Queremos que ganéis
No sé cuántos europeos dirían lo que han dicho estos mandatarios en Israel si les enviaran allí por sorteo. Casi hubiera preferido un advenedizo, provisto únicamente de sentido común, que estos fantoches robotizados


Demos un salto atrás en Israel y Gaza. No teman, basta irse a antes del verano. El nuevo Gobierno de Netanyahu, el más de ultraderecha de la historia del país, por su necesidad de aliarse con extremistas, lleva la democracia israelí a su punto más bajo: jalea progromos de colonos que ocupan suelo palestino (medio millón desde 1968) y emprende una reforma del Supremo para que no impida decisiones del Parlamento que considere irrazonables. Decenas de miles de ciudadanos se manifiestan en contra durante meses.
¿Qué pensaba la UE? En mayo, su oficina en Tel Aviv anuló la recepción del Día de Europa porque el enviado del Gobierno era el ministro ultraderechista Itamar Ben Gvir, y no deseaba “ofrecer una plataforma a alguien con puntos de vista que contradicen los valores que defiende la UE”. Es un ministro a favor de deportar ciudadanos israelíes “desleales” e imputado medio centenar de veces por racismo o apoyo a organización terrorista, y condenado ocho veces.
¿Qué pensaba EE UU? Joe Biden, preguntado en abril por la reforma judicial israelí, dijo: “Estoy muy preocupado. (..) No pueden continuar por este camino”. Además, seguía sin recibir a Netanyahu en la Casa Blanca, cuando todos los primeros ministros de Israel siempre han sido invitados en los tres primeros meses. En septiembre se vieron por fin en Nueva York, pero en un hotel. Biden no disimuló su contrariedad con los planes judiciales de Israel y los asentamientos ilegales: “Vamos a discutir asuntos difíciles relacionados con los valores democráticos”.
En julio, presionado por el ala más radical del Gobierno y los líderes colonos, Netanyahu lanzó una operación en Yenín, Cisjordania, la peor en dos décadas, con bombardeos, blindados y bulldozers. Se llamó Casa y jardín. Unos 18.000 civiles huyeron del lugar. El ministro de Seguridad. Itamar Ben Gvir (sí, el mismo de antes), había pedido matar “no a uno ni a dos, sino a decenas, cientos o, si hace falta, miles de terroristas”. La operación se consideró un éxito y Netanyahu dijo que “cambia la ecuación con el terrorismo”. Después aprobó la polémica reforma judicial.
Luego llegó el 7 de octubre y el espantoso ataque de Hamás, banda miserable. Joe Biden, que no recibía a Netanyahu, ha ido allí. También Ursula Von der Leyen, saltándose sus competencias: “Sé que la respuesta de Israel demostrará que es una democracia”. Todo esto me lo podía llegar a tragar, la política es cálculo e hipocresía. Pero llegó Rishi Sunak, primer ministro británico, y dijo: “Queremos que ganéis”. Quizá deberíamos reflexionar sobre cómo es posible que una educación en Oxford, una beca Fullbright y el trato con la élite de su país (aunque es cierto que esto incluye a Boris Johnson), haya producido un tarugo de este calibre. Tal desfase entre la angustia e impotencia que sentimos los ciudadanos por la catástrofe, los rehenes israelíes, los miles de inocentes muertos, y la irresponsabilidad de quienes podrían hacer algo, convierten a los mandatarios en marcianos para quienes representan. No sé cuántos europeos dirían lo que han dicho ellos si les enviaran allí por sorteo. Casi hubiera preferido un advenedizo, provisto únicamente de sentido común, que estos fantoches robotizados. Había que dar un abrazo a Israel y estar a su lado, aunque se personifique en un tipo tan siniestro como Netanyahu. Pero para entonces este señor ya comete y proclama crímenes de guerra. Entonces vas y dices: “Queremos que ganéis”. Como si fuera un videojuego. Y quizá ya se ha convertido en eso, mucho más simple, antes del verano era mucho más complicado.
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