Miles de despedidos, una motosierra y menos recortes de los prometidos: el legado de Elon Musk en Washington en la hora de su adiós
El hombre más rico del mundo se lleva de sus meses al frente del DOGE información sobre los secretos de la Administración que le pidieron adelgazar y una enorme crisis de reputación para sus empresas

El certificado de la defunción política de Elon Musk llegó este miércoles por la noche, hora de Washington, cuando el hombre más rico del mundo anunció en su red social, X, que renunciaba a la misión para la que Donald Trump lo había reclutado: desguazar la administración al frente de un nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE son sus siglas en ingles).
En realidad, su gira de despedida había empezado mucho antes, a finales de abril, poco después de que Trump cumpliera con el rito de paso de sus primeros 100 días en la Casa Blanca. Entonces, Musk se comparó a sí mismo con un ser iluminado. “El DOGE seguirá sin mí. ¿No creció el budismo tras morir Buda?” El martes, insistió en ese deseo de un futuro en el que la “motosierra del gasto público” pueda seguir rugiendo con otro u otros a los mandos. “La misión del DOGE se fortalecerá con el tiempo a medida que se convierta en una forma de vida en todo el gobierno”, escribió en X.
Algo así no está garantizado: el departamento lo montó reclutando a una veintena de jóvenes ingenieros, algunos de ellos, casi unos niños, que, con inspiración en Silicon Valley y espíritu iconoclasta, entraron a saco en una agencia federal detrás de otra para acceder a sus secretos, ordenar recortes, despedir a decenas de miles de funcionarios y dinamitar el compromiso de Estados Unidos con la cooperación internacional con el cierre de consecuencias globales de USAID. La guía de todos esos muchachos era la figura de Musk, que había hecho pruebas con esa terapia de choque en algunas de sus empresas −entre las que se cuentan, además de X, la aeronáutica Space X, o Tesla, compañía de coches eléctricos− así que no está claro quién los guiará ahora. De momento, su mano derecha en DOGE, Steve Davis, empleado de otra de sus empresas, la tuneladora Boring Company, que había viajado a Washington para echar una mano, lo deja también. Y se esperan más renuncias de peso.
Como empleado especial del Gobierno, categoría en la que la Casa Blanca lo había metido para evitar que su nombramiento tuviera que ser aprobado por el Senado, Musk tenía un límite por ley de 130 días para trabajar en ese puesto. Ese plazo se cumplía este viernes, día en el que Trump y Musk darán una conferencia de prensa conjunta en el Despacho Oval. Al principio de su segundo mandato, el presidente dio señales de estar dispuesto a saltarse esa regla. “[El viernes] Será su último día”, escribió Trump en Truth Social. “Aunque realmente no lo será, porque siempre estará con nosotros, ayudándonos en todo momento. ¡Elon es fantástico!“.
En este tiempo, el magnate de origen sudafricano se ha encontrado con una resistencia que a todas luces no esperaba. Pensó que iba a ser recibido como un héroe nacional, alguien que desatendía su gran vida como el hombre más rico del mundo para arrimar el hombro con el futuro de un país en un serio problema debido a su gigantesca deuda pública. Sus recortes han sumido a la región de Washington y a sus cerca de 300.000 empleados públicos en un ánimo ciertamente sombrío, y sus habitantes han respondido con manifestaciones en contra de Musk.

