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El Partido Comunista chino supera por primera vez los 100 millones de miembros

La formación que rige la vida de la segunda potencia mundial se enfrenta a los retos del envejecimiento de sus filas y el creciente escrutinio internacional contra sus afiliados

Memorial del Primer Congreso Nacional del Partido Comunista de China, en Shanghái

Las primeras notas de La Internacional tocadas por una trompeta solemne y solitaria resuenan por el enorme vestíbulo. En la pared, una pantalla emite un vídeo con los hitos del Partido Comunista chino (PCCh), desde su nacimiento en 1921 a la “lucha contra la pandemia en solidaridad”, dicen los rótulos. El presidente chino, Xi Jinping, aparece finalmente en el centro con la chaqueta de estilo Mao Zedong que viste en las grandes ocasiones, y proclama: “Ninguna fuerza puede detener al pueblo chino y a la nación china de marchar hacia adelante”. Vuelve a sonar La Internacional, y empieza de nuevo el vídeo en bucle de la sala introductoria del Museo del Partido Comunista chino, levantado junto a la ciudad olímpica de Pekín.

El imponente edificio de columnas, con la insignia de la hoz y el martillo en el frontispicio, se ha ido llenando. Hay familias, estudiantes, grupos de empresas. Un pelotón de militares se fotografía ante un letrero rojo: “Nunca olvidar las intenciones originales y mantener la misión en mente”. Muchos llevan prendido en el pecho el pin que les reconoce como miembros del Partido. La ocasión lo merece: es martes 1 de julio, el día del 104º aniversario de su fundación. Y además, los medios estatales acaban de anunciar que la organización que rige el destino de la segunda potencia del planeta, el partido único que gobierna China desde 1949, ha rebasado por primera vez los 100 millones de miembros.

El hito puede resultar meramente simbólico para una formación cuya influencia va mucho más allá de la militancia: es la estructura que articula el Estado y define las reglas del juego en todos los ámbitos de la vida pública y privada, desde los debates en los comités vecinales, hasta las decisiones estratégicas de muchas de las grandes empresas. Pero la impresionante cifra —rubricada incluso tras endurecer los filtros de entrada— va también acompañada de desafíos, como el envejecimiento de sus filas y el creciente escrutinio internacional, en un momento en el que las autoridades comunistas lidian con un entorno económico y geopolítico cada vez más incierto.

VIsitantes en el museo del Partido Comunista de China en Pekín, el pasado martes.

De acuerdo con el Departamento de Organización del PCCh, al cierre de 2024, el número de militantes superó ya la barrera de los 100 millones, exactamente 100.270.000, ya cerca de uno de cada diez adultos. Solo existe un partido político con más miembros en el mundo, el gobernante Bharatiya Janata de la India, con unos 140 millones, pero con un sistema de afiliación infinitamente más laxo.

La imbricación del PCCh con la sociedad es difícil de definir con estándares occidentales. “Como el panóptico, el Partido es omnipresente en la política china, al tiempo que se mantiene relativamente oculto”, escribía Richard McGregor en su monumental ensayo El Partido (2011). “El Partido es como Dios”, cita McGregor a un profesor de la Universidad Renmin de Pekín. “Está en todas partes, aunque no podamos verlo”. El libro ha quedado desfasado en algo: en la China de hoy, 13 años después de que Xi llegara al poder, el Partido se ha vuelto bastante más visible.

El museo, levantado en 2021, es una oda a la propaganda. Relata el viaje de la “humillación” del país bajo un régimen “semicolonial y semifeudal” a finales del siglo XIX hasta los logros de la carrera espacial en el XXI, bajo el mandato de Xi. Las frases del secretario general cuelgan de las paredes cada poco, como oraciones a meditar. Aunque hay espacio para Mao y otros dirigentes, como Deng Xiaoping, que tomó la batuta en 1978, tras la muerte del fundador de la República Popular, y dio paso al periodo de apertura y reforma. Con él llegaron la iniciativa privada, las empresas, el hipercrecimiento, y los hogares pasaron de ser cuartuchos desnudos a llenarse con los símbolos del nuevo mundo: un televisor en color, un radiocasete, un frigorífico.

“En mi casa también teníamos estas cosas”, le dice Ding Wenqing, de 70 años, a sus nietos (uno estudia primaria y otro de secundaria) frente a la reproducción de un hogar ochentero propio de aquella incipiente clase media. El señor Ding cuenta que los ha traído para “mantener la historia del Partido y enseñarles a ser más aplicados y a estudiar más para construir mejor el sueño chino”, dice, usando una expresión habitual de Xi. Parece contento. Él se afilió cuando era militar, hace 50 años, y justo este martes ha recibido una llamada de la organización anunciándole que le entregarán un símbolo de recuerdo por el medio siglo como miembro. Cree que el hecho de que siga creciendo es “un fenómeno normal de la historia”. Se explica: “El PCCh tiene como objetivo mejorar la vida del pueblo”. Y bajo su perspectiva: “China ya es una potencia mundial”.

