Tres años y medio después, Margarita salió de Mariupol para volver a ver a su madre
Recuperar a miles de niños que quedaron bajo la tutela de Rusia tras la invasión es una de las mayores obsesiones de Ucrania


Los niños llegan por turnos y acompañados de sus madres. Unos tras otros van sentándose en la sala de espera del Centro de Protección de los Derechos de la Infancia (CRPC), en Kiev. Antes de 2022, antes de que Rusia lanzara la invasión de Ucrania, el lugar era un popular establecimiento de comida japonesa. El Gobierno instaló allí en 2023 las oficinas del CRPC para coordinar una de las misiones más sensibles de la guerra: devolver a sus familias a los miles de menores que por distintos motivos quedaron atrapados en las regiones ocupadas, y a muchos de los cuales el invasor envió a orfanatos en territorio ruso o entregó en adopción.
Los niños que eran convocados el pasado 6 de agosto en las oficinas del CRPC habían retornado en julio a la Ucrania libre, procedentes de Rusia. Aquel día, cuando se produjo la visita de EL PAÍS, ellos y sus familias tenían entrevistas con los Servicios de Seguridad de Ucrania (SSU), para que el Ministerio del Interior recabara información sobre sus tribulaciones y sobre el viaje de regreso.
La mayoría de los que estaban allí se reencontraron con sus padres gracias a la mediación de Qatar. El país árabe coordinó el viaje de los niños entre las autoridades rusas, el Defensor del Pueblo de Ucrania y la organización Bring Kids Back, dependiente de la presidencia ucrania. Desde 2023 y hasta este verano, cerca de 1.500 menores de edad han podido retornar a Ucrania. Moscú va aceptando a cuentagotas que niños reclamados por familiares directos sean devueltos a Ucrania.
La cuestión de los niños está presente en cada reunión que mantienen el Gobierno y la presidencia ucrania con sus aliados y con Rusia de cara a un posible acuerdo de paz. “Es un crimen contra el futuro de Ucrania”, dicen los estatutos de la organización fundada por el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski.
Nathaniel Raymond, académico de la universidad de Yale, cifra en 35.000 el número total de menores que pueden haber sido desplazados obligatoriamente a Rusia o forzados a permanecer en los territorios ocupados. Es precisamente por esto, y no por otros crímenes de guerra, por lo que el Tribunal Penal Internacional dictó en 2023 una orden de arresto contra el presidente ruso: “Vladímir Vladimirovich Putin, nacido el 6 de octubre de 1952, es presuntamente responsable del crimen de guerra de la deportación ilegal de menores y el traslado ilegal de menores de las zonas ocupadas de Ucrania a la Federación Rusa”, rezaba la orden.
Hay múltiples razones por las que los niños quedan desamparados durante la guerra. Un motivo puede ser el fallecimiento de sus familiares; otro, la detención del progenitor que los tenía a su cargo. Hay menores que cuando estalló la invasión estaban internados en orfanatos y fueron dados en adopción a familias rusas. Otra circunstancia común son situaciones extremas y los combates que separan a hijos y padres de un día para otro.
Margarita tiene 13 años y desde julio vive en Kiev con Katerina, su madre. Margarita había visto por última vez a Katerina el 24 de febrero de 2022, el día en el que empezó la invasión rusa. La mujer era militar en Mariupol y mandó a la niña a casa de su abuela, en un pueblo a las afueras de la gran ciudad portuaria de la provincia de Donetsk. La figura paterna no era una opción porque había roto relación con la familia hace años. Katerina combatió durante todo el asedio, y en mayo de aquel año fue capturada. Fue prisionera de guerra en Rusia durante un año, hasta que fue intercambiada junto con otros presos en 2023. Regresó a Ucrania, pero sin su hija.
La niña, por entonces de 10 años, continuaba viviendo en la casa de la abuela, pero ahora en territorio bajo dominio ruso. El apartamento familiar en Mariupol ya no existía, quedó destruido por los bombardeos, por lo que cada día tenía que desplazarse por su cuenta de la aldea a su escuela en la ciudad. Las visitas de los servicios secretos rusos eran constantes, explica Margarita. Katerina añade que tanto las autoridades rusas como el entorno de la abuela convencieron a la anciana de que Margarita no debía reencontrarse con la madre.
Finalmente, el pasado julio, la abuela accedió a decir adiós a Margarita. La menor fue transportada en coche a Rostov, ciudad en el sur de Rusia; de allí fue trasladada a Moscú. En la capital rusa tomó un avión a Minsk (Bielorrusia) y, tras tres días de periplo, cruzó la frontera con Ucrania y se reencontró con su madre.

