Magnate y mangante, ministerio y misterio: las erratas del subconsciente
Estos lapsus se producen porque algunos vocablos activan una cohorte de candidatos similares almacenados en la memoria


Algunas palabras albergan un gran peligro: su dicción o su escritura se parecen mucho a las de otro vocablo… con el que guardan cierta relación. En esos casos, el riesgo de metedura de pata aumenta porque la alternativa escondida arroja un significado que cobra sentido y a menudo se vuelve verdadero. Viven en nuestro subconsciente y se activan cuando a ellas les da la sensación de que han sido convocadas.
Unas veces esa voz latente representa el anagrama de la otra (coinciden sus letras, pero en distinto orden) y en la mayoría de los casos se trata de un parónimo (simple semejanza fonética o gráfica).
Por ejemplo, escribir la palabra “magnate” constituye una provocación, porque el vocablo alternativo suele apoderarse de la mente de quien lo va a usar y sale a la luz con toda la potencia de lo inevitable. El autor querrá escribir “el magnate”, pero de vez en cuando se publica en su lugar “el mangante”. La relación intuitiva entre ambos significados constituyen una de las maravillas de la psicología y del habla.
También se repite una errata del pensamiento con políticos o empresarios formados en cierta universidad francesa, y frente a los cuales el subconsciente del periodista debía de sentir alguna desconfianza. Así pasó, por ejemplo, con un dirigente colombiano llamado Alberto Zalamea, de quien se publicó el 13 de octubre de 2002 en un diario de su país que había estudiado en “La Soborna”. Ese desliz le hizo al pobre Zalamea víctima injusta de las sospechas, avaladas sin embargo por el contexto político.
Tanta insistencia en el error con personajes que eligieron el prestigioso centro parisiense de La Sorbona lleva a temer que algunos futuros estudiantes desechen elegirlo para su formación, por el riesgo que acarrea de emborronar el currículo.
Un artículo impreso mencionaba hace tres semanas al banco comunitario como el “Bando Central Europeo”. Por esa misma vía del subconsciente no tardaremos en ver que todo el sector bancario acaba siendo denominado “la banda”. Por fortuna, en el mismo texto sí salió bien escrito el nombre de una entidad holandesa cuya marca ofrece gran riesgo de error a causa de la subconsciencia general que se relaciona con la apropiación indebida: se trata del banco llamado Rabobank.
La paronomasia también juega a los dados con una frase hecha según la cual “la vida es puro teatro”, terreno abonado para la sigilosa actuación de los duendes de la imaginación. La culpa la tiene la vida, que de vez en cuando es un puto teatro.
Otra interesante errata mental la aporta a cada rato el vocablo “ministerio”, a menudo reducido en sus letras a fin de significar, sin querer, que algo se muestra incomprensible. Así, un columnista planteaba el 10 de octubre: “Volvemos hoy al punto de cada año de las elucubraciones sobre lo que nos deparará el misterio de Hacienda”. Claro. Al referirse a elucubraciones, aquí la analogía ayudó bastante. Y seguro que ya estamos a un paso de que alguien escriba acerca del Consejo General del Poder Perjudicial.
Estos lapsus se producen porque, según explican los psicolingüistas, algunos vocablos activan una cohorte de candidatos similares almacenados en el subconsciente y que pugnan por salir; y a veces el cerebro (por cansancio o falta de concentración) escoge el que no debía. Lo divertido sucede cuando se trata de erratas que, como en esos casos, mejoran el mensaje.
Hace dos semanas, una mujer que telefoneó a un programa de radio habló en antena de que dos conocidas personas mantenían “una relación semental”, cruda expresión que desmontaba de un plumazo el recurrente eufemismo periodístico, tantas veces aplicado a relaciones escasamente sentimentales. Menos mal que no se trataba además de dos magnates.
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