Mujer, abuela, presidenta

Hillary Clinton tendrá 68 años en 2015, año electoral en Estados Unidos. Reagan tenía 69 cuando ganó las primarias republicanas. Su edad no fue obstáculo para una presidencia de dos mandatos que le inscribió como uno de los mejores presidentes de la historia. Un 57% de los ciudadanos de Estados Unidos quisieran repetir con Hillary la experiencia de un presidente de la tercera edad, muy acorde con la evolución demográfica que está experimentando el planeta.
Clinton ha sido primera dama de Estados Unidos durante ocho años, senadora por Nueva York ocho años más, candidata derrotada en las primarias demócratas frente a Obama y ahora secretaria de Estado, un cargo que en muchos momentos ha brillado con mayor fulgor que la propia presidencia y que ha contado en el siglo XX con fuertes personalidades de profunda huella en la modelación de la historia del mundo. La lista es impresionante: Dean Acheson, Henry Kissinger, George Shultz, James Baker, Madeleine Albright, Colin Powell y Condoleezza Rice, entre otros.
Hillary Clinton va a abandonar su actual encargo en enero, cuando se halla ya bien colocada en la lista de los grandes secretarios de Estado, tras estos cuatro años al lado de Barack Obama, formando un equipo de rivales, según expresión de la historiadora Doris Kearns Goodwin en un libro que fue lectura de cabecera del actual presidente al llegar a la Casa Blanca (Team of rivals. The political genius of Abraham Lincoln).
La actual tarea de Clinton culmina una carrera que no necesita alcanzar la presidencia para merecer la máxima consideración. Pero si quiere conseguirla, ahora parece reunir todas las condiciones de una buena candidata. No hay ni un solo político en ejercicio en el mundo con más y mejor experiencia, conocimiento de los países y de los Gobiernos, mejores contactos mundiales y mejor imagen en su país y en el conjunto del planeta. Tampoco hay nadie mejor acompañado y asesorado, empezando por su marido, el expresidente Bill Clinton, de excepcional inteligencia y habilidad políticas.
De alcanzar la presidencia, sería la primera vez en que alguien reside en la Casa Blanca primero como cónyuge y luego como titular, circunstancia que en un orden distinto también le sucedería a su esposo, Bill. Es probable que el perfume dinástico de esta opción sea algo que también goce del favor de los estadounidenses.
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