Por el camino del muro
Con el fresco de la mañana, por el Mauerweg, el camino del muro. Cruza el Invalidenfriedhof, el cementerio prusiano que Joschka Fischer ha calificado de Arlington alemán. Ahí están los restos de jefes y oficiales de la guerra franco-prusiana y de la Primera Gran Guerra. Todavía hay fragmentos de la vieja muralla que dividió a los berlineses y a los europeos. Una vieja torreta de vigilancia se ha convertido en un monumento conmemorativo del primer joven alemán que cayó abatido por la policía del régimen comunista. El camino corre por la orilla del canal de navegación entre Berlín y Spandau y de vez en cuando pasan algunas chalanas. Hay algún pescador soñoliento en esta hora temprana.
Esta línea de separación entre los europeos tiene un especial significado estos días. La pareja franco-alemana está regida ahora por dos políticos que saben muy bien lo que significaba aquel viejo telón de acero, del que ahora sólo quedan monumentos conmemorativos e inscripciones con los nombres de quienes murieron cuando intentaban huir. Si Angela Merkel creció del lado Este alemán, Nicolas Sarkozy nació del matrimonio de un húngaro huído del comunismo y de una francesa.
Cada vez que se ha producido un fuerte impulso en Europa ha habido en su origen un acuerdo de principio por parte de una pareja franco-alemana de dirigentes políticos. Adenauer y De Gaulle sentaron las bases con el Pacto del Elíseo entre ambos países. Giscard y Schmidt lanzaron la política monetaria europea. Kohl y Mitterrand dieron el mayor impulso de la historia de la UE con el Acta Unica, la incorporación de Grecia, España y Portugal, el Tratado de Maastricht y la posterior ampliación a 15. Sin la buena comprensión entre ambos estadistas, no se comprendería la unificación de Europa.
Kohl y Mitterrand se consideraban los últimos dirigentes europeos cuya experiencia incluía la enemistad y la guerra entre alemanes y franceses y temían por el destino de una Europa que hubiera olvidado la centralidad de la reconciliación franco-alemana. Merkel y Sarkozy son, en cambio, los primeros dirigentes que cuentan como parte de su experiencia personal y familiar la experiencia de una Europa escindida, en la que sólo una mitad pudo disfrutar de los beneficios de la liberación del continente del nazismo.
Esta es una meditación de vísperas. De la Cumbres del G 8 y de la UE en las que Merkel quiere culminar la doble presidencia alemana con un fuerte mensaje respecto al liderazgo de Berlín, por primera vez capital de una Europa unificada y en paz. Vísperas también de las elecciones legislativas que marcarán la nueva etapa francesa de cambio y de reformas bajo la batuta de Sarkozy. Recorro el camino del muro también en vísperas españolas de las elecciones municipales, donde todos los planos del debate político parecen trastocados. Desde Alemania interesa la corrupción inmobiliaria y el futuro de ETA, pero se comparte la envidia y admiración por un país dinámico y joven. En sentido contrario, habría que envidiar, entre muchas otras cosas, la capacidad de diálogo y de pacto de un sistema de partidos que practica la cultura de coalición desde los municipios hasta el Gobierno federal.
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