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“Me he llegado a obsesionar”: la preocupante fiebre de los jóvenes por tener a sus amigos geolocalizados

Lo que empezó como una práctica posibilidad para algunas aplicaciones como WhatsApp puede terminar siendo una herramienta de control

Localizables
Lucas Barquero

La pregunta es la misma: “¿Me compartes tu ubicación?”. El matiