Corea del Sur acude a las urnas para dejar atrás la turbulencia de la ley marcial
El candidato liberal lidera las encuestas para ser el próximo presidente en un país que sigue polarizado


Corea del Sur acude este martes a las urnas con la intención de poner fin a la tormenta política que ha sacudido sus cimientos democráticos en los últimos meses. Los ciudadanos del país asiático eligen a su próximo presidente después de que el anterior, Yoon Suk-yeol, fuera cesado por tratar de imponer el pasado diciembre una ley marcial, enviando tropas al Parlamento, y sumiendo al país a una de sus peores crisis institucionales en su historia reciente.
Con Yoon fuera de juego desde abril, cuando el Tribunal Constitucional ratificó la destitución ordenada por el Parlamento, la votación de este martes se decide en un mano a mano entre los candidatos de las dos principales formaciones políticas del país.
Lee Jae-myung, del Partido Democrático (PD), de corte liberal, lidera las últimas encuestas publicadas con un 49,2% de intención de voto, según la agencia Yonhap. Ya fue el rival de Yoon en las anteriores presidenciales en 2022, que perdió por un margen de menos de un punto porcentual. Aquellos fueron unos comicios broncos que pusieron de manifiesto la polarización extrema que estaba por venir.
Frente a él, trata de seguir arañando votos Kim Moon-soo, del Partido del Poder Popular (PPP), la misma agrupación de Yoon, que es de corte conservador, y sobre la que pesa la negra sombra de lo que muchos en Corea del Sur consideran un intento de golpe de Estado vinculado a las filas de su agrupación.
Kim era ministro de Empleo de Yoon cuando este impuso la ley marcial, y hasta hace menos de un mes no se había disculpado formalmente por la medida extrema. La última encuesta publicada la semana pasada lo coloca en segundo lugar con un 36,8% de los votos, a más de 12 puntos de su rival.
Sus biografías tienen algunos parecidos. Ambos han sido gobernadores de provincia. Lee, del PD, tiene 61 años. Es de orígenes humildes, ejerció de joven como abogado de derechos humanos y en 2024, con la polarización en su apogeo, fue apuñalado en el cuello durante un encuentro con la prensa en Busan. Sobrevivió. También ha esquivado hasta ahora distintas acusaciones de corrupción que han amenazado su carrera política e incluyen malversación de fondos públicos, declaraciones falsas durante una campaña electoral y participación en un presunto plan para desviar dinero a Corea del Norte. Él niega todos los cargos.
Kim, del PPP, tiene 73 años y una vida que ha pasado por distintas fases. Saltó a la fama como político de derechas de línea dura, pero de joven fue un activista obrero, que estuvo detenido y fue torturado. Ahora trata de buscar el discurso moderado para distanciarse de su predecesor y aspirar a ganar el voto de centro.
Si Lee ha enfocado la campaña en acusar a su oponente de corrupción, y de tener vínculos con Corea del Norte, Kim, en cambio, la ha centrado en subrayar los lazos del aspirante con un “partido de insurrección”, señala Chun In-bum, un exgeneral surcoreano de tres estrellas retirado y reconvertido en analista.
Ambos aspirantes representan los dos bloques de una sociedad dividida, que ha pasado seis meses de turbulencias y sobresaltos, con manifestaciones multitudinarias reclamando la caída de Yoon, y numerosas concentraciones también de partidarios del presidente que coreaban su nombre y exigían su restitución en el cargo.
Los dos han asegurado desde el inicio de la campaña que buscan devolver la unidad al país y poner fin a la división. Aunque la agitación política ya no es la de hace unos meses, en las calles de Seúl se percibe que muchas heridas siguen abiertas.
