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El ‘desastre’ de Alhucemas: 100 años de un desembarco colonial en el olvido

Marruecos y España entierran la conmemoración de la operación militar que puso fin a la República del Rif en medio de los estallidos del nacionalismo bereber y la tensión sobre las plazas de soberanía

Tropas españolas en las operaciones del desembarco de Alhucemas, el 8 de septiembre de 1925.
Juan Carlos Sanz

Hace 10 años, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y el entonces heredero de la corona británica, el actual rey Carlos III, conmemoraron juntos en el estrecho de los Dardanelos el centenario de la operación anfibia de Galípoli, la batalla que estuvo a punto de cambiar el curso de la I Guerra Mundial en la pugna por la ruta de acceso a Estambul, luego convertida en un mito por la literatura y el cine. Este lunes se cumplen también 100 años del inicio del desembarco de Alhucemas, el mayor despliegue aeronaval español en tiempo de guerra, que puso fin a la efímera República del Rif, fundada en 1921 por el líder nacionalista bereber Mohamed Abdelkrim el Jatabi. Marruecos y España lo han enterrado en el olvido.

La República del Rif, que proclamó la independencia de ese territorio del protectorado español, se había declarado tras el desastre de Annual, que causó en ese año 1921 más de 10.000 muertos y supuso la mayor derrota sufrida por el ejército colonial español en el norte de África. “El desembarco de Alhucemas fue nuestro desastre y Annual, nuestra batalla de liberación”, dice, junto a una de las playas del desembarco, Omar Lemallam, responsable de La Memoria del Rif, asociación que desde hace dos décadas busca recuperar la historia y la identidad cultural de la que fue región central del Protectorado español en el norte de Marruecos (1912-1956). “En las escuelas marroquíes no se enseña nuestro pasado”, afirma este maestro jubilado a los 60 años y activista de los derechos humanos. “Abdelkrim conocía bien a los españoles. Fue traductor oficial, caid [juez] para la población local y periodista de El Telegrama del Rif de Melilla”, aclara, “pero su principal mérito fue unir a todas las tribus contra la ocupación española para crear el sueño de un Gran Rif independiente, desde el Atlántico hasta Argelia”.

En la terraza de uno de los hoteles que sobrevuelan el puerto, el responsable de La Memoria del Rif señala el arenal del Quemado, una de las cabezas de puente de la operación anfibia de la que nació la ciudad de Alhucemas, bautizada como Villa [José] Sanjurjo por el general que dirigió el desembarco y que una década más tarde se sublevó contra la II República. La urbe cuenta hoy con unos 50.000 habitantes, y otros 130.000 en su provincia, integrada en la región de Tánger. Los veraneantes pronto se marcharán de sus costas y privarán del principal ingreso a un territorio carente de industria e infraestructuras básicas.

Omar Lemallam, directivo de la asociación Memoria del Rif, en agosto ante una de las playas del desembarco de Alhucemas.

“La marginación económica del Rif durante más de 40 años, a pesar de las inversiones turísticas posteriores bajo el reinado de Mohamed VI, fue el detonante del estallido social de 2016 y 2017, el Hirak [movimiento] rifeño, y de la emigración masiva hacia Tánger y Europa”, explica Lamellan, cuya asociación va a organizar este mes una conferencia sobre el centenario. “No está prevista ninguna conmemoración oficial”, lamenta. Tras la independencia de Marruecos, en 1956, fue demolido el monolito español que recordaba en un paseo marítimo la operación militar española.

La batalla de Galípoli se cobró más de 100.000 vidas en combate, de aliados y turcos casi por igual, en 10 meses de hostilidades. Monumentos y cementerios de ambos bandos siguen recordando la operación en la península que bordea los Dardanelos. La campaña del desembarco de Alhucemas se prolongó durante ocho meses, jalonada de pausas, hasta la rendición de Abdelkrim en mayo de 1926, y causó la muerte de unos 200 soldados españoles y 700 combatientes rifeños, según el experto de La Memoria del Rif, sin contar con un número indeterminado de víctimas civiles causadas por los bombardeos convencionales y con armas químicas de la aviación española sobre mercados y aldeas.

