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Los sacerdotes rusos contrarios a la guerra en Ucrania se enfrentan a la represión de Putin: “¡No se puede matar, punto!”

El Kremlin y la Iglesia ortodoxa rusa han perseguido a decenas de religiosos que clamaron por la paz. Los tribunales eclesiásticos los privan de garantías

Guerra de Rusia en Ucrania
Javier G. Cuesta

La Biblia dice “no matarás”, pero en los templos de la Iglesia Ortodoxa Rusa es obligatorio rezar por el triunfo de los invasores en la guerra de Ucrania. “Oh Dios, álzate en ayuda de tu pueblo y concédenos la victoria con tu poder”, dice la Oración por el Santo Rus, una plegaria impuesta por el patriarca Kiril —el líder de la Iglesia en Rusia— a sus clérigos en cada misa desde 2022, el año en el que el Kremlin lanzó la invasión a gran escala del país vecino. Un desconocido sacerdote, Ioann Koval, se atrevió a sustituir la palabra “victoria” por “paz” y fue expulsado personalmente por el jefe supremo.

Decenas de religiosos más han sido perseguidos por pedir el fin de la guerra, algunos de ellos encarcelados o proscritos con la temida etiqueta de “agentes extranjeros”. La represión coordinada entre el régimen de Vladímir Putin y el patriarca alcanza así el último rincón de Rusia donde se podía hablar de paz sin miedo: las iglesias.

“Había problemas entre Rusia y Ucrania, es cierto. Por ejemplo, la aceptación del idioma ruso. Pero deberían haberse resuelto mediante negociaciones. ¡No se puede ir a una guerra! ¡No se puede matar! ¡Punto!”, dice con rotundidad el obispo Grigori Mijnov-Vaitenko a este periódico tras oficiar la misa del domingo ante un pequeño grupo de feligreses en una capilla apartada de un polígono de San Petersburgo.

El religioso toma el té de cada domingo con otros cristianos. Mijnov-Vaitenko saltó a la fama en 2014 por protestar por la inacción de la Iglesia Ortodoxa Rusa ante la anexión de Crimea y la guerra desatada por el Kremlin en el este de Ucrania. Un año después se pasó a la Iglesia Apostólica Ortodoxa, otra comunidad religiosa independiente de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El 16 de febrero de 2024, el día en el que el opositor Alexéi Navalni murió en la cárcel, Mijnov-Vaitenko fue arrestado cuando se dirigía a oficiar un homenaje al gran rival del presidente Putin en un monumento a las víctimas de la represión política. Poco después, el Kremlin declaró al obispo “agente extranjero”, lo que implica una condena al ostracismo.

“He visitado las cárceles durante más de 10 años, he ayudado a los presos políticos, pero ahora lo tengo prohibido”, lamenta Mijnov-Vaitenko, cuya etiqueta le hace la vida imposible. El agente extranjero corre el riesgo de ser arrestado y tiene vedadas muchas actividades públicas.

El religioso halló refugio en la Iglesia Apostólica Ortodoxa, independiente de la Ortodoxa Rusa, aunque ambas comparten una estructura parecida: las dos están registradas como “organizaciones no comerciales religiosas” ante las autoridades rusas. Sin embargo, la Ortodoxa Rusa se ha fusionado de facto con el Estado, mientras que la Apostólica Ortodoxa se arriesga a ser liquidada por no ponerse al servicio de Putin.

“Si ocurre, pues habrá ocurrido”, se resigna el obispo. “Los Testigos de Jehová son una organización bastante inofensiva que evita tener nada con el Estado y fue prohibida. Existe ese temor, pero eso no significa que debamos detener nuestras actividades o apoyar la guerra. No será así”, afirma Mijnov-Vaitenko.

 Ioann Koval, un sacerdote que fue expulsado de la Iglesia Ortodoxa Rusa tras hacer un llamamiento a la paz en Ucrania, posa en julio de 2023 en el interior de una iglesia ortodoxa en Antalya (Turquía).

Según un informe presentado a la ONU por Serguéi Chapnin, exsubdirector de la Editorial del Patriarcado de Moscú (el servicio de publicaciones de la Iglesia Ortodoxa Rusa), las autoridades han abierto casos penales contra al menos 16 religiosos y procedimientos administrativos contra otra treintena. A ellos se suman al menos 19 juicios canónicos dentro de la Iglesia Ortodoxa Rusa, una simulación de los tribunales ordinarios sin garantía alguna, según las organizaciones de derechos humanos. Este periódico ha intentado recabar la versión de la Iglesia Ortodoxa Rusa sobre esta situación, pero no ha obtenido respuesta.

