Robe me gustaba más a mí
Si de verdad le gustaba tanto a tanta gente, incluidos Sánchez y Feijóo, España sería un país diferente


Toda España ha rendido homenaje a Robe Iniesta de la mejor manera posible, escuchando su música. El top 50 canciones de Spotify se llenó de sus canciones: 16 de las 50 eran suyas tras la noticia de su fallecimiento, y en el top 1 La vereda de la puerta de atrás, aquella que decía: “Si mi vida fuera una escalera, me la he pasado entera buscando el siguiente escalón”. Las redes se llenaron de los destrozares (el dolor) que cantaba Iniesta y aunque nadie hablaba en Instagram de Robe hasta que murió, de repente todos los reels eran suyos. Y el género de la despedida se convirtió en una competición: cuánto nos marcó, desde cuándo, por qué lo entendimos mejor que nadie, cómo fue la banda sonora de nuestra adolescencia. Sánchez y Feijóo declarándose fans al mismo tiempo, no digo más.
“Que le gustes a mucha gente no quiere decir nada, porque la mayoría de la gente es idiota”, decía un joven Robe en uno de los reels compartidos tras su muerte. Y se preguntaba al final: “¿Eres mejor si le gustas o te aguanta muchísima gente o si a poca gente le gustas mucho?”. La cuestión es que, mientras estaba vivo, todas pensábamos ser una de esas pocas personas elegidas a las que Robe nos gustaba muchísimo, pero resulta que al morir apareció una legión de fans, de gente idiota que nos quería quitar lo que era nuestro, esa relación tan única y especial que teníamos con su poesía, con sus letras, con su verdad que era la nuestra y que no podía ser de muchas más. Porque el hecho cierto es que si Robe gustase en serio a tanta gente, España tendría que ser de otra manera y no solo hubiera cambiado la lista de Spotify.
Robe tenía esa forma particular (y escasa) de producir belleza que consiste en que los actos y los pensamientos mantengan una conexión. La mayoría vamos amoldando nuestra forma de pensar a lo que nos pasa, hacemos muchas cosas que no queremos hacer al cabo del día y vamos adaptando el pensamiento a eso que no nos gusta y toleramos, vamos aceptándolo todo cada día un poco más hasta que, una mañana, de repente, formamos parte de esa mayoría de idiotas de la que hablaba. Pero él no se arrugó. Robe se convirtió en la prueba de que el pensamiento era una forma de acción, de que las canciones eran también convicciones. De que podíamos ser animales no domesticados hasta el final. Por eso, de alguna manera, los homenajes y el ruido estremecedor de su despedida vinieron a quitárnoslo un poco más. ¿Cómo puede ser Robe de tanta gente ahora que ha muerto si cuando estaba vivo parecía solo mío?
Cuando los actos se conectan con nuestra conciencia sucede que nuestra supervivencia (social, profesional e incluso íntima) se ve amenazada. Imaginen ir al trabajo (o al instituto o a la próxima cena de Nochebuena) y hacer y decir lo que de verdad piensan. Lo más conveniente es cumplir la norma, seguir la tradición, ir a la moda. Pero Robe no era una moda, eso sí que no, eso nunca. Él fue riesgo y poesía. Y algunas veces, mientras atravesábamos sus canciones, nosotras también lo fuimos. “¿Alguien tiene un plan para salvar el mundo?”, preguntaba. Y “si es imposible, mejor aún, porque en el fracaso tendrás también la gloria”. Él ya no está pero aquí deja una mayoría fiera y silenciosa. Éramos más de los que pensábamos. Un buen homenaje sería que empezara a notarse.
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