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Un arresto resucita en Italia la oscura trama de mafia, neofascismo y servicios secretos en la Guerra Fría

Detenido un policía acusado de hacer desaparecer en 1980 el guante del asesino de Mattarella, hermano del actual presidente de la República, un caso clave que se conecta con el crimen de Aldo Moro y la masacre de Bolonia

Sergio Mattarella
Íñigo Domínguez

En Italia el pasado es imprevisible, se reescribe continuamente, sobre todo con graves tragedias que nunca acaban de cerrarse. Ocurre principalmente en los años de la Guerra Fría, cuando Italia era un tablero de juego crucial porque tenía el partido comunista más grande de Occidente. En una trama muy oscura de mafia, terroristas, servicios secretos y masonería ilegal, se sucedieron atentados y asesinatos en los que aún se busca la verdad, y por eso de vez en cuando hay sorpresas. Como ahora: el pasado 24 de octubre fue arrestado un antiguo policía de Palermo que luego hizo carrera, Filippo Piritore, acusado de haber escondido una prueba crucial del asesinato en 1980 de Piersanti Mattarella, presidente de Sicilia y peso pesado de la Democracia Cristiana (DC). La fiscalía acusa a Piritore, entonces un joven agente y que hoy tiene 74 años, de hacer desaparecer un guante del asesino hallado en el lugar del crimen. Cuando hace unos años, ante los avances de los análisis de ADN, fueron a buscarlo en los archivos, ya no estaba.

Han pasado 45 años, pero la noticia ha causado en Italia un gran impacto, porque todo el mundo sabe unir los puntos para sacar una conclusión: el Estado, o su lado oscuro, tuvo algo que ver en el crimen. Es otra sucia operación de depistaggio (despiste), para desviar las investigaciones, un subgénero en sí mismo en los grandes misterios italianos.

Se despliega ahora una lectura del cuadro general de enorme trascendencia, que conecta el caso con el asesinato de Aldo Moro en 1978, secuestrado por las Brigadas Rojas, y el atentado de la estación de Bolonia en 1980, obra de terroristas neofascistas, que dejó 85 muertos. Y con un detalle relevante: el político siciliano era el hermano del actual jefe de Estado italiano, Sergio Mattarella. En las fotos que hizo la gran fotógrafa de la mafia, Letizia Battaglia, la primera que llegó al lugar del homicidio, aparece sacando el cuerpo de su hermano del coche.

Piersanti Mattarella, muerto con 44 años, era un Aldo Moro siciliano y casi su sucesor natural en la DC. Como él, era partidario de ir incorporando a las instituciones al partido comunista, para ahuyentar el peligro de que, si ganaba las elecciones, en Italia se produjera un golpe de Estado como el de Chile en 1973. Pero ni Estados Unidos ni la URSS lo veían con buenos ojos. En la propia Italia había estructuras secretas, como se supo años más tarde, que custodiaban los intereses de la OTAN, como la red militar Gladio, lista para intervenir en caso de necesidad, y la logia masónica ilegal Propaganda 2 (P2), a la que pertenecían los jefes de los servicios secretos, y cientos de políticos, militares, policías, magistrados y periodistas.

Mattarella fue elegido presidente de Sicilia en febrero de 1978 con apoyo externo del partido comunista. Moro quería hacer lo mismo en el Gobierno italiano, pero fue secuestrado en Roma por las Brigadas Rojas un mes después, el 16 de marzo de 1978, cuando iba al Parlamento para la investidura del nuevo Ejecutivo. Minutos después de la emboscada, en casa de Mattarella, en Palermo, hubo una llamada anónima: “La próxima vez os tocará a vosotros”. Moro fue asesinado el 9 de mayo, otro crimen aún lleno de preguntas.

Mattarella emprendió en Sicilia una operación de limpieza en una administración infestada de mafia. Su jefa de Gabinete, Maria Grazia Trizzino, ha contado que en octubre de 1979 Mattarella fue a Roma a ver al ministro de Interior, Virginio Rognoni, para consultarle algo importante. Volvió muy turbado, pálido. Le dijo algo que debía mantener en secreto: “Si me pasa algo, conecte lo que me pasará con la reunión de esta mañana”. “Se dio cuenta de que había dado un paso falso, de que había escrito su condena”, ha contado Trizzino en el documental Magma: Mattarella, el delito perfecto (2025, Giorgia Furlan).

Mattarella había tocado los intereses del clan de los Corleoneses, que también tenía sus terminales en Roma y en la DC, el partido de Gobierno de toda la posguerra. Cuando dos meses después fue asesinado, Trizzino llamó al tribunal de Palermo para informar de que tenía algo muy importante que decir. Nunca la llamaron.

Mattarella fue asesinado cuando salía de su casa al volante de su coche, con su mujer, su hija y su suegra, que vieron perfectamente al asesino. Ya en ese momento en Palermo se leyó entre líneas y el arzobispo de la ciudad, el cardenal Salvatore Pappalardo, clamó en el funeral: “¿Por qué ha sido asesinado Piersanti Mattarella? (...) Una cosa parece segura: la imposibilidad de que el delito se pueda atribuir solo a una matriz mafiosa, debe haber otras fuerzas ocultas”. Leonardo Sciascia también escribió al día siguiente en el Corriere que podía haber sido un comando terrorista.