El patriarca Kiril suspendió al sacerdote Dimitri Safrónov de sus funciones durante tres años por oficiar el funeral de Navalni en 2024. Otro clérigo, Vladímir Koroliov, rector de la Catedral de Kazán en Tula, fue apartado por negarse a que los niños cosieran redes de camuflaje y recaudaran dinero para la guerra en la escuela dominical que él mismo fundó.

El brazo religioso del Kremlin

“Un sacerdote fue encarcelado durante dos semanas porque tenía en sus redes sociales una foto de 2014 con la bandera de Ucrania. Nadie normal busca fotos de hace 10 años”, relata por teléfono desde el exilio el sacerdote Andréi Kordochkin. Su organización, Paz para Todos (Mir Vsem, en ruso), ayuda a otros religiosos represaliados por el régimen y la Iglesia Ortodoxa Rusa.

Su objetivo es demostrar que existe “una voz contraria a la guerra y al putinismo” dentro de su iglesia, y mostrar su solidaridad con los religiosos que solo pueden callar. “El que vive en una provincia puede acabar en el ostracismo. No solo de la comunidad eclesial, sino también de todos sus vecinos”, dice Kordochkin, que advierte de que los sacerdotes y sus familias “pueden perder su hogar y todos sus medios para vivir si son expulsados”.

Entre otras acciones, Paz para Todos ayuda a los religiosos a salir de Rusia con visados humanitarios. “La persecución en los territorios ocupados en Ucrania es brutal”, añade Kordochkin.

El sacerdote admite que los críticos con la guerra son una minoría, pero subraya que son una minoría molesta para el poder. “Una parte importante de la Iglesia apoya a Putin, eso está claro; pero tanto el Estado como la Iglesia quieren mostrar que hay un apoyo total, y no es así. Nuestra actividad les irrita porque era uno de los últimos sitios donde se podía debatir”, apunta Kordochkin.

La Iglesia Ortodoxa Rusa es, en el plano legal, una organización sin ánimo de lucro, “pero tiene sus particularidades”, enfatiza el abogado defensor de derechos humanos Mijaíl Benyash, que ironiza con que esta organización está registrada de la misma manera que lo estaba la antigua ONG de Navalni.

Una de sus particularidades es su sistema judicial propio, el instrumento que permite reprimir a los sacerdotes díscolos. Un mecanismo que no ofrece las garantías de un tribunal ordinario: sus juicios son a puerta cerrada, no está permitida la presencia de abogados “y no se permite verificar algunas pruebas presentadas, como los protocolos abiertos por la policía”, dice Benyash, que recalca que uno de sus mayores problemas es que los tribunales no son independientes y la decisión final se adopta en la cúspide de la Iglesia.

El papel de Kiril

Kiril, hoy espolón del tradicionalismo ruso, fue responsable de que la Iglesia Ortodoxa Rusa se convirtiese en el mayor importador de alcohol y tabaco del país tras el derrumbe de la Unión Soviética. Como jefe del departamento de Asuntos Exteriores de la institución, Kiril aprovechó que la Iglesia estaba exenta de pagar impuestos para montar un negocio que movió miles de millones de rublos.

Tres décadas después, Kiril es un firme defensor de los valores tradicionales y la familia numerosa. A finales de 2024 instó a tomarse una hipotética guerra nuclear “desde un punto de vista espiritual” y “no desanimarse ni temer el supuesto fin del mundo”. “El Señor vendrá en su gloria, destruirá el mal y juzgará a todas las naciones”, enunció ante el Consejo Mundial del Pueblo Ruso, a cuyos fieles animó a “ser guerreros del Señor”.

“Conocí a Kiril a principios de los 2000”, recuerda Mijnov-Vaitenko. “Me pareció una persona muy moderna, con una mente analítica muy buena, muy abierta a la cultura occidental y, en general, a la comunicación internacional”, añade con un suspiro el religioso, que no entiende la enorme evolución del patriarca. “¿Cambió de opinión o se sintió intimidado? Es difícil decirlo, pero parece que son dos personas diferentes”.

Mijnov-Vaitenko percibe que una gran parte de sus colegas que siguen dentro de la Iglesia ortodoxa “están muy preocupados [por la guerra], pero no pueden expresarse, están atrapados por sus circunstancias”. En cualquier caso, él seguirá pidiendo el final del conflicto: “Todas las guerras acaban algún día. No queda otra opción que entablar negociaciones y buscar la paz. Y, cuanto antes suceda, mejor. Rezamos para que suceda mañana. Y mañana volveremos a rezar para el día siguiente. Todos los días”.

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