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Tusk se prepara para la batalla frente al nuevo presidente ultraconservador de Polonia

Karol Nawrocki toma posesión como jefe de Estado el miércoles con la intención de plantar cara al Gobierno de coalición liberal

Karol Nawrocki, el día de las elecciones presidenciales, el pasado 1 de junio.
Gloria Rodríguez-Pina

Cuando Donald Tusk llegó al poder en Polonia en diciembre de 2023, tras ocho años de Gobierno ultraconservador, prometió reconciliar a una sociedad partida en dos y fuertemente enfrentada. Los polacos pueden dar prácticamente por perdido ese compromiso. Con la toma de posesión del ultra Karol Nawrocki como presidente este miércoles, el primer ministro liberal de centroderecha se prepara para la confrontación constante. Nawrocki, historiador y exboxeador, llega a la jefatura de Estado con la intención manifiesta de plantar cara al Gobierno, y Tusk, con equipo y fuerzas renovadas, le está esperando.

Los presidentes en Polonia tienen competencias limitadas pero poderosas. Su principal arma es el derecho de veto legislativo, que solo se puede revertir con una mayoría parlamentaria de dos tercios (que la coalición de Gobierno no tiene). Nawrocki, un neófito que ha llegado a la política de la mano del partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS), ha manifestado su intención de hacer pleno uso de esa prerrogativa para limitar al Ejecutivo.

El nuevo jefe de Estado no está afiliado a PiS. Sabe, sin embargo, que le debe su posición al partido de Jaroslaw Kaczynski, que le designó como candidato para las elecciones del pasado junio. También a la extrema derecha de Confederación, cuyos votantes fueron decisivos para asegurarse una victoria ajustadísima en la segunda vuelta. En sus cinco años de mandato tendrá que hacer equilibrios entre ambos.

Para PiS, el palacio presidencial es crucial. Es la única institución en la que conserva el poder, y como dice Malgorzata Kopka-Piatek, investigadora sénior del Instituto de Asuntos Públicos, “la emplearán al 200%”. El mandato de Nawrocki, que sucede en el cargo a otro ultraconservador, Andrzej Duda, es la pasarela de los de Kaczynski para volver al Gobierno. El hasta ahora director del Instituto de la Memoria Nacional —una figura con un pasado turbio y vínculos con grupos hooligans y neonazis—, torpedeará la agenda política de Tusk y tratará de inundar el Parlamento con iniciativas legislativas “populistas”, según Kopka-Piatek, como una rebaja fiscal que sabe que las finanzas públicas no pueden sostener.

El primer ministro, cuyo liderazgo quedó muy tocado tras la derrota electoral de las presidenciales, aguarda a Nawrocki con las armas en alto y asegura que tiene un plan de contingencia si el bloqueo del presidente es total. La cohabitación, prevén los analistas, puede ser feroz. “Van a tener una lucha permanente porque, en realidad, redunda en interés de ambas partes”, observa Kopka-Piatek en conversación telefónica. La popularidad del Gobierno está en fuerte retroceso desde hace tiempo. Una parte importante del electorado liberal se siente frustrada por las promesas incumplidas y la lentitud de las reformas, además de las peleas internas entre los socios. Tras el elocuente mensaje que recibió en las urnas, Tusk ha tomado nuevo impulso con cambios en el Ejecutivo, que anunció en julio.

Gabinete de guerra

El nuevo equipo, señala Wojciech Przybylski, director del centro de análisis Visegrad Insight, “ha sido diseñado esencialmente para convertirlo en un gabinete de guerra en términos de polarización política”. PiS, a través de Nawrocki, tratará de hacerle todo el daño posible al Gobierno. Pero para el Ejecutivo, la polarización puede ser el motor de la movilización de sus votantes más fieles, y no dudará en azuzarla. “En dos años habrá elecciones y tener un presidente que puede servir como ejemplo fresco de qué está en juego, qué tipo de políticas no quieren, es muy importante y muy útil”.

Dos de los nuevos nombramientos son especialmente ilustrativos “y una señal muy clara de que va a haber una guerra con Nawrocki”, según Kopka-Piatek. Son los “combatientes” —como los describe—, que Tusk necesita. El primer juez que alzó la voz contra los ataques a la independencia judicial durante el Gobierno de PiS, Waldemar Zurek, es el nuevo ministro de Justicia. Convertido en un símbolo de resistencia frente a la embestida de los ultraconservadores al Estado de derecho, el juez de Cracovia llega dispuesto a hacer una limpieza radical —sin los reparos de su antecesor, Adam Bodnar—, en el poder judicial. El previsible veto presidencial le complicará, sin embargo, completar las reformas legislativas necesarias para revertir los cambios que ejecutó PiS.

La segunda arma de Tusk es Radoslaw Sikorski, el ministro de Exteriores, al que ha ascendido a vice primer ministro. El jefe de Estado ejerce funciones de representación en organismos internacionales como la OTAN y firma los nombramientos de la cúpula militar, embajadores y jueces, entre otros. Sikorski cuenta con la aprobación social y el carácter suficientes para hacer frente al presidente en el ámbito de la política exterior, como ha demostrado con Duda. Pero la prensa y analistas polacos ven además su promoción como un sondeo de Tusk para, eventualmente, designarle como sucesor en una posible nueva remodelación del gabinete en otoño, como señala Przybylski.

El director de Visegrad Insight cree que, en términos generales, el Gobierno y la presidencia pueden estar alineados en el ámbito de la defensa, las relaciones transatlánticas, la seguridad energética y cuestiones relacionadas con el patriotismo, la historia e identidad nacionales. También, con matices, en el apoyo a Ucrania: ambos, conscientes de que la seguridad de Polonia depende de la victoria de Kiev, están a favor de seguir ayudando militarmente al país vecino. Nawrocki ha cuestionado, sin embargo, su adhesión a la UE, además de la OTAN, aunque Tusk también condiciona su ingreso al club comunitario a reformas.

En otros asuntos que el país considera claves, como el control de las fronteras, la inmigración, la inflación o el precio de la energía, los dos bandos “pelearán por la dominancia”, prevé Przybylski. Quién es más duro, más eficaz, con más control. Ahí entrará también en juego el auge de la extrema derecha de Confederación, un actor en crecimiento que puede ser decisivo en las próximas elecciones para unos y otros, y que está consiguiendo marcar la agenda en algunos asuntos. Temas sociales que impulsaron la victoria de Tusk, como la legalización del aborto o las parejas del mismo sexo, quedan virtualmente aparcadas, tanto por la poca posibilidad de éxito con un presidente ultra como por la oposición de uno de los socios de Gobierno, el partido agrario conservador PSL.

El éxito de Nawrocki en las elecciones abrió el debate en Polonia sobre la posibilidad de unas elecciones anticipadas y los analistas preveían una etapa de incertidumbre y desestabilización. Dos meses después, el shock parece superado, ese escenario no se plantea a corto plazo y Tusk, cuya posición entonces se tambaleaba, se ha pertrechado para retomar la guerra con PiS. Kopka-Piatek advierte de que muchos votantes están “frustrados” con esa confrontación constante. Se pregunta si el primer ministro podrá mantener ese tono dos años más, hasta los comicios de 2027. Aunque no duda de que “Nawrocki le dará temas de sobra para hablar sobre el peligro que supone que PiS vuelva al poder”.

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