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Francia se sumerge en la incertidumbre con la previsible caída del Gobierno este lunes

El primer ministro, François Bayrou, se somete esta tarde a una moción de confianza para la que no tiene mayoría y que le aboca a la dimisión

El primer ministro, François Bayrou, en la Asamblea Nacional el pasado 10 de junio.
Daniel Verdú

Ocho meses después de la formación del último Gobierno, Francia vuelve a sumirse en una crisis política de raíces profundas que obligará al presidente, Emmanuel Macron, a buscar una solución rápida y efectiva. Salvo que se produzca un giro de última hora que nadie espera, François Bayrou dejará este lunes de ser primer ministro, pero también el cortafuegos entre el jefe del Estado y el Parlamento, entre el presidente y los ciudadanos, que se encuentran más alejados que nunca del inquilino del Elíseo (Macron solo cuenta con el apoyo del 15% de la población). Habrá entonces dos opciones: encontrar rápidamente una figura de consenso, un nuevo primer ministro capaz de recabar el apoyo de la derecha (Los Republicanos) y los socialistas; o convocar elecciones legislativas, solo un año después de las últimas. Según las encuestas, esos hipotéticos comicios llevarían al país a una nueva situación de bloqueo o a la victoria de la ultraderecha.

Francia encara una semana crítica en la que se cuestionará todo el sistema. A la previsible caída de Bayrou en la moción de confianza que debate el Parlamento esta tarde le sucederá el miércoles un paro general convocado a través de redes sociales por organizaciones de izquierda, y al que se ha sumado La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon. Ese paro amenaza con bloquear el país —todavía más— para protestar contra los recortes de 44.000 millones de euros que pretendía imponer Bayrou. El día 18, los sindicatos de transportes se movilizarán también en toda Francia, pero podrían sumarse otras categorías.

El viernes de esta misma semana, la agencia Fitch revisará la calificación de Francia, probablemente a la baja, y una parte de la oposición exigirá elecciones anticipadas a Macron, que tendrá que encontrar una solución rápida y efectiva, nombrando a un nuevo primer ministro, si no quiere volver a pasar por un proceso electoral incierto. Todo ello a dos años todavía de las elecciones presidenciales, pero a pocos meses de unas cruciales municipales que barajarán las cartas del poder territorial de los partidos. No hay tregua.

Bayrou tomó una iniciativa inédita en la historia de la V República francesa al anunciar que el 8 de septiembre se sometería a una moción de confianza. Nunca antes el primer ministro de un Gobierno en minoría se había arriesgado a pronunciar una declaración de política general —sobre los presupuestos y la deuda pública, en este caso— ante diputados cuya mayoría le es notoriamente hostil, con el fin de solicitar su confianza.

Con este voto, que irá precedido de un discurso y cuyo desenlace él mismo podía imaginar cuando lo convocó —porque los partidos le avisaron de que votarían en contra—, Bayrou pretende más bien escribir su propia historia y despejar su futuro político para no caer como su predecesor, Michel Barnier, quien él considera que se humilló. Todo ello con la autorización de Macron. “No entiendo cómo el presidente pudo dejar que François Bayrou tomara una iniciativa así”, se sorprendió el ex jefe del Estado François Hollande, en una duda ampliamente compartida en Francia.

El momento es de extrema incertidumbre. Nadie tiene claro cómo salir de una crisis en la que se cuestiona ya la vigencia del sistema y hay pocos elementos claros. Uno de ellos, sin embargo, es que ni al Partido Socialista (PS) ni a Los Republicanos (LR) les convienen ahora unas elecciones. Ni están organizados ni tienen garantizado un resultado mejor o igual que el actual. Es ahí donde deberá apoyarse Macron para construir un nuevo equilibrio de fuerzas. Laurent Wauquiez, jefe de los conservadores en la Asamblea (LR), se mostró dispuesto esta semana a apoyar un Ejecutivo presidido por un socialista, una iniciativa que abriría un camino todavía inexplorado por Macron. El líder de los socialistas, Olivier Faure, dijo en France 3 este domingo que, si eso sucede, “será un sí”.

