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La ambición climática de la UE choca con las presiones internas, de China y EE UU

Los líderes europeos buscan cómo impulsar sus objetivos climáticos para 2040, pero el debate se embrolla por la competencia de Pekín y los intentos de Washington de aguar las leyes medioambientales

Central eléctrica de carbón de Jaenschwalde en Alemania

La agenda verde se ha convertido en uno de los grandes caballos de batalla políticos en la Unión Europea. El club comunitario, que ha sido pionero en medidas para afrontar la crisis climática, está ahora dando un paso atrás en sus ambiciones por las presiones internas —de la ultraderecha y de los sectores empresariales— y externas —de China y Estados Unidos—.

Cuando la Unión se tiene que aprestar a dar el visto bueno a sus objetivos de reducción de emisiones para 2040 antes de la cumbre climática de noviembre en Brasil, los líderes debatirán, una vez más, la flexibilización de esas metas en la reunión del Consejo Europeo de este jueves, en la que la agenda verde será uno de los puntos más calientes.

Bajo esas conversaciones subyace en realidad otro debate: el del modelo social, económico e industrial europeo y de si puede seguir avanzando en su política climática y, a la vez, impulsando la competitividad. Los más críticos aseguran que no. La Comisión Europea, que se ha avenido a flexibilizar su enfoque y que ha diluido ya algunas de sus medidas verdes, cree que se puede. Y que la agenda verde debe ser el sello europeo que marque una autonomía estratégica apuntalada en las energías limpias.

La presión a la competitividad verde europea que provoca el gigante asiático, unido a los abiertos intentos de Washington de torpedear algunas leyes icónicas europeas para luchar contra los abusos medioambientales y de derechos humanos a nivel global, marcan unas conversaciones ya tensas de por sí por las diferentes sensibilidades de los Estados miembros en una materia altamente politizada y marcada, también, por el creciente peso de la ultraderecha negacionista climática en todo el continente.

Hay una expectativa clara de la nueva cita de los jefes de Estado y de Gobierno europeos: si Europa quiere seguir siendo un ejemplo internacional en lucha contra el cambio climático —y así lo acaba de reafirmar la Comisión presentando una ambiciosa “visión global climática y energética” llena de buenos propósitos ambientales— no puede permitirse llegar a las próximas citas clave de la materia, especialmente la COP30 en Brasil, sin haber fijado sus objetivos de reducción de emisiones para 2040 establecidos en la Ley del Clima.

Pero por una decisión política que muestra las grandes presiones internas en una UE donde las fuerzas ultras tienen cada vez más influencia, pero también externas, —sobre todo con Trump liderando el negacionismo climático—, varios países, entre ellos gigantes como Francia, Alemania, Italia y Polonia, instaron a que la votación esperara a que los jefes de Estado y de Gobierno tomaran una decisión al respecto, lo que deja un margen muy estrecho para que la UE pueda cumplir sus metas.

Con todo, fuentes diplomáticas confían en que el visto bueno de los Veintisiete permita celebrar un Consejo Extraordinario de Medio Ambiente el 4 de noviembre donde se aprueben la ley y los objetivos —recortar hasta 2040 un 90% los gases de efecto invernadero— y se pueda así salvar la cara. Aunque para ello hagan falta más concesiones aún en una agenda verde que hace un lustro era la joya de la corona de la UE y hoy se ha convertido en el chivo expiatorio de todo lo que se considera que va mal, convirtiéndose en la principal víctima de la fiebre “simplificadora” —desregularizadora, que dicen sus críticos— que ha llevado a Bruselas a recortar y rebajar, cuando no intentar directamente matar, múltiples normativas y requisitos medioambientales.

Algo que exige, sin pudor, Estados Unidos. Su última amenaza llegó cuando Bruselas se preparaba para recibir a los líderes europeos. En una carta enviada a todas las capitales de la UE, Washington, junto con Qatar, califica de “amenaza existencial al crecimiento, competitividad (palabra cada vez más sensible en Europa) y resiliencia de la economía industrial europea” una ley icónica de la Unión: la Directiva de Diligencia Debida sobre Sostenibilidad Corporativa (CSDDD, por sus siglas en inglés), que obliga a las grandes empresas a velar mejor por el respeto de los derechos humanos, especialmente sobre explotación infantil, y de medio ambiente, a lo largo de sus cadenas de suministro.

Washington hace tiempo que tiene en su mira esta normativa, cuya reforma para quitarle peso ya metió como condición en la declaración conjunta que firmó junto con Bruselas este verano para cerrar la guerra comercial con que amenazaba Trump. También incluyó en el texto flexibilidades para sus empresas en el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (CBAM, el arancel climático que la UE impone a las importaciones de los productos más intensivos en CO₂) o las “inquietudes” de EE UU respecto a la normativa de deforestación europea.

Pragmatismo es de hecho uno de los términos que más suenan estas horas previas a la cita de mandatarios en Bruselas. Y realismo, apuntan otras fuentes diplomáticas. Al fin y al cabo, señalan, las cosas han cambiado mucho y “el nivel de ambición medioambiental en la mayoría de Estados miembros ya no es la misma que hace diez años”.

Ante una Europa que no acaba de arrancar y teme quedarse atrás en la carrera competitiva contra Estados Unidos y China, hay quienes siguen creyendo que la apuesta correcta es continuar con una transición verde que transforme la economía de manera profunda, pero frente a ellos, otros Estados temen que esos esfuerzos minen su competitividad y pulsan por no abandonar del todo las energías fósiles, pese a que saben que es solo un parche de corto plazo, señalan.

Pragmática es también la carta que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, envió a los Veintisiete de cara a la cumbre y en la que reafirma varias “flexibilidades” al cumplimiento de los objetivos para 2040 que parecen haber apaciguado las “inquietudes” de las capitales más reticentes, como París.

En su misiva, Von der Leyen deja claro que “aferrarnos dogmáticamente a nuestros modelos de negocio existentes, independientemente de sus éxitos pasados, no es la solución” y que lo que Europa necesita es estar “al frente de los desafíos de nuestros tiempos”. A la par, sin embargo, reconoce que “transicionar a una economía tan grande y bien establecida como la de la UE requiere una combinación de ambición, velocidad, pragmatismo y flexibilidad, así como un grado de protección contra la competencia injusta”, donde señala sobre todo a una China cuya nueva amenaza de controlar sus tierras raras ha puesto en alerta a Europa, igual que a EE UU.

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