Su paso por la Casa Blanca deja tras de sí conflictos públicos y privados con miembros del gabinete de Trump y cuatro meses de imágenes para el recuerdo, inconcebibles antes de su incursión en política, una de las más extravagantes de la historia de Estados Unidos. Ahí están aquella vez que compareció en el Despacho Oval con su hijo de cuatro años; cuando Trump convirtió la Casa Blanca en un concesionario de Tesla para apoyarlo ante los ataques de consumidores airados; o la estampa de Musk enarbolando una motosierra recién regalada por el presidente argentino, Javier Milei. Lo hizo sobre el escenario de la Conferencia Política de Acción Conservadora, aquelarre trumpista en el que fue recibido como una estrella del rock.
Aquel día, defendió su misión al frente del DOGE, así como su derecho de llevarla a cabo sin renunciar al “humor”, que, dijo, estaba “de vuelta gracias a Trump”. En Washington y más allá, Musk también se ha encontrado con dificultades para que la opinión pública se riera con sus chistes.
Musk puede aspirar a que “la misión del DOGE” se convierta “en un estilo de vida del Gobierno”, pero parece claro que no confía demasiado en ello. Su adiós definitivo llegó solo un día después de que se hicieran públicas unas declaraciones en las que criticaba la “gran y hermosa ley”, iniciativa fiscal que tramitan los republicanos en el Congreso con la presión del presidente de Estados Unidos, que ha fiado el éxito de su agenda legislativa a que salga adelante esa norma. Musk se dijo decepcionado por el “enorme gasto público” que esta traerá y que la propia Administración de Trump cifra en más de tres billones de dólares.
Teniendo en cuenta que Musk saltó a la arena política prometiendo que sería capaz de recortar dos billones de un déficit de seis billones, los efectos temidos de esa ley no contribuirán a dejar su trabajo frente al DOGE en un buen lugar. El empresario después redujo sus aspiraciones de ahorro a un billón. Se va habiendo ajustado solo 175.000 millones, una cifra muy inferior a la prometida.
Se marcha también habiendo causado un considerable daño a la reputación de sus empresas que no le será fácil de reparar. Por las carreteras de Estados Unidos circula un buen número de vehículos Tesla con una pegatina puesta por sus dueños que dice: “Me lo compré antes de que Elon se volviera loco”. En estos cuatro meses, concesionarios, coches, camionetas y estaciones de carga de la empresa han sido objeto de ataques vandálicos, y la compañía ha perdido un 71% de su beneficio en el primer trimestre.
Presión de los inversores
Esas pérdidas hicieron que los inversores en Tesla perdieran la paciencia y su presión sobre Musk fue uno de los motivos por los que decidió volver a sus negocios y dejar de centrar sus esfuerzos en Washington, una ciudad a la que prácticamente se mudó de forma permanente. El martes, Musk escribió en X que era tiempo de volver a su rutina anterior: esto es, pasar días y noches en las fábricas que dirige obsesivamente, según sus empleados.
De su estancia en la “ciénaga” de Washington, que no logró drenar y casi lo engulle, también se lleva las sospechas de que aprovechó su acceso sin precedentes a los secretos de la Administración federal para obtener una información que podría serle muy valiosa, sobre todo en sus negocios con Space X, cuyo principal cliente es el Gobierno a cuyo adelgazamiento se ha dedicado.
Esta ha sido también la semana en la que su gran proyecto en la compañía espacial se llevó una nueva decepción con el fracaso, por tercera vez consecutiva este año, del lanzamiento de prueba del megacohete Starship, el más grande que el hombre ha conocido, y con el que sueña con llevar a la Humanidad a Marte, otra promesa que hizo en la toma de posesión de Trump, aquel día en el que hizo el saludo nazi. Es una promesa que, por razones obvias, no ha podido cumplir. Esta semana, la nave al menos no estalló al poco de despegar, como en las ocasiones anteriores, pero sí se desintegró en su camino hacia el espacio exterior.

En el último mes, según informan varios medios estadounidenses, Musk también ha paladeado los sinsabores de quien se acerca demasiado a Trump y acaba perdiendo su favor; aunque ambos insisten que su amistad sigue intacta, parece claro que la luna de miel de sus primeros meses, un idilio que empezó cuando el magnate decidió apoyar la campaña del republicano con una aportación récord de más de 260 millones de dólares, ha dejado paso a otra cosa, como, según The New York Times, pudo comprobarse durante el reciente viaje por Oriente Próximo del presidente. Mientras este y su familia hacían suculentos negocios sin hacer mucho caso de las molestas cuestiones éticas, a Musk le tocó hacer cola para poder saludar a Trump, algo impensable hace solo unas semanas.
Una viñeta humorística de la revista The New Yorker fue este jueves un poco más cruel con él. El dibujante retrata una escena en un edificio de Washington con el inconfundible obelisco de la ciudad al fondo. Sobre la mesa, hay una triste botella de refresco y una bolsa de patatas. En un cartel pone: “Adiós Elon”. Y un tipo dice: “Lo sentimos, pero los recortes del DOGE se han llevado por delante tu fiesta de despedida”.
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