Los últimos datos, sin embargo, muestran los obstáculos que la formación tiene para renovarse: los mayores de 61 años representan casi un tercio de la militancia, mientras que los menores de 35 apenas suponen uno de cada cuatro afiliados. Este último grupo se redujo un 2,4% en 2024 respecto al año anterior. Y solamente el 30,9% de sus filas son mujeres.

Algunos analistas apuntan que, desde que Xi impulsó una estrategia para reforzar la “pureza” del Partido y priorizar “la calidad sobre la cantidad”, la tasa de expansión también ha crecido a un ritmo muy pausado, de alrededor del 1%. La excepción se produjo en 2021, coincidiendo con los fastos por el centenario de la fundación del Partido, cuando las inscripciones se dispararon un 3,68% interanual.

Xi ha impuesto un mayor control sobre los procesos de admisión, ha endurecido el escrutinio político y ha prolongado los periodos de prueba con el objetivo declarado de evitar que ingresen quienes busquen únicamente beneficios personales. El año pasado, se publicaron nuevas directrices para expulsar a los miembros “incompetentes” y considerados faltos de “fe, lealtad y buen rendimiento”.

Esa campaña para elevar los estándares se inscribe dentro de otra más amplia: la ofensiva contra la corrupción, una de las señas de identidad del gobierno de Xi. Desde que asumió el liderazgo del PCCh en 2012, millones de funcionarios de todos los niveles han sido objeto de investigaciones y cientos de miles han sido amonestados; muchos incluso han terminado expulsados del Partido y procesados, un movimiento que los analistas interpretan como posibles purgas. Solo en 2024, 680.000 personas fueron sancionadas con medidas disciplinarias, entre ellas, 73 altos cargos a nivel provincial y ministerial, y fueron expulsados del Partido dos exministros de Defensa y un exdirector de la Fuerza de Cohetes del Ejército.

 Xi Jinping (centro de la imagen), junto a Li Qiang, Zhao Leji, Wang Huning, Cai Qi, Ding Xuexiang y Li Xi, asiste a la tercera sesión plenaria del XX Comité Central del Partido Comunista de China, el 18 de julio de 2024.

Entrar a formar parte del PCCh no es sencillo. Liu Chenyu, un estudiante de primer año de máster en Derecho, de 24 años, cuenta que ya ha cursado la solicitud. Va acompañado de otros cinco estudiantes que también expresan su intención de sumarse. Las peticiones se suelen demorar entre un año y medio y dos años y medio, explica. Entonces uno pasa a ser un miembro provisional, y solo después de otro año será admitido de pleno derecho. Según estadísticas oficiales, a finales de 2024, el Partido acumulaba casi 21 millones y medio de solicitudes de ingreso en espera, un 2,1% más que en 2023. Liu cree que unirse al Partido le ayudará a “tener más oportunidades de ayudar a la gente” y a “entrar en contacto con personas de diferentes sectores o clases”.

Aunque no es un requisito indispensable para acceder a un empleo público, ser militante representa una ventaja notable frente a quienes carecen de afiliación, según estudios recientes. Uno publicado en 2020 en Pacific Economic Review calcula que los miembros del PCCh ganan de media mensualmente un 20% más; otro de 2024, recogido en World Development, concluye que han disfrutado de ventajas económicas a largo plazo, como un mejor acceso a la vivienda privada y mayor acumulación de riqueza a través de plusvalías.

Ser miembro implica el pago de cuotas (de hasta el 2% del salario mensual), participar en actividades organizadas en las células locales y asistir a sesiones de estudio dedicadas a las directrices del Partido y a los discursos de Xi. Pero esa credencial que dentro de China abre puertas, podría llegar a ser un lastre fuera de sus fronteras. En un clima de creciente desconfianza hacia la proyección internacional de Pekín, Washington ha amenazado con restringir la concesión de visados a personas vinculadas al PCCh.

“La época actual me parece peor”, afirma Yue Hong, una profesora universitaria recién jubilada. Echa de menos las décadas posteriores a la fundación de la República Popular, cuando las ideas y principios del Partido “se correspondían más con las necesidades reales del pueblo”. Ahora, cree, “la gente no está tan unida”. Ella, nacida en 1963, nunca se afilió. Pero sí su madre, de 90 años —que participó en la guerra de Corea (1950-53)― y su padre. Por eso acude a menudo a visitar el museo. Lleva un rato frente a las icónicas imágenes de Mao en Tiananmen en 1949, cuando proclama: “Desde ahora, el pueblo chino se ha puesto en pie”.

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