“Sería muy triste devolver al partido conservador al poder después de todas las manifestaciones. Es como si toda la lucha hubiera sido en vano”, confía Haesel, una surcoreana de 29 años que se unió a numerosas protestas contra Yoon en los últimos meses. Sorbe una bebida de té matcha en una cafetería del centro de Seúl. Las mujeres jóvenes, como ella, con sus barras luminosas y sus canciones de K-pop, fueron una pieza esencial de las concentraciones, recuerda. Vivió la ola democrática con “sorpresa”. Ahora lo recuerda con orgullo. Pero dice que aún no siente “alivio” porque Yoon sigue libre (está siendo juzgado como líder de una insurrección).
“Los surcoreanos podríamos perder nuestras libertades e incluso la democracia si se convierte en presidente el candidato del partido rival”, dice el señor Choi, un profesor de universidad jubilado, de 67 años. Pero, en su caso, se refiere al Parido Democrático. Choi, que no quiere dar más señas por miedo a represalias si “los izquierdistas” llegan al poder, se encuentra entre los centenares de personas que han acudido el domingo a uno de los mítines del partido conservador.
“¡Kim Moon-soo!”, gritan los seguidores, a la espera de que llegue el candidato. La cita es a pie de calle, junto a un par de bocas de metro en un barrio animado del centro de la capital. Choi lleva un rato explicando por qué se ven tantas banderas estadounidenses: “Es importante la presencia de sus tropas en Corea del Sur. Pero los izquierdistas los quieren echar”. Advierte de los lazos con China del otro bando: “Son totalitarios; el señor Lee es un dictador”. Y, en cambio, dice entender los motivos por los que Yoon decretó la ley marcial, aunque cree que “no estuvo bien”.
El público es variopinto. Hay una nutrida presencia de personas que pasan los sesenta. Un grupo de abuelitas esperan pacientemente sentadas en el suelo sobre cartones. También se ven bebés y niños en brazos. Y personajes estrambóticos, como este otro tipo vestido como si fuera un experto en artes marciales; lleva unos nunchacos (esa arma que popularizó Bruce Lee, formado por dos palos cortos unidos por una cadena) en una mano, una bandera coreana en la otra, y una chapa del cesado Yoon en el tirante de una camiseta que deja al aire sus músculos y tatuajes.
“El principal problema del país es la polarización”, afirma durante la espera Eunjung Choi, una abogada de 38 años que considera a Kim un líder “fiable”. Sostiene una pancarta de mensaje anodino: “Ten un feliz día”. Y sobre la ley marcial afirma: “Fue un error. No teníamos ni idea, y tampoco Kim Moon-soo”. El ingeniero Taihyun Choi, otro de los que se han dejado caer por el mitin, defiende, en cambio: “Era necesaria”. Y da por buenas las explicaciones de Yoon, que justificó la decisión acusando a la oposición de controlar el Parlamento y paralizar al Gobierno, ejercer actividades antiestatales y simpatizar con Corea del Norte.
Cuando Kim Moon-soo finalmente sube al escenario vestido con una camisa estilo jugador de beisbol, la masa corea su nombre. Lo primero que hace es disculparse: “Pido perdón a aquellos que han sufrido por el impeachment”, arranca su discurso, en el que también habla de economía y de los problemas de la gente joven.
La situación no es buena. Mientras las protestas sacudían el país, y el país lo gobernaba un presidente en funciones, el PIB se contrajo en el primer trimestre. La caída podría agravarse en medio de las turbulencias globales, en un país de vocación exportadora y sobre el cual el presidente estadounidense, Donald Trump, también ha golpeado con su furia arancelaria.
Ramón Pacheco Pardo, catedrático de Relaciones Internacionales del King’s College de Londres y experto en Corea, resta, sin embargo, grados a la crispación ciudadana, sobre todo desde que el Tribunal Constitucional emitió el veredicto en el que decidió la destitución de Yoon. Cree que en el fondo todo el mundo está esperando ya al resultado de las elecciones: “Gane quien gane, en realidad, pero sobre todo si ganan los liberales (el PD), sería cerrar este capítulo”. El único riesgo, advierte, es ver hasta qué punto el perdedor decidirá tensar la cuerda.
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