No obstante, la investigación se centró solo en la pista mafiosa y concluyó que había sido por ordena de la cúpula de Cosa Nostra, aunque no se determinaron los autores materiales. Sin embargo, en los años siguientes, cuando surgieron los primeros arrepentidos, todos dejaron claro que nadie en la Mafia sabía nada del asunto, algo inverosímil: dentro de los clanes se sabe siempre quién comete un crimen, necesita una orden, una autorización para actuar en un territorio de una familia.

Entra en escena el juez Falcone

El caso llegó en 1985 a manos de Giovanni Falcone, el legendario magistrado que luchó contra la mafia, asesinado en 1992. Vio enseguida que aquello no era de mafia o solo de mafia, sino que la pista más clara era la negra, la neofascista. Terroristas negros, en la terminología de la época, en complicidad con Cosa Nostra. Para él era como “un caso Moro dos”, según le dijo a un periodista.

Lo cierto es que minutos después del crimen hubo una reivindicación en la agencia ANSA de Roma de un grupo neofascista romano. Y sobre todo, la viuda de Mattarella, Irma Chiazzese, que presenció el crimen, identificó sin ninguna duda al asesino: afirmó que era Giusva Fioravanti, terrorista del grupo neofascista NAR. Su propio hermano, Cristiano, también miembro del NAR, lo acusó del crimen. Se procesó como cómplice a otro terrorista negro, Gilberto Cavallini, pero ambos fueron absueltos definitivamente en 1999.

Pero Fioravanti y Cavallini ejecutaron siete meses más tarde, y fueron condenados por ello, el peor atentado de todos, la masacre de la estación de Bolonia del 2 de agosto de 1980. Se consideró una terrible maniobra para desestabilizar el país y justificar un posterior regreso del orden, la llamada “estrategia de la tensión”, iniciada con el gran atentado en un banco en Piazza Fontana, Milán, en 1969, con 17 muertos. En este esquema, terroristas negros y rojos, mafia, delincuencia organizada, fueron usados como mano de obra sucia y secreta del Estado.

Las sucesivas sentencias de la masacre de Bolonia, otro interminable y tortuoso proceso judicial lleno de depistaggi y zonas oscuras ―el último fallo es de 2020, una condena confirmada definitivamente este año―, reconstruye un contexto que enlaza con un hilo común los asesinatos de Moro, Mattarella y el atentado de Bolonia, dentro de una estrategia oculta de la Guerra Fría.

Quizá solo en Italia puede ocurrir que se escriba un libro sobre algo ocurrido hace 45 años y se corra el riesgo de que haya novedades en el último momento. Es lo que le ha ocurrido al historiador Miguel Gotor, que publica el 18 de noviembre un exhaustivo ensayo sobre el caso, L’omicidio di Piersanti Mattarella (Einaudi), pero las últimas noticias no le han sorprendido, ya apunta a ello en sus páginas. Gotor sospecha que Falcone estaba en lo cierto y que los dos neofascistas “desde luego son los hombres más desafortunados del mundo, porque las coincidencias en este caso contra ellos son increíbles”. Nuevas evidencias de fuerzas del orden borrando pruebas refuerzan la tesis de que detrás del crimen había aparatos del Estado. Con su lenguaje refinado, Falcone llamaba a esta trama venenosa el “híbrido connubio”, señala Gotor. Es más, las últimas pesquisas han identificado los asesinos en dos mafiosos, Nino Madonia, de 72 años y que entonces tenía 28, y Giuseppe Lucchese, de 67 (en la época, 22), pero el primero era, subraya Gotor, un neofascista: “Participó incluso en el intento de golpe de Estado en Italia de Junio Valerio Borghese de 1970”. Tras el fracaso de la asonada, este exjerarca fascista se refugió en la España de Franco y murió en Cádiz cuatro años después.

“El Estado estaba infiltrado en una criminalidad que estaba a su servicio, a cambio de favores, naturalmente”, explica el historiador. Se producían convergencias de intereses. “En el homicidio Mattarella hay tres niveles. El de la mafia, que es regional; el nacional, de los neofascistas que quieren acabar con un heredero de Moro; y el tercero que, en mi opinión, está menos contado y es interesante, el nivel internacional. El asesinato se inserta en un proceso de fuerte desestabilización del frente sur de la OTAN, porque se eligió Sicilia como emplazamiento de los misiles nucleares Cruise, en diciembre de 1979. No era posible un presidente de Sicilia que gobierna con los comunistas”.

Hay más. Gadafi se alarmó porque tomó los misiles como una amenaza directa y también Libia, subraya Gotor, financió y tuvo relaciones con los neofascistas italianos. Este pico de tensión de la Guerra Fría siguió en junio de 1980 con el ataque de cazas franceses a un avión en el que viajaba el líder libio, esta es la tesis más aceptada, en el que por error derribaron un vuelo de Alitalia sobre la isla siciliana de Ustica, con 81 pasajeros. Otra tragedia italiana más, también rodeada de misterio, de esos terribles años de plomo.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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