“No me consta que haya una conmemoración oficial en España, tan solo algunos actos académicos”, señala en conversación telefónica Roberto Muñoz Ceballos, historiador militar y profesor de la Universidad Camilo José Cela, quien acaba de publicar Alhucemas: el desembarco que decidió la Guerra de Marruecos (Desperta Ferro), uno de los libros editados en España con ocasión del centenario. “La exitosa operación Albión, ejecutada en el Báltico en 1918 por la Marina Imperial de Alemania en plena I Guerra Mundial, fue el precedente de Alhucemas, y no Galípoli, que resultó ser un fracaso”, puntualiza, aunque recuerda que el Gobierno de Londres vendió a España las 24 barcazas K que pudo recuperar del fiasco de los Dardanelos para su uso en la misión anfibia en el norte de África.

También destaca este autor otro paralelismo histórico. Mustafá Kemal, Atatürk, combatió en Galípoli antes de encabezar la sublevación contra los aliados que se habían repartido su país tras la derrota del Imperio Otomano para fundar la República de Turquía en 1923. “A pesar de ejercer el Protectorado sobre el norte de Marruecos desde 1912, España no llegó a controlar el territorio hasta el desembarco, si bien [el general y dictador Miguel] Primo de Rivera era inicialmente partidario de abandonar el Rif tras el desastre de Annual, causado por una retirada salvaje de las tropas”, matiza Muñoz Bolaños, de 55 años. “Atatürk fue el modelo que inspiró a Abdelkrim, cuya táctica de guerrillas fue emulada a su vez en guerras coloniales como las de Argelia y Vietnam”, apunta el historiador español.

Francisco Franco (derecha), entonces coronel de la Legión, en las operaciones del desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925.

En el Día D de Alhucemas, hace ahora un siglo, intervinieron unos 20.000 soldados, 109 buques y 162 aviones en su mayoría españoles, aunque con apoyo francés, prestado por el general Philippe Pétain, quien tres lustros más tarde encabezó el régimen de Vichy bajo la ocupación de la Alemania nazi en Francia. Entre los mandos que participaron en el desembarco, se encontraba el entonces coronel Francisco Franco. Al término de la operación, se habían desplegado 60.000 hombres en torno a Axdir, capital de la belicosa cabila de los Beni Urriaguel y de la rebelión de Abdelkrim.

En ese mismo corazón de la bahía de Alhucemas donde ahora se bañan turistas del interior de Marruecos y de la diáspora en Europa, sigue ondeando a escasa distancia de la playa la bandera española en el Peñón que lleva el mismo nombre. Cuenta con guarnición permanente de la Legión o los Regulares de Melilla. Los islotes anejos españoles de Tierra y Mar, se alzan también frente al litoral. El archipiélago forma parte junto con las islas Chafarinas, el islote Perejil —ocupado durante una decena de días por tropas de Rabat en 2002 antes de una intervención militar española— y el peñón de Vélez de la Gomera de las plazas de soberanía en el norte de África. Marruecos reclama la integración en su territorio nacional de lo que denomina “presidios ocupados”, en los que incluye a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, por haber albergado en el pasado a desterrados y presos políticos.

Franco movilizó a su favor a los curtidos combatientes rifeños desde el inicio de la Guerra Civil, y en su Guardia Mora, los pretorianos que le escoltaron dispuestos a dar la vida durante cuatro décadas de poder dictatorial, nunca faltaron los Beni Urriaguel.

Ahmed Mayid, historiador marroquí, en agosto, ante la primera playa del desembarco de Alhucemas.

