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Trump completa el derribo del ala este de la Casa Blanca y el gasto de construir su nuevo salón se dispara

El presupuesto asciende a 300 millones de dólares, que, según el presidente, pagarán íntegramente donantes privados como Benjamín León, elegido como embajador en España

Iker Seisdedos

Cuando el pasado lunes trascendieron las primeras imágenes de las obras que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está acometiendo en la Casa Blanca para dotarla de un nuevo salón de baile, los titulares, a falta de planes detallados, se atrevieron a hablar solo de la demolición de la fachada del ala este de la residencia.

Este jueves, las excavadoras terminaron con toda esa parte del complejo, que tradicionalmente ha servido para cobijar las oficinas de la primera dama y también albergaban un cine, mientras crecen las críticas de los activistas por la conservación del patrimonio y de los políticos demócratas, que señalan la elocuencia de la imagen como metáfora de la presidencia de Trump. Además, y al ritmo de las piquetas que trabajan incansablemente, el presupuesto del proyecto se ha disparado: empezó siendo de 200 millones de dólares; a principios de esta semana ascendía a 250 millones de dólares; y ya va por los 300.

Trump, que prometió en julio que no tocaría la estructura original, insiste en que ese dinero saldrá de su bolsillo y de una lista de donantes privados que se hizo pública este jueves. Contiene 37 nombres de empresas y particulares; lo cual, a falta de saber cómo se repartirán la cuenta y de si el presidente finalmente pondrá su parte, se salda con una aportación de unos 8,1 millones por cabeza.

En la nómina figuran desde Amazon, Apple, Meta o Microsoft a las familias de la influyente financiadora de campañas republicanas Miriam Adelson. Y del secretario del Comercio, Howard Lutnick, a los gemelos Winkelvoss, que participaron en el nacimiento de Facebook, o Benjamin Leon Jr., empresario de la salud designado por el presidente de Estados Unidos como embajador ante España y Andorra, que este jueves declaró ante el Senado como parte de su proceso de confirmación.

La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, no respondió a primera hora de la tarde a una pregunta sobre la posibilidad de que ese presupuesto continúe creciendo; se limitó a confirmar la cifra de 300 millones y a decir que “ni un solo céntimo saldrá del bolsillo de los contribuyentes”.

Sobre si Trump tiene planes de continuar alterando la fisonomía de la residencia presidencial tras concluir con el salón de baile y después de pavimentar e instalar mesas, sillas y sombrillas en el jardín de La Rosaleda, Leavitt contestó recurriendo al pasado de promotor inmobiliario de Trump: “No que yo sepa, no, pero es un constructor de corazón, sin duda. Y por eso, su corazón y su cabeza siempre están enfocadas en cómo mejorar las cosas aquí en la Casa Blanca. En este momento, por supuesto, el salón de baile es realmente su prioridad”, agregó.

El miércoles, en una comparecencia de prensa conjunta con Mark Rutte, secretario general de la OTAN, Trump dio por buena la descripción de Leavitt cuando mostró con cierta voluptuosidad los planos del nuevo salón, que tendrá algo más de 8.300 metros cuadrados y capacidad, según sus cálculos, para sentar en cenas de Estado a 999 personas. Conservar el ala este habría supuesto, contó, “dañar un [añadido, el del salón] muy, muy caro y hermoso” que, insistió, sus antecesores han deseado tener desde “hace al menos 150 años”.

Preservación del patrimonio

El presidente de Estados Unidos, con su pasado de promotor inmobiliario poco paciente con las regulaciones, ha corrido para poner en marcha su proyecto, que no ha pasado por el proceso de revisión pública, lo que ha provocado la queja del National Trust for Historic Preservation (Fideicomiso Nacional para la Preservación Histórica, organismo privado creado por el Congreso para preservar por el patrimonio), que consideró en un comunicado que haberlo sometido al escrutinio, habría contribuido a la “transparencia y la amplia participación [de la ciudadanía]”: “[Esos] Valores (...) han guiado la preservación de la Casa Blanca durante cada Administración, desde el concurso público de 1792 que dio lugar al diseño original del edificio”.

Mientras cadenas como la CNN han colocado una cámara que sigue en directo los trabajos de los operarios y de las grúas excavadoras desde la calle 15, al otro lado del Departamento del Tesoro, cuyos empleados recibieron instrucciones de no compartir imágenes o vídeos de las obras, también arrecian las críticas por dimensiones del salón de baile. Sobre todo, si se comparan con las del resto de la mansión ejecutiva, que tiene una superficie de 5109 metros cuadrados.

Entre tanto, la Casa Blanca ya ha acuñado un término, “El Síndrome de Trastorno por el Salón de Baile”, para desdeñar esas preocupaciones por “apopléticas”. Sus cuentas en las redes sociales y las de los aliados de Trump han difundido estos días fotos históricas que dan cuenta de las sucesivas renovaciones de la residencia, que se terminó en 1800 y tuvo que ser reconstruido dos décadas después tras su incendio por parte de las tropas británicas: desde la construcción del ala oeste en 1902, en tiempos de Theodore Roosevelt, al la decisión de destinar el espacio de la piscina para la zona de prensa (Richard Nixon, 1970) o el añadido de Barack Obama de una cancha interior de baloncesto en 2009.

El ala este se construyó en 1902, y en 1942, Harry Truman le dotó de una segunda planta. Desde este jueves, víctima de las excavadoras, ya ha pasado a la historia de Washington.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal jefe de EL PAÍS en EE UU. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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