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El mismo líder, la corrupción y la amenaza rusa ignorada: 10 años de la presidencia de ficción de Zelenski

Hace una década se estrenó ‘Servidor del pueblo’, la serie de televisión que catapultó a un actor a la jefatura del Estado de Ucrania

Cristian Segura

Ver ahora Servidor del pueblo causa perplejidad. Hace 10 años se estrenó la serie de televisión que catapultó a Volodímir Zelenski a la presidencia de Ucrania, pero entre el país que retrataba el programa y la realidad de hoy, parece que haya pasado un siglo. Sorprende de aquella comedia el uso de la lengua rusa, la utopía contra la corrupción y lo más impactante, la ausencia de la amenaza del Kremlin. Lo que proyectaba el presidente Zelenski de la ficción es lo que deseaba un 73% de la población, la que votó por él en la segunda vuelta de las presidenciales 2019. Y poco tiene que ver con la Ucrania actual.

Servidor del pueblo, que se puede ver en Netflix, era una parodia de las miserias cotidianas de Ucrania, políticas y sociales. Pero también fue el programa y campaña electoral de Zelenski. La serie cuenta las tribulaciones de Vasil Holoborodko, un profesor de historia de un instituto de Kiev que, por carambolas del destino, termina siendo elegido jefe de Estado. La serie se emitió en el canal 1+1, uno de los más grandes de Ucrania, desde noviembre de 2015 hasta marzo de 2019. Tres días después de terminar su emisión, Zelenski se presentaba ante las urnas en la vida real.

Lo primero que impacta de Servidor del pueblo es que está enteramente rodada en lengua rusa. El contenido televisivo en ruso en Ucrania es hoy inexistente, por ley. Incluso si un informativo reproduce las palabras en ruso de algún ciudadano, o de algún dirigente de Moscú, las doblan al ucranio.

Llevarse bien con Rusia

La serie aborda los grandes problemas de la actualidad ucrania: la corrupción endémica, las protestas populares que hacen tambalear gobiernos, las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, las expectativas siempre frustradas para formar parte algún día de la Unión Europea… Aparecen todos los problemas, menos uno, el más importante: la amenaza rusa.

En la serie no existe la guerra en la región de Donbás. Esta empezó en 2014 con el levantamiento de los separatistas prorrusos y con la anexión ilegal de la península de Crimea por parte de Rusia. El conflicto en 2015 estaba al rojo vivo, pero nada de esto se afronta explícitamente en Servidor del pueblo. En la tercera temporada, emitida entre 2018 y 2019, el país se sume en el caos, Ucrania se rompe en múltiples Estados, pero no es por causa de Rusia, es responsabilidad de la incompetencia de los propios ucranios.

Los villanos de la serie son tres oligarcas que tienen en su bolsillo a la clase política. Y cuando la situación se descontrola por completo, el asalto a Kiev para dar un golpe de Estado en la Rada no lo dan los rusos ni sus aliados en el este de Ucrania, sino un grupo ultranacionalista ucranio.

El nombre de Vladímir Putin aparece esporádicamente, como una suerte de hermano mayor al que es mejor no molestar. También esporádicamente hay bromas, blancas, sobre él, pero ni el líder ruso ni su nacionalismo agresivo, que ya había puesto las garras sobre parte de Ucrania, forman parte de Servidor del pueblo.

El único momento en la serie ideada por Zelenski en el que hay una manifestación clara de que Ucrania y Rusia siguen caminos diferentes es en el capítulo final de la primera temporada. Holoborodko se imagina un diálogo con Iván el Terrible. En este, el zar le quiere convencer de que son el mismo pueblo, con el mismo concepto de poder autoritario, pero Zelenski-Holoborodko le replica que Ucrania ha optado por los valores democráticos de la Europa occidental.

Una de las promesas de Zelenski al asumir la presidencia en 2019, y en esto también conectaba con el deseo de la mayoría de sus conciudadanos, es que terminaría el conflicto con Rusia por la vía diplomática. Y así lo defendió hasta horas antes de que Putin ordenara la invasión a gran escala, en febrero de 2022.

En un capítulo emitido en diciembre de hace 10 años, incluso Zelenski se chotea de los agrios debates entre diputados sobre los cambios de nombres de calles en el marco de las leyes de descomunización (borrar el pasado soviético) de Ucrania. Una broma así hoy sería difícilmente aceptada. El presidente Holoborodko irrumpe en la Rada, el Parlamento ucranio, cuando sus componentes están enfrascados en una violenta discusión sobre qué nombre que debe sustituir a una avenida dedicada al militar soviético Semion Timoshenko. Holoborodko acaba con la discusión sobre la calle, destacando que es una frivolidad, para forzar a la Rada a votar de urgencia una ley que impone una reducción de impuestos.

Los diputados no tienen tiempo de leerla ni debatirla: a mano alzada, la tienen que aprobar. Si hay cosas en Servidor del pueblo que predecían el futuro, afirma Oleksii Garan, profesor de Ciencia Política de la Universidad Kiev-Mohyla, son ejemplos como este. “Si hay algo que se ha confirmado, 10 años después, es un modelo de gestión personalista en la que solo él tiene la razón”, dice Garan, “Servidor del pueblo era una enmienda a todo el sistema político, era puro populismo, en parte eso se mantuvo”.

