Brian Wilson, un genio musical capaz de entregar su vida por una mariposa
Lo grandioso del compositor de The Beach Boys es que inventó su propio paraíso, más allá de los maltratos familiares y las disputas de su banda


Dijo una vez Dennis Wilson que su hermano mayor, Brian, era un hombre “capaz de entregar su vida por una mariposa”. Un tipo que gozaba de un gran corazón y sufría de una excesiva sensibilidad que lo llevaron siempre a encerrarse en su propio universo, un sitio demasiado profundo y extraño cómo para saber qué había realmente allí dentro. Nadie lo sabía. Quizá ni siquiera el propio Brian.
Dennis fue los pocos que intentaron conocer de verdad el universo de Brian Wilson. El hermano menor, que murió antes que Brian, fallecido este miércoles a los 82 años, también contó en su día que el padre de ambos, Murry Wilson, los maltrataba. Como en uno de esos cuentos de terror de Stephen King que suceden en cualquier lugar mundano de la geografía estadounidense, el progenitor no sólo creó un estado de terror a través de insultos, amenazas y chantaje emocional en la casa de los Wilson, ubicada en un vecindario del sur de Los Ángeles, sino que los pegaba de todas las maneras posibles. Murray era un músico frustrado que, ante la falta de talento, se cebó con sus hijos y, cuando estos consiguieron demostrar su valía pese al miedo y el control, se convirtió en un manager tirano. Con Brian, que mostró ser un genio musical desde niño, se recreó con el que más. Como contó su hermano, llegó a atizarle con un bate de beisbol sólo por fallar una pelota. Aquello le dejó sordo de un oído.

El universo de Brian Wilson debió ser un lugar muy triste. Quizá, por eso, se entiende que Dennis añadiera que el mismo hombre que daría su vida por una mariposa escondía dentro una “existencia trágica”. Es más increíble, por tanto, que la mejor música creada por el irrepetible compositor de The Beach Boys fuera tan colorista. Una música como un caleidoscopio dando vueltas en tu cabeza. Sonidos brillantes, retazos nostálgicos, destellos imposibles, ecos gloriosos… la amalgama de posibilidades del pop concentrada en una visión que siempre buscó captar sensaciones antes que contar historias, mostrar sentimientos antes que explicarlos. Siempre alcanzó, por tanto, el más alto grado de la percepción hasta dar todo el significado a la palabra pop, esa música de presente infinito.
Brian, que creció recibiendo castigos con latigazos de cinturón y un maltrato psicológico diario, siempre fue un niño muy tímido y se adaptó mal a los entornos sociales. Más mayor, el adolescente, que le tocó vivir la época contracultural y la experimentación de las drogas en el verano del amor, se comunicó siempre mal con el exterior, pero halló paz en las canciones, las películas, las series de televisión y las chocolatinas. En sus viajes de LSD, en cambio, halló de todo. Prototipo de lo que después se conocería como nerd, Brian se encaminó al mundo adulto con graves problemas de salud mental, crisis neuróticas y sin querer abandonar nunca el paraíso perdido de la juventud. Lo grandioso de esta historia dolorosa es que el músico inventó su juventud. Como un gran escritor, como un gran cineasta, como un gran pintor, como, en definitiva, un genio, inventó su propio paraíso.
El paraíso de Wilson podría conocerse simplemente al escuchar Good Vibrations. Un canción que se levanta ante el oyente como la mejor catedral del barroco. Inmensa, excesiva, imponente, pura, extraordinaria. Sólo por ella ya pasaría a ser uno de los grandes compositores pop de la historia. Pero la inagotable Good Vibrations es sólo una de sus grandes obras. Porque un paraíso, como bien saben aquellos que alguna vez creyeron en él o siguen haciéndolo, es un paisaje. Y el paisaje creado por Brian Wilson tiene obras impresionantes, como el viaje del disco Smile o todo lo que guarda Pet Sounds, un mundo en sí mismo, una oda a la intensidad del amor adolescente, que le debe mucho a Phil Spector.
Pet Sounds se disputa con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band el título de mejor álbum de estudio de todos los tiempos. Las clasificaciones siempre son odiosas, pero convendría señalar en un día como hoy que, si la obra maestra de The Beatles fue una cruzada conjunta que puso a trabajar a un equipo irrepetible de genios como John Lennon, Paul McCartney y George Harrison, el que ha pasado por ser el mejor disco de The Beach Boys, y del pop estadounidense, es la odisea de un solo tipo, un hombre atormentado y retraído, que sorteó todos los desvanes y zancadillas de su banda, también de su familia, esto es, sus hermanos y su padre, y especialmente de su primo, el cantante Mike Love, un tipo bastante mediocre que lleva gorra hasta para ducharse y quien calificó Pet Souns de “disco ególatra”. El mérito de Brian Wilson, por tanto, no tiene parangón. Es el mérito de un ser superior, casi como si no fuera de este estropeado planeta.
Puede que Brian Wilson, el niño cuya imaginación era más grande que Los Ángeles, el hombre desolado que acabó sufriendo problemas mentales pero que captaba el color de los sonidos como si fuera Van Gogh jugando con instrumentos, tuviese un lugar muy secreto donde refugiarse. Ese lugar era la música. Como le dijo al guitarrista de la Wrecking Crew, la fabulosa banda de los estudios Capitol con la que grabó Pet Sounds, quería que esa guitarra se oyese en el disco como el sonido que deja la pulsera en la muñeca de una mujer al andar alegremente. Ese sonido. Esa obsesión. Esa locura. Ese detalle imposible de un hombre sufriente, pero soñador, y capaz de entregar su vida por una mariposa.
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