Sísifo vuelve a casa
Si alguien ha estado ahí todo este tiempo, en pleno campo de brega europeo, acarreando una y otra vez el pedrusco, ese es Javier Solana. Un Sísifo dialogante y componedor, capaz de tejer consensos y conseguir imposibles acuerdos, pero Sísifo al fin, enfrascado en la tarea y angustiado por la precariedad de su esfuerzo. Era ministro de Educación de Felipe González cuando cayó el muro de Berlín, pero no pasaron ni tres años cuando entró, como ministro de Exteriores, en la arena de la diplomacia internacional que no ha abandonado hasta hoy mismo. No hay, por tanto, crisis europea y mundial de los últimos 20 años en la que no haya estado implicado de una u otra forma desde entonces, algo ciertamente extraño en la historia de España.
Solana no es un caso aislado. Bastan los ejemplos de Federico Mayor al frente de la Unesco, Marcelino Oreja del Consejo de Europa o Rodrigo Rato del FMI. Desde el ingreso español en la UE en 1986, ha sido creciente el compromiso con las instituciones internacionales. Pero pocos políticos encarnan de forma tan duradera e intensa el cambio que se ha producido en las relaciones entre los españoles y el mundo des
Esta irrupción española en la escena internacional ha encontrado una fuerte resonancia generacional en el resto del mundo. Los jóvenes que en los años sesenta, y especialmente en 1968, se rebelaron contra las sociedades conservadoras de la época son los mismos que en los años noventa y primera década del siglo XXI se han encontrado con responsabilidades internacionales. Pocos episodios explican mejor esta sintonía que la guerra de Kosovo en abril de 1999, uno de los momentos más polémicos de la trayectoria de Solana, el secretario general de la OTAN que tuvo que ordenar los bombardeos sobre la Serbia de Milósevic para frenar un genocidio. La derrota serbia y la independencia de Kosovo no hubieran sido posibles sin Joschka Fischer en el Ministerio de Exteriores alemán, Tony Blair en Downing Street, Bill Clinton en la Casa Blanca, Bernard Kouchner —actual ministro de Exteriores de Sarkozy— como primer administrador de Naciones Unidas para Kosovo y Solana al frente de la OTAN: todos ellos jóvenes manifestantes contra la guerra de Vietnam en los años sesenta.
En aquellos combates se forjó un nuevo americanismo. Los antiguos izquierdistas, aleccionados por la historia, transformaron su viejo antiimperialismo en antitotalitarismo, su militancia en acción humanitaria y su pacifismo en disposición para la intervención internacional armada para derrocar tiranos e impedir nuevos genocidios. La presidencia de Bush dividió luego el campo y convirtió a un buen puñado de ellos, encabezados por Tony Blair, en auténticos
De su etapa de la OTAN cabe destacar los acuerdos de cooperación con Rusia, firmados en 1997, que marcan el fin de la guerra fría y de la Europa dividida por la Conferencia de Yalta (1945). Sin ellos la Alianza no podía abordar su primera ampliación a Polonia, Chequia y Hungría (1999). La tarea más espinosa fue la gestión de las guerras balcánicas y las sucesivas misiones europeas, y en ella actuó primero en su calidad de jefe civil de una alianza militar y después de jefe político de una institución civil y militar en construcción como es el 'ministerio' de Exteriores y Defensa europea del que ahora se hará cargo la británica Catherine Ashton.
Respecto a los diez años de política europea exterior y de seguridad, un estrecho colaborador suyo, Robert Cooper, ha señalado que la UE “en su conjunto ha funcionado mucho mejor que antes, especialmente comparado con la década de los noventa”. Entonces Europa tuvo que tratar con la crisis bélica y el genocidio en su propio territorio y no consiguió avanzar hasta que Estados Unidos se decidió a hacerlo. Las 22 misiones internacionales emprendidas no han dado todavía como resultado “una política coherente”, pero al menos se han hecho pequeños pasos en vez del retroceso que supuso la década de guerra y genocidio anterior.
Solana tomó a su cargo un invento de nueva creación, sin estructura ni personal, y lo deja convertido en lo que será la diplomacia más numerosa y, cabe esperar, potente del mundo. Diseñado a partir de su experiencia, él mismo estaba destinado a ocuparlo si la Constitución hubiera llegado a buen puerto. Pero Francia dijo no y luego todo se retrasó cinco años. Ahora, cuando se inaugura el servicio exterior europeo, los 27 han colocado en su lugar a una persona sin su calibre, por tanto incapaz de volar por sí misma dentro de una UE en la que Durão Barroso ha conseguido convertirse en la figura preeminente.
Hoy será su último día de trabajo en esta tarea circular pero necesaria. El debate y la reflexión sobre el futuro de Europa y de su política exterior son parte del acarreo que nunca termina de esa mole de piedra. Pero Solana no piensa jubilarse ni dejará de ser Sísifo, con la ilusión y la angustia de la piedra europea sobre sus espaldas. Sísifo sólo vuelve a casa.
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