Proliferan quienes defienden que al capitalismo le iría mejor sin democracia. Y viceversa
Desde la victoria de Trump hay en Europa un corrimiento rápido hacia posiciones pardas


Si la salud no lo impide, y no son fulminadas por alguna de las catástrofes que conocemos (guerras, hambrunas, bombas atómicas, pandemias, emergencia climática…) u otras de las que no sabemos nada, es factible que mis nietas entren vivas en el siglo XXII. ¿Existirá todavía la democracia como sistema político o habrá sido, como ha dicho alguien, “un minuto de la historia”?
En una carta que escribió Andrea Camilleri, poco antes de morir (2019), a su bisnieta Matilda, le dice que ni siquiera es capaz de imaginarse cómo será el mundo dentro de 20 años, y desea de todo corazón que palabras como nazismo, fascismo, campo de concentración, guerra o dictaduras “te resulten remotas y obsoletas” (Háblame de ti, Salamandra).
No ha sido así. Se desarrollan continuas analogías con los “felices veinte” del siglo pasado, con fenómenos como alta inflación, una frágil y desequilibrada recuperación económica, y disputas entre demócratas y totalitarios. Ello desembocó en la década de los treinta, la Gran Depresión, la aparición de líderes tan dispares como Franklin Delano Roosevelt y Hitler, y también la guerra civil española como antesala de la lucha contra el fascismo, y al final de la década, la Segunda Guerra Mundial.
Los tiempos que vivimos son hijos maduros del colapso de la Unión Soviética y lo que parecía el triunfo definitivo de la democracia capitalista atraviesa una crisis profunda. A izquierda y a derecha proliferan las voces de quienes afirman que al capitalismo le iría mejor sin democracia, y a la democracia mejor sin el capitalismo. En una primera fase las sombras del totalitarismo sobre Europa se desvanecieron y la democracia pareció triunfar (Fukuyama y el fin de la historia); incluso la Europa central y oriental salieron del telón de acero, y pareció concebible que Rusia y sus satélites estuvieran avanzando hacia la integración en Europa, la democracia y las libertades individuales. El periodista de referencia Martin Wolf, que ha estudiado este fenómeno (La crisis del capitalismo democrático, Deusto), escribió que los grandes cismas ideológicos y económicos del siglo XX, e incluso de la Revolución Francesa, parecían superados.
Casi de repente, aunque los acontecimientos políticos y sociales nunca se dan de repente, los hechos mostraron que aquella confianza tenía cimientos frágiles. Ello se vio con toda su crudeza durante los años de la Gran Recesión (2007-2014) y sus consecuencias en términos de desigualdad económica, creciente inseguridad personal y, sobre todo, de desconfianza en el sistema y sus élites. En el terreno político se producían, paralelamente, la sacudida del terrorismo en el interior de EE UU, las guerras de Irak y Afganistán, y mucho más recientemente la invasión de Ucrania por Rusia y el genocidio de los palestinos por parte de una nación, Israel, de la que se dijo que era la única democracia de Oriente Próximo. En el capítulo cotidiano, la pandemia de la covid y el confinamiento del mundo durante un trimestre.
Son los años de la globalización triunfante y del ascenso de China, con un desplazamiento en el equilibrio del poder político y económico mundial, que se alejó de EE UU para acercarse a sistemas de absolutismo burocrático. Y en esto llegó Trump… y al mismo tiempo personajes europeos como Nigel Farage, Matteo Salvini y Giorgia Meloni, Marine Le Pen, o los líderes de Alternativa para Alemania, Geert Wilders en Países Bajos o Heinz-Christian Strache en Austria. Más Orbán en Hungría y Kaczynski en Polonia. El panorama se transformó radicalmente. Las últimas elecciones al Parlamento Europeo lo resumen perfectamente.
Cae la noche. Martin Wolf los denomina tiempos de “recesión democrática”. Hoy, ni la democracia liberal ni el capitalismo tienen seguridad de su triunfo. Los socavones económicos y el proteccionismo rampante de Trump hacen temblar la fe en la economía de mercado, así como los fracasos políticos interrumpen la confianza en la eficacia de la democracia liberal. Todo se ha acelerado, de modo que la descripción del ahora semeja a la del año de la peste que tan bien puso sobre papel el periodista y panfletista inglés Daniel Defoe.
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