El posible apoyo conservador a un socialista ha provocado un terremoto en Los Republicanos, cuyo presidente, el ultraconservador ministro del Interior Bruno Rétailleau, quiso negar luego ese escenario. La división es total y Wauquiez dará libertad de voto a sus diputados si finalmente Macron designa a un socialista como nuevo primer ministro.

La realidad es que si no es un socialista quien se mude al palacio de Matignon en los próximos días y se quiere evitar las elecciones, deberá emerger una figura de consenso y tolerable por el centroderecha y el centroizquierda. El republicano Xaviert Bertrand, presidente de la región Altos de Francia, un conservador centrado y enemigo íntimo de Marine Le Pen, suena con fuerza en las últimas horas. El problema es que el elegido volvería a encontrarse en una situación de fragilidad preocupante para aprobar unos presupuestos que deberían apoyarse en enormes recortes que hicieran frente a una deuda pública del 113% del PIB y un déficit de casi el 6%. La propuesta de Bayrou que, en parte, le ha costado el puesto, consistía en un ahorro de 44.000 millones de euros.

El problema de fondo, sin embargo, es la fragmentación de la Asamblea y que, desde que se conoció el resultado de las elecciones de 2024, no se ha permitido a la coalición que las ganó, el izquierdista Nuevo Frente Popular (NFP), proponer a un candidato. Macron y Bayrou, ambos firmes defensores del centro político, han provocado y agravado con su visión de la política, la de renunciar a la izquierda para gobernar, la situación actual.

El centro que alumbró el macronismo en 2017 agoniza, tanto conceptual como numéricamente. El Parlamento no tiene una mayoría para gobernar desde esa posición, y las llaves del Ejecutivo las tendrá el NFP, la coalición de izquierdas formada por los socialistas, comunistas, ecologistas e insumisos. O la extrema derecha. Por eso, muchos en el entorno de Macron se inclinan por unas elecciones y un primer ministro del RN que se sometiese a la tormenta política y social que se avecina.

Le Pen, que no podría presentarse a unos comicios ya que fue inhabilitada el pasado marzo por un caso de malversación de fondos, exige elecciones. Pero no todo el mundo lo comprende. El politólogo y experto en sondeos Jean-Yves Dormagen aseguraba a este periódico que “hay pocas oportunidades de que [el RN] tenga una mayoría suficiente”. “Y, si fuera así, llegarían al poder en plena crisis presupuestaria, a un año de las presidenciales… Le Pen no podrá ser candidata… No me parece que les beneficie. Podría perjudicar su imagen, se encontrarían ejerciendo el poder sin una mayoría clara, en plena crisis”.

La lenta descomposición del universo político creado por Macron podría acelerarse en las próximas horas si el jefe de la República no da con la tecla. El 20 de mayo, Sophie Primas (LR), nada menos que la portavoz del Gobierno, afirmó en una rueda de prensa que “el macronismo llegará a su fin en los próximos meses, con el final del segundo mandato”, provocando la indignación del presidente y sus acólitos. Primas tuvo que disculparse con el presidente. Pero solo había dicho lo que pensaban muchos. Según un estudio de Odoxa-Backbone Consulting para Le Figaro, 8 de cada diez franceses (82%) consideran que ese movimiento no sobrevivirá a su fundador, y solo el 40% cree que representa una verdadera corriente de pensamiento político.

Macron, o su gestión, no tienen la culpa de todo. En ocho años ha lidiado con uno de los periodos más convulsos de la historia reciente. Una pandemia, dos importantes guerras, el auge del populismo y la ultraderecha, la revuelta de los chalecos amarillos o la entrada, salida y entrada de la Casa Blanca del presidente más tóxico para la democracia global: Donald Trump.

Pero sobre todo, ha luchado contra la obsolescencia programada de su presidencia por la limitación de dos mandatos consecutivos, impuesta en la reforma constitucional de Nicolas Sarkozy, que le impedirá presentarse en 2027. Su decisión de disolver la Asamblea en junio pasado, creando la situación de fragmentación actual, sumada a su cada más cercano final de mandato, le convertirán en el siguiente objetivo si la solución a la caída de Bayrou no sale bien.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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