Errores pasados y presentes

Zelenski cometió el pasado julio un error grave por una forma de actuar parecida: por sorpresa, sin ni siquiera dar tiempo a la Rada a debatir, su mayoría parlamentaria presentó ante el pleno para votar de forma urgente una ley que anulaba de facto la independencia de la Agencia Nacional Anticorrupción (NABU) y a la Fiscalía Anticorrupción (SAPO). Este movimiento causó una ola de críticas desde Europa y las primeras manifestaciones en su contra en las calles de Ucrania.

Previo a aquella votación, los Servicios de Seguridad de Ucrania (SSU, dependientes del Ministerio del Interior) arrestaron a una veintena de inspectores de las agencias anticorrupción sospechosos de cooperar con Rusia. Los acusados han sido puestos en libertad, con la mayoría de las acusaciones desestimadas. La NABU y la SAPO filtraron por entonces a los medios de comunicación que la razón de Zelenski para romper su independencia eran las grabaciones que estaban llevando a cabo de Timur Mindich, amigo y socio del presidente en Kvartal 95, la productora audiovisual que llevó a la fama al hoy presidente.

Los efectos de las grabaciones se materializaron este noviembre, cuando la NABU y la SAPO llevaron a cabo registros y detenciones en el círculo de confianza del presidente, además de publicar parte de las grabaciones. En estas se demostraría que Mindich era el cerebro de una red de cobro de comisiones en contratos públicos y de blanqueo de dinero.

Mindich huyó del país el 10 de noviembre, pocas horas antes del registro en su domicilio, gracias a su pasaporte israelí. La ironía es que en Servidor del pueblo, uno de los oligarcas que quieren derrocar a Holoborodko se considera intocable precisamente porque es ciudadano israelí.

La ficción se hizo realidad al ser investido Zelenski presidente. Su pequeño núcleo de confianza fue mayormente formado por amigos y personas afines de su ámbito profesional, sin experiencia en la administración pública. Holoborodko elegiría para cargos clave a su grupo de amigos y familia, pero si en la serie estos se mantendrían íntegros, en el mundo real el guion ha variado. Seis años y siete meses después de asumir la jefatura del Estado, la NABU y la SAPO no solo descubrían a Mindich, también provocaban con su investigación el cese en noviembre del número dos de Zelenski, Andrii Yermak, viejo conocido suyo como abogado y productor audiovisual.

Otra coincidencia, por lo menos sorprendente, es que el presidente Holoborodko aboga en aquella primera temporada de la serie de hace una década por suprimir las oficinas anticorrupción y ceder sus competencias al SSU, que encabeza un amigo suyo. Yermak está siendo investigado por presuntamente mover al SSU contra la NABU y la SAPO.

Muchas personas que votaron por Zelenski ahora se lo pensarían dos veces, según indican las encuestas. Las elecciones, tanto presidenciales como legislativas, no pueden celebrarse mientras esté en vigor la ley marcial. Bogdan Kucher es politólogo, militar en el ejército ucranio y votó por Zelenski aquel 2019. ¿Qué queda, según él, de aquella Ucrania que aparecía en Servidor del pueblo? “Prácticamente, nada”, dice Kucher. “Ahora es un país inmerso en una guerra agotadora por su supervivencia contra la mayor potencia militar del continente”.

Kucher recuerda que desde el mundo de Zelenski se promovía hace una década un doble discurso, de que la entente con Rusia era posible y que Europa era el futuro de Ucrania. La ambigüedad era su principal arma política, opina este oficial: “El principal éxito de Servidor del pueblo reside en la imagen personal de Zelenski, logró unir a grupos electorales clave, prometiendo a cada uno lo que querían oír. De hecho, toda la campaña se basó en la incertidumbre”.

El profesor Garan coincide con Kucher en que el populismo y el carisma del personaje de la serie fueron determinantes. “Zelenski logró movilizar a gente que normalmente no participaba en las elecciones”, recuerda Kucher. “La imagen de un hombre sencillo y popular que ridiculizaba a los representantes de la vieja clase política fue asociada por muchos ciudadanos con alguien capaz de llevar al poder a una nueva generación de políticos que transformarían Ucrania”, continúa.

Olena Lifenko tiene 46 años y trabaja en una empresa estatal energética. Ella nunca había votado, su desconfianza hacia los gobernantes de su país era absoluta. Pero votó por Zelenski, y admite que fue por la serie. “Me arrepiento”, dice ahora Lifenko, “ha sido más de lo mismo y además tenemos una guerra”. Lifenko lamenta las penurias económicas que sufre ella y su familia, pero asegura que no cambiaría por nada del mundo su posición por la de Zelenski. Tampoco siente lástima por él y su difícil empresa: “Él lo buscó, quiso ser presidente; otros no tuvieron opción de elegir su destino”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa y en 2025, el premio internacional de periodismo Julio Anguita Parrado.
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