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punto de observación
Columna
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El veto que colocó a Estados Unidos aislado del mundo y a Europa en su centro

La UE puede reclamar el sistema multinacional de regulación de las relaciones internacionales que representa la ONU, y enfrentarse al hacerlo todas las veces que sean necesarias al gobierno de Trump

Soledad Gallego-Díaz
Soledad Gallego-Díaz

El pasado miércoles día 4 ocurrió algo importante en Naciones Unidas. Catorce de los 15 miembros del Consejo de Seguridad votaron una resolución exigiendo un alto el fuego inmediato, incondicional y permanente en Gaza, la liberación incondicional de los rehenes en manos de Hamás y el levantamiento inmediato de todas las restricciones a la entrada de ayuda humanitaria y su distribución segura a gran escala por la propia ONU. Fue una resolución importante porque, aunque Estados Unidos la vetó, votaron a favor China, Rusia, Francia y Reino Unido, además de otros 10 países representantes de Asia, África y América Latina. Fue importante porque todos los países representantes de Europa votaron a favor y porque Estados Unidos se quedó absolutamente solo no ya en su apoyo al Gobierno de Israel, sino en su negativa a exigir respeto a las normas elementales establecidas por Naciones Unidas.

Al final, la resolución no prosperó, pensarán algunos, y eso es lo único importante. Pero no es así, el aislamiento de Estados Unidos es importante. El sistema multinacional creado por Naciones Unidas funcionó y Europa recuperó su naturaleza como defensor de ese foro de discusión. Que Francia y el Reino Unido, miembros permanentes del Consejo de Seguridad (junto con Dinamarca y Grecia, miembros temporales), dejaran solo a Washington, es decir, que Europa se uniera a los países africanos, asiáticos y americanos que levantaron su voz es importante y debería mostrar el camino para otras actuaciones. Europa puede reclamar y defender el sistema multinacional de regulación de las relaciones internacionales que representa la ONU y enfrentarse todas las veces que sea necesario al Gobierno de Trump. Si lo hace sin flaquear, como en esta ocasión, Europa, la Unión Europea, estará demostrando que tiene un papel que jugar en el mundo.

El próximo jueves día 12 se cumplen precisamente 40 años desde la firma del tratado de adhesión de España a la entonces Comunidad Europea y desde entonces Europa ha experimentado una formidable transformación, ha perdido parte del paradigma con el que nació, de raíz más socialdemócrata y socialcristiana, a manos de la revolución conservadora de los años setenta y de la terrible crisis económica de los años ochenta. Su futuro, ahora en esta nueva crisis internacional, parece difuminarse, pero en realidad está cada vez más claro, ligado no al éxito de su lucha por los aranceles con el Gobierno de Trump, sino precisamente a su capacidad para demostrar que puede negociar en Naciones Unidas con China, con Rusia y con el resto del mundo. Que no es Europa la que está aislada, sino que sigue formando parte esencial del sistema internacional.

¿Y qué papel tiene España en esa Europa, 40 años después de su adhesión? Precisamente, el ingreso de España fue el primer gran diseño de política exterior de este país. Por fin, universalizábamos las relaciones diplomáticas con el mundo entero y entrábamos en Europa con nuestro propio bagaje. La política exterior española (diseñada en gran parte por Fernando Morán) se basaba en tres capítulos: el Mediterráneo, América Latina y nuestro papel en la Unión. Los dos primeros capítulos sufrieron un gran desgaste en estos años: el Mediterráneo, por el fracaso de las primaveras árabes y el problema de la autodeterminación del Sáhara Occidental. América Latina, en parte por responsabilidad nuestra y en parte por la de esos mismos países, atraídos algunos de ellos por ideas extremas. Nuestro papel en Europa como potencia media y como nuestra gran prioridad quedó comprometido con la irrupción de José María Aznar y su declarado atlantismo. Rodríguez Zapatero exhibió un europeísmo más bien teórico, pero fue su sucesor en la presidencia del Gobierno Mariano Rajoy, quien definitivamente relegó la dimensión europea de la política española hasta niveles casi inexistentes. A Rajoy simplemente los temas europeos le parecían ajenos y poco interesantes. No fue hasta la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa cuando las cosas empezaron a mejorar. Sánchez ha recompuesto en gran medida esa dimensión europea de la política exterior española y ha logrado recuperar para España el papel que defendió casi inmediatamente después de su ingreso: un interlocutor serio, realmente interesado por los asuntos europeos, capaz de presentar propuestas y de ayudar a profundizar los debates.

Lo que desgraciadamente parece imposible de conseguir es que esa dimensión europea forme parte de la política interior de este país. Bien al contrario, Alberto Núñez Feijóo, como líder del Partido Popular, ha echado por la borda cualquier posible diálogo. Sánchez tiene que trabajar solo.

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