“Antes del desembarco, algunas tribus cuyos jefes habían sido sobornados por España se replegaron hacia el interior”, sostiene el investigador Mayid el Azzyzi mientas señala las playas del Fraile y de la Cebadilla, puntos iniciales del desembarco al oeste de la actual Alhucemas, escogidos a última hora para sorprender a las fuerzas de Abdelkrim, que habían minado otras playas al este. El Azzyzi es el traductor al árabe de la historiadora Rosa María de Madariaga, especializada en el Rif y que documentó los ataques españoles con armas químicas y gases tóxicos en la contienda norteafricana. Muchos descendientes de las víctimas de aquella sangrienta guerra sufren aún las consecuencias. Según una investigación marroquí de 2015, un alto porcentaje de los enfermos de cáncer atendidos el hospital central de Oncología de Rabat proceden de la región del norte.

“Los guerreros harqueños [de la región] lucharon contra la ocupación colonial desde el inicio del Protectorado, pero Abdelkrim no pudo siempre controlar a sus combatientes, que se vengaron cruelmente con soldados hechos prisioneros por los abusos que habían cometido tropas españolas”, puntualiza, para reflejar el carácter sanguinario de ese conflicto.

La última revuelta del Rif

Medio centenar de rifeños fueron condenados a duras penas en 2018 por las protestas sociales que estallaron dos años antes, sobre todo en Alhucemas. Su líder, Nasser Zefzafi, de 45 años, fue sentenciado a 20 años de cárcel, acusado de atentar contra la seguridad interior del Estado, junto a otros tres detenidos. El resto recibieron penas que oscilan entre los 15 y los tres años de prisión. Amnistía Internacional recuerda que sus acciones fueron esencialmente pacíficas, para reclamar carreteras, fábricas y hospitales con servicio oncológico.

Recuerdos del preso del Nasser Zafzafi, condenado por las revueltas del Rif de 2017, en agosto en su casa de Alhucemas.

Ahmed Zafzafi, de 82 años, padre y portavoz familiar del líder del Hirak, recibió a EL PAÍS en agosto en la casa familiar de Alhucemas para la elaboración de esta información. Aquejado de un cáncer que ya podía tratarse en parte en el nuevo hospital provincial construido tras las revueltas, sin tener que desplazarse a Tánger, a más de cuatro horas de coche, falleció el miércoles sin poder ver en libertad a su hijo. “Con este Gobierno no tengo ninguna esperanza. Tampoco he pedido el indulto, porque mi hijo nunca se declaró culpable”, reconoció postrado en su cama. En julio pudo verle por última vez, esposado y custodiado por decenas de agentes, en una salida penitenciaria extraordinaria ante el estado terminal de su cáncer.

Nasser Zafzafi se pudo postrar el jueves ante la tumba de su progenitor tras recibir autorización penitenciaria para asistir al funeral en Alhucemas, donde fue recibido con el abrazo de cientos de familiares y vecinos, sin esposas ni apenas vigilancia. El exministro islamista Mustafá Ramid, que ocupaba la cartera de Derechos Humanos cundo fue condenado, ha resaltado en la prensa marroquí el mensaje lanzado por el líder del Hirak ante una multitud de rifeños en pleno duelo familiar. “El interés de la nación está por encima de toda consideración y las divergencias de opinión deben servir siempre al interés nacional”, afirmó Zafzafi. Ramid confía en que este gesto pueda servir pronto para pasar la última página de los años de plomo del Rif mediante un perdón real.

Cien años después del desembarco que ni España ni Marruecos parecen querer recordar, Alhucemas y el Rif siguen teniendo abiertas las heridas de los bombardeos españoles con gas mostaza. De la sublevación contra el poder central de Rabat poco después de la independencia, aplastada por las tropas comandadas por el entonces príncipe Hasán con más de 2.000 muertos. De la Revuelta del Pan de 1984, ya con Hasán II en el trono, sofocada mediante la represión. Por si fuera poco, un terremoto golpeó la región en 2004, la sembró de destrucción y se cobró más de 600 vidas en medio del abandono del Estado, según activistas locales. Ya en 2015, un vendedor callejero de pescado murió triturado en un camión de basura cundo trató de impedir que se le confiscara la mercancía. Su tragedia volvió a prender la mecha del Rif.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.
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