El pensamiento indígena señala las causas de nuestras crisis. E interesa cada vez más
Si observamos nuestra sociedad ultraliberal desde fuera —como si fuéramos etnólogos investigando nuestra propia forma de vida—, descubrimos un sistema que nos está llevando a una crisis existencial


Demasiadas veces creemos que nuestro modo de vida es el único válido, el “verdadero”. Pero la gran enseñanza de la antropología es que hay muchísimas maneras de interpretar y habitar el mundo. Hasta hace una década, cuando Gemma Orobitg, profesora de Antropología en la Universidad de Barcelona, explicaba en clase el pensamiento de la comunidad pumé, de Venezuela, muchos estudiantes no lograban conectar. “Les sonaba a chino”, dice.
Ahora no tanto. De un tiempo a esta parte percibe mayor interés por el pensamiento indígena. “En general, nuestra forma de pensar es cerrada. Pero hay que salir de nuestras respectivas cajas de resonancia. Y ahora noto más ganas de cambiar de perspectiva”, afirma al teléfono Orobitg, doctora en Antropología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales.
Más allá del tópico exótico y esencialista, se diría que últimamente hay hambre de conocer formas de pensar de culturas para las que los occidentales somos, precisamente, los otros. Por eso se están publicando libros como El pensamiento indígena contemporáneo (Colegio de San Luis), coordinado por el mixteco Francisco López Bárcenas; La caída del cielo, de Davi Kopenawa, líder yanomami de Brasil (Capitán Swing); Escrito en la arena. Cómo el pensamiento indígena puede salvar al mundo y Relato correcto, relato incorrecto. Una travesía por el pensamiento indígena, de Tyson Yunkaporta, de los apalech, de Australia (Herder), o Ideas para postergar el fin del mundo (Prometeo) y Futuro ancestral (Taurus), de Ailton Krenak, filósofo indígena brasileño.
No es tan extraño. Si intentamos observar nuestra sociedad ultraliberal desde fuera —como sesudos etnólogos investigando nuestra propia forma de vida—, descubrimos un sistema que nos está llevando a una crisis existencial. “El mundo se está infectando de simplicidad artificial, enfangado en esa simplicidad. En realidad, la guerra entre el bien y el mal es una imposición de la estupidez y la simplicidad sobre la sabiduría y la complejidad”, advierte Yunkaporta por videoconferencia desde Melbourne.
Según el autor australiano, el pensamiento occidental arrastra un defecto de origen: la idea de “yo soy más que tú, tú eres menos que yo”. Bajo un manto de corrección cultural, cuesta la mera posibilidad de escuchar y valorar otras formas de cultura. Pero no todo está perdido: el conocimiento está vivo, y el tiempo de la creación sigue desplegándose ahora, según los apalech. Otras personas en otros territorios también piensan así.
La “ineptitud teórica” occidental
La filósofa Hannah Arendt advirtió que la gran disrupción negativa en el pensamiento occidental fue olvidar de dónde provienen los seres y las cosas. Por ello, para Arendt las estructuras de pensamiento occidental saltan en pedazos ante el contacto con la realidad. Lo llamó “ineptitud teórica” y es un gran problema.
Hay casi 500 millones de personas pertenecientes a pueblos indígenas, y viven en 90 países diferentes, pero más allá de las diferencias, el pensamiento indígena coincide con la reflexión de Arendt: las ideas no vienen de la nada, sino que nacen y se desarrollan a partir de situaciones concretas.
Patrick Johansson, doctor en Letras por la Universidad de París y experto en lenguaje náhuatl, revela en sus investigaciones que el pensamiento indígena no ve interés en elucubrar abstracciones, y no considera la especulación una reflexión fecunda sino un extravío. Yunkaporta subraya algo parecido: en el pensamiento occidental a veces se razona a partir de variables aisladas y abstractas, lo que lleva a conceptos desvinculados, jerárquicos, solitarios. Por ello las personas sumergidas en culturas poco dependientes del contexto estamos expuestas “a razonamientos basados en señales y estructuras conceptuales determinadas por una autoridad desconocida”, dice, que controla el tiempo y el espacio de nuestra realidad. Esto es, estamos sometidos a algo que ejerce su poder más allá de las personas, sea en forma de Dios, ciencia, tecnología o el gran emperador de turno.
Con todas sus contradicciones y sus especificidades, en el pensamiento indígena, en cambio, las ideas dependen del contexto, son relacionales e interdependientes. Otro concepto compartido es la idea de reciprocidad. Para aimaras y quechuas cada acto condiciona o es consecuencia del acto de otra persona, y el grupo vive una dinámica permanente de ofrecimiento y recibo de ayudas.
Frente a la explotación y la propiedad, prevalece el sentido del cuidado y de pertenencia. “Sé que, pase lo que pase, se me amará, se me respetará y se me cuidará”, escribe Yunkaporta en Relato correcto, relato incorrecto. Y contra el individualismo feroz, la comunidad busca integrar a todos sus miembros. Así, “la percepción es que cumplir con los cargos designados por la comunidad no es una simple tarea, sino el reflejo de la respetabilidad del individuo y de su familia”, leemos en El pensamiento indígena contemporáneo.
Cambiar el ‘statu quo’
En Barcelona, en el Raval, Kopenawa explica el imperativo de cambiar nuestras formas de vida y la necesidad de hacerlo juntos. “Es muy importante que vosotros también luchéis por vuestros bosques. La tierra tiene que respirar, la selva tiene que respirar”, dice en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, que este año ha dedicado un ciclo al pensamiento indígena y que invitó al líder yanomami en el marco de las actividades relacionadas con su exposición Amazonia. El futuro ancestral.
Días después, allí mismo, Raki Up, portavoz del Movimiento Unido de Liberación de Papúa Occidental, remarca que demasiadas veces olvidamos que somos parte de la naturaleza, “un gran error de foco cognitivo”, explica. Es tiempo de resetear el sistema, dice. Y contra los que piensan que es difícil cambiar el statu quo, recuerda las luchas antiesclavistas, antirracistas y feministas.
Patricia Gualinga, de la etnia kichwa de Ecuador, también está por esa labor. La activista recuerda que cuando presionaron para que su territorio fuera reconocido como un ser vivo “casi todos pensaron entonces que nuestra lucha era imposible”, explica en conversación telefónica —que tiene de fondo una lluvia torrencial— desde la ciudad de Puyo, en la Amazonia ecuatoriana.
Pero su lucha prosperó, y en 2008 la Constitución ecuatoriana reconoció a la naturaleza y a los seres no humanos como sujetos de derecho. Son ideas que resuenan en pensadores como Bruno Latour, Donna Haraway o Vinciane Despret, que transitan una filosofía no tan centrada en el humano, sino en los seres vivos.
El pensamiento indígena aporta ideas, formas de vivir que hay que contemplar. “Nos ayuda a poner en cuestión nuestras propias convicciones”, señala Orobitg. De hecho, muchas de sus propuestas son nociones que se han planteado en diferentes momentos de la historia occidental. El problema, según Yunkaporta, es que nuestra mente está demasiado domesticada.
“El pensamiento indígena es pensamiento de futuro”, dijo el etnógrafo Martin von Hildebrand hace años. Es hora de salir de nuestras respectivas cajas de resonancia y de que nos dé el aire.
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