El G-20 expone la batalla entre dos visiones del orden mundial
La cumbre de Johannesburgo evidencia el pulso entre quienes defienden el multilateralismo basado en reglas y quienes impulsan el asalto a ese sistema


La cumbre del G-20 que se celebra en Johannesburgo este fin de semana es el crudo retrato de la cruenta batalla entre quienes desean mantener en vida un orden multilateral basado en reglas y quienes protagonizan un intento indisimulado de demolición del mismo para configurar el devenir del mundo sobre la base de la fuerza de forma aún más descarnada que hasta ahora.
El boicot de Estados Unidos a la cumbre, el desprecio de Rusia (que envió a un funcionario de tercera fila), la elocuente ausencia del príncipe heredero saudí —recién recibido en la Casa Blanca, donde Trump le avaló diciendo que el descuartizamiento de un periodista saudí en un consulado del Reino del Desierto en Turquía es parte de las cosas que ocurren en la vida— o del presidente de Argentina —país que acaba de recibir un rescate económico de Washington y que rehusó firmar la declaración conjunta— son el emblema del asalto.
Este adquirió tintes aún más crudos al aflorar a la superficie poco antes de la cumbre un plan de paz para Ucrania cocinado por los asesores de Trump sin involucrar ni el país invadido ni a los europeos. Esta es una iniciativa unilateral que replica esquemas transaccionales basados en enorme medida en una lógica de provecho material para Washington. En el caso de Ucrania, EE UU busca sacar tajada de las obras de reconstrucción y de los recursos mineros. En el caso de Gaza, también se perfila ese horizonte y el interés en los negocios con las ricas autocracias suníes a las que Israel desafió con un ataque en territorio de Qatar. Lo mismo ocurre con la mediación entre Azerbaiyán y Armenia, donde se asegura la explotación de un jugoso corredor de transporte y energético.
Por el otro lado, se perfila una heterogénea galaxia de países que intentan resistir a la demolición, bien sea por principios o porque conviene a sus intereses por cuanto no disponen de la fuerza necesaria en este tiempo: la militar y la tecnológica. Así, en Johannesburgo, países del Sur Global y europeos convergieron en intentar salvar una declaración común que Estados Unidos trató de boicotear.
Washington, que dejó la silla vacía bajo el argumento falaz de que en Sudáfrica se está acometiendo un genocidio contra los blancos del país, intentó sostener que ya, que el G-20 funciona por consenso, no podía aprobarse en su ausencia una declaración común. Pero la presidencia sudafricana se negó y, respaldado de forma activa por otros —entre ellos los europeos— tiró adelante con la opción de una declaración común.
“No podemos permitir que nada disminuya el valor, la estatura y el impacto de la primera presidencia africana del G-20”, dijo Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica. Su ministro de Exteriores, Ronald Lamola, fue más explícito en declaraciones a la cadena pública SABC: “La plataforma multilateral no puede ser paralizada sobre la base de la ausencia de alguien que fue invitado. El G-20 no va de Estados Unidos. Va de todos sus miembros. Todos somos miembros iguales del G-20”.
La declaración es un documento de 30 páginas desprovisto de grandes compromisos políticos. Al igual que el acuerdo alcanzado este sábado en la COP-30 de Belén, que también se asienta en un denominador común bajo, muestra que el multilateralismo no está muerto, pero se resiente gravemente en su eficacia por la actual configuración geopolítica del mundo.
Distintos frentes del asalto
El asalto es claro y se libra en distintos frentes. Debilitamiento de las instituciones internacionales —boicoteando su funcionamiento en las estructuras o la financiación—; atropello de principios de la ONU, sean los de integridad territorial o soberanía, o los derechos humanos; retrocesos democráticos; negacionismo climático; políticas retrógradas en derechos civiles.
El pulso no se libra entre dos bloques definidos con claridad. La UE y algunos de sus países miembros no se activaron para la defensa de un mundo basado en reglas en el caso de Gaza. China —cuyo líder, Xi Jinping, tampoco viajó a Johannesburgo— se declara sostenedora del orden multilateral basado en reglas, pero no duda en desacatar sentencias de tribunales internacionales cuando le interesa, o en imponer medidas económicas coercitivas cuando le conviene desde una posición de fuerza.
“La utilización de las dependencias como armas solo crea perdedores. Necesitamos regresar a un sistema basado en reglas”, dijo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en una intervención en la sesión inaugural de la cumbre que sin duda hacía referencia a China, pero bien podía aplicarse a Estados Unidos
La declaración conjunta se desarrolla sobre los ejes que ha impulsado la presidencia sudafricana para avanzar en asuntos de interés del Sur Global. Aparecen así apartados dedicados a la resiliencia y respuesta ante los desastres climáticos, la sostenibilidad de la deuda, o la explotación justa y sostenible de los minerales estratégicos. El texto contempla los conceptos de género o cambio climático considerados como anatema por la Administración Trump.
No obstante, la formulación del documento, de 30 páginas, y la actitud política de muchos de los firmantes no dejan presagiar grandes avances concretos sobre la base de lo acordado. El texto, por ejemplo, incluye una referencia a que los Estados deben abstenerse de recurrir a la “fuerza para conseguir adquisiciones territoriales contra la integridad y soberanía” de otros. Sin duda, el pasaje no tuvo que ser de gusto de Rusia, que, sin embargo, no explicitó una negativa a firmarlo. Es la medida del compromiso —tirando a nulo— de muchos que no llegan a explicitar un abandono del foro.
“Es un golpe mayúsculo (al multilateralismo)”, señala John Kirton, director del G-20 Research Group, presente en Johannesburgo, en referencia a todas las ausencias. “Nunca el líder más poderoso del G-20, el presidente de EE UU, había faltado en la cumbre. Y aunque la razón de la ausencia sea bilateral, por acusaciones sin fundamento contra Sudáfrica, esto tiene un impacto sobre el funcionamiento del G-20 porque altera la operatividad de la troika de países que se suceden en la presidencia”, dice Kirton. Estados Unidos es el país que asume a partir de después de esta cumbre la presidencia de turno del G-20.
Kirton recuerda que Scott Bessent, secretario del Tesoro de EE UU, anunció que el G-20 “retornará a lo básico”, lo que, según señala el experto, significará entre otras cosas “menos reuniones ministeriales”, probablemente un abanico más reducido de temas, posibles caprichos a la hora de invitar a miembros de derecho. Trump, por su parte, ha anunciado que la cumbre de 2026 se celebrará en uno de sus campos de golf de Miami. No parecen las mejores premisas para un foro que, aunque no disponga de capacidad ejecutiva, es un importante mecanismo de cooperación internacional.
Tras el fin de la Guerra Fría, el mundo dio pasos relevantes hacia el sueño de un orden multilateral basado en reglas. Se fundaron la Organización Mundial de Comercio y el Tribunal Penal Internacional, se fue consolidando el recién creado Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, y otras iniciativas florecieron. Pero el péndulo de la historia ha cambiado de dirección antes de poder llegar a culminar ese sueño. La cumbre del G-20 de Sudáfrica evidencia la batalla global entre quienes buscan demoler la cooperación multilateral en esta época y quienes defienden al menos partes de ella.
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