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TRABAJAR CANSA
Columna
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Ese retrogusto de chorizo de toda la vida

Solo la certeza de la corrupción de siempre parece cambiar ciclos políticos en España. El PP quería recrear esa sensación en laboratorio, y no es lo mismo. Pero ahora reconocemos el sabor de casa

Corrupción PSOE
Íñigo Domínguez

Yo de lo que quería escribir era de los Beach Boys. Se ha muerto Brian Wilson, y no sé cuándo volverá una ocasión para hablar de ellos, pues el mundo anterior a TikTok está desapareciendo. Ves gente en redes que se pone a hacer listas de obras maestras del cine, dice “empiezo yo” y pone una de Batman, cosas así. No existe el mundo anterior a su nacimiento y así pasa que hasta coges un periódico y parece que lo han hecho unos críos. Pero los Beach Boys existieron, siguen siendo buenísimos, no envejecen. Pocos grupos han logrado con su música un transporte tan instantáneo a una sensación tan placentera como ser joven en verano, casi sientes el calor en la piel, ese optimismo vital. Brian Wilson, como sabrán, duró lo que la juventud y los veranos, se volvió majareta. Luego para inspirarse metía la cabeza en una pecera, componía con los pies en arena de playa, pero nada, perdió el momento. Sin embargo, en su momento atrapó esa emoción de las buenas vibraciones, título de su pequeña sinfonía de bolsillo espumosa y submarina (Good Vibrations). La letra de la canción muestra esa ansiedad adolescente, y no tan adolescente, de que se acabe la magia del amor: tengo que mantener esas buenas vibraciones con ella, repite, como si no fuera algo que sale solo o no sale. Cuando tienes buenas vibraciones, no se explican, se sienten, y con las malas no te digo. Y ahora hablemos sobre las malas.

Lo primero que pensé al ver a Pedro Sánchez este jueves fue en lo delgado que estaba y la mala cara que tenía, porque hacía tiempo que no lo veía. Con ese aspecto, si dices que te quieres presentar a unas elecciones te mandan al médico para que te recete un kilo de vitaminas y siestas viendo el Tour. Lo siguiente que pensé es: ya está, también estos la han cagado, es oficial. Es una viejísima sensación, despierta vibraciones recurrentes desde la Transición, algo muy nuestro. He hecho memoria y creo que el primer asunto de corrupción que recuerdo es el caso Flick, en los ochenta. Sobre todo porque Felipe González dijo algo muy de Barrio Sésamo que se quedó en mi mente infantil: “No he recibido ni un duro, ni una peseta, ni de Flick, ni de Flock”, como si fueran Epi y Blas, y así me lo imaginaba yo. Luego es verdad que los protagonistas de las historietas de corrupción suelen tener algo de personaje de vodevil, o se les pone en cuanto hay un informe de la UCO, y ya solo los ves como secundarios de Berlanga, y esto, como digo, dispara la sensación de que eso ya lo has visto antes. Esos individuos que se pringan por la pasta en líos complicadísimos que les superan. Yo me imagino que cuando te ves en una conversación como esas que hemos leído en algún instante te tienes que decir a ti mismo que eso no puede acabar bien, pese a que parezca que eres el más listo y te estás forrando, como en una de Scorsese.

Recuerdo la sensación abrumadora en los noventa de que el PSOE era un partido lleno de chorizos. Eclipsada luego por el PP, con otra lista de marcas difícil de superar. Solo la certeza de ese retrogusto ibérico inconfundible de toda la vida parece tener el poder de cambiar los ciclos políticos en España. El PP lleva tiempo intentando recrear esa sensación en laboratorio, y mira que lo ayudan, pero es que no es lo mismo. El consumidor avezado rechaza imitaciones. Ahora bien, en la trama de Koldo, Ábalos y Cerdán ya reconocemos el sabor de casa. Basta para evocar el recuerdo dormido y volver a buscar el tiempo perdido. Sí, porque no hay manera, siempre las constructoras, y el tramo de autovía, y el empresario golfo, y qué hay de lo mío, y el pisito. Y sigue pasando. Y cuando empiezan las malas vibraciones ya nada vuelve a ser lo mismo.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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