Margarita vestía el 6 de agosto ropa de color negro con complementos rosa. Destacaban unos pendientes de Hello Kitty y un bolso de otros conocidos dibujos animados. Ni el discurso ni la experiencia de la niña corresponden a su edad: “Cuando empezó la guerra yo quería ser la mejor estudiante, para sacar las mejores notas. Quiero ser médico. Pero de un día para otro ya solo pensaba en sobrevivir”, relata. “Algo que me sorprendió de la guerra es la falta de espíritu crítico de los rusos y de la gente de Mariupol”, continúa Margarita. “Les dicen que los ucranios son malos y se lo creen, pero la muerte llegó a Mariupol porque nos invadieron ellos”.
Kostia tiene 11 años y, como Margarita, no sabe hablar ucranio. La entrevista con ambos se desarrolló en su única lengua, el ruso, porque provienen de un entorno rusófono y porque no aprendieron otro idioma en la escuela. Las dos familias tampoco quieren que se hagan públicos sus apellidos por la seguridad de sus allegados en los territorios ocupados.
El caso de Kostia, sin embargo, es diferente. Él es de Lugansk, también en la región de Donbás, pero, a diferencia de Margarita, toda su vida la ha pasado en una realidad distante de la Ucrania libre. Nació en 2014, cuando su ciudad pasó a manos de los separatistas prorrusos, y desconoce por completo qué es Ucrania.
En el colegio nunca recibió lección alguna sobre la historia de Ucrania, solo del imperio ruso y del mundo. Su primer viaje fuera de Lugansk, además del que hizo para llegar a Kiev este pasado julio, fue con su padre a principios de agosto. El padre es transportista y se llevó a su hijo con él a Lviv, al oeste de Ucrania. “Mi padre me llevó a Polonia”, explica Kostia al periodista. La esposa de su padre, también de nombre Katerina, que es quien lo acompañó a la entrevista con el SSU, le corrige y le dice que Lviv está en Ucrania. “Ah, pues parecía un sitio extranjero”, responde Kostia.

Cuando le dicen que Ucrania será en el futuro parte de la Unión Europea, Kostia no sabe lo que es la UE, pero Katerina le señala que es Europa y que él pronto podrá viajar a los países que desee. “¿Ucrania será Europa?”, se pregunta sorprendido el niño.
El padre y la madre de Kostia están divorciados y el hijo vivía con ella en Lugansk. La situación económica en esta capital de provincia anexionada ilegalmente por Rusia es dramática, y la madre no tenía suficientes recursos para mantener al niño. “Llegaron a la conclusión de que lo mejor para el futuro de su hijo era que se fuera a vivir con el padre”, comenta Katerina.
Web para adoptar niños
Kostia tuvo suerte de que su madre aceptara separarse de él, dice una portavoz de Bring Kids Back. Las autoridades ocupantes de Lugansk abrieron este agosto una web en la que ofrecen la adopción a familias en Rusia de cerca de 300 niños de la provincia que son huérfanos o a los que sus padres no pueden mantener.
Kostia, como Margarita, se subió una mañana de julio a una furgoneta que lo condujo hasta Rostov. De allí viajó a Moscú, luego a Minsk y, finalmente, a la frontera con Ucrania. Durante aquellos tres días confraternizó con una niña que también venía de Lugansk. “Hacíamos bromas para superar los nervios”, cuenta. Todo es nuevo para él. Vive en la provincia de Kiev y admite que no le gusta la capital. Le cuesta adaptarse al lugar, a tomar el metro, a tanto ruido y a tanta gente.
Es tímido, y no entiende el ucranio. No tiene ganas de empezar en una nueva escuela. Su cabeza sigue en Lugansk, donde correteaba con sus amigos y donde ya hacía años que se había acostumbrado a las explosiones. Al final concede que sí hay dos cosas que le gustan de Kiev: el parque acuático de la ciudad y los McDonald’s. Él y Katerina se despiden porque tienen que citarse con el padre, que acaba de llegar de un viaje de trabajo a Zaporiyia. El reencuentro será en el restaurante de hamburguesas favorito de Kostia.
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