos dirigidos en la distancia, al igual que los aéreos, se sucedían una y otra vez. Pero el ejército ucranio no conseguía llegar al objetivo. Una de las veces el vehículo se acercó mucho a la posición de Maksim y su compañero, pero acabó bombardeado por los rusos. En total, cuatro de estos drones se perdieron en los sucesivos intentos. Fue finalmente un modelo Maul de fabricación ucrania el que, a la séptima, alcanzó el objetivo.

“El tiempo era favorable para que operara un dron terrestre. Con la llegada de la noche había empezado a llover. Mantuvimos la comunicación por radio y nos dijeron que el vehículo había comenzado a avanzar y que mantuviéramos el contacto”, rememora Maksim. “Permanecimos tumbados esperando hasta que llegó. No recuerdo qué hora era. Oímos el sonido del motor y confirmamos por la radio que había llegado. Mi compañero salió, lo abrió y luego volvió a por mí. Me ayudó a salir. Entré. Me cerró la puerta y comenzó a desplazarse”, agrega el militar. Desde un centro de operaciones, cada movimiento es seguido por una decena de militares a través de varias pantallas.

“Todavía queda, todavía queda”

“Sentí dos explosiones. Una cerca del dron y otra cuando el vehículo pisó la mina, pero siguió avanzando”, señala. “Durante el camino, temía que lo destruyeran, que se detuviera y que yo me quedara allí en medio”, comenta Maksim. “Después empecé a sentirme cansado. Hacía muchísimo calor dentro por el motor. Yo solo quería llegar lo antes posible mientras por la radio no dejaba de escuchar `todavía queda, todavía queda”.

Durante 5 horas y 58 minutos, el vehículo Maul recorrió 64 kilómetros, de los que 37 los hizo con solo tres de las cuatro ruedas, tras perder una al pisar la referida mina, según datos de fuentes militares. No es ninguna sorpresa que, finalmente, Maksim haya perdido su pierna derecha, pero “la cápsula acorazada le salvó la vida al herido, que logró permanecer en el interior sin sufrir daños”, añaden en un comunicado. Están seguros de que la operación pasará a la historia como un increíble ejemplo moderno de Casevac (Casualty Evacuation, en inglés, Evacuación de heridos).

El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, se apresuró a felicitar y condecorar a los militares de una operación que ha sido considerada “legendaria” por el propio ejército. Por un lado, por haber salvado la vida de Maksim y, por otro, por haber conseguido su evacuación por vez primera con un vehículo de fabricación nacional en condiciones tan adversas. En versiones previas, el UGV (Unmanned Ground Vehicle, en sus siglas en inglés, Vehículo Terrestre no Tripulado) Maul se desplazaba sobre orugas y estaba propulsado por electricidad gracias a una batería. La última versión, la empleada en el rescate de Maksim, va sobre ruedas y está equipada con motor de gasolina.

Olena, más locuaz que su pareja, rescata recuerdos de esos 33 días en los que se aferró como un salvavidas a la presencia junto a ella de su hijo de 14 años: “Ha habido momentos positivos, como cuando, a través de la radio, se comunicaba conmigo por medio de sus comandantes, y podía oír su voz, aunque esos comandantes no me dijeron ni una palabra de que en ese momento estaba herido. Y mientras escuchaba su voz, ni siquiera sospeché que lo estuviera. Me decía: `Cariño, te quiero, todo está en orden, estoy trabajando”.

Ella todavía no se explica cómo ha podido regresar con vida. Sobrevivir casi cinco semanas con un torniquete para frenar la hemorragia e impedir que se desangrara ha supuesto una odisea. Se trata de una medida médica que, normalmente, debe ser retirada pasadas unas horas. Por eso Olena se deshace en agradecimientos hacia los que han hecho posible el rescate.

Maksim mira hacia atrás recostado en la cama del hospital. Recuerda sus tiempos de vigilante en un supermercado en Jersón, hasta que los rusos ocuparon parte de esa región meridional durante la gran invasión lanzada en febrero de 2022. Él y Olena, que se conocieron en 2018 y se casaron en 2021, acabaron escapando tras un periodo “duro y peligroso” bajo ocupación rusa. Se instalaron en Odesa, también a orillas del mar Negro, y en 2024, Maksim acabó vistiendo el uniforme y desplegado en el este.

Entre los diferentes tatuajes que salpican su piel llama la atención uno en la parte derecha de su cuello en el que se lee en español “Sálvame y guárdame”. Tanto él como su mujer afirman que esa frase, casual, nada tiene que ver con lo ocurrido en las últimas semanas. Su próxima meta, una vez abandone el centro médico, será recibir una prótesis y aprender a andar de nuevo en un país en el que entre 2022 y 2024 los amputados por la guerra alcanzaron casi los 100.000, según datos oficiales. En la mesilla, Olena guarda el anillo de compromiso que los paramédicos tuvieron que retirar cortándolo del dedo inflamado de Maksim y que pronto esperan que, una vez soldado, pueda lucir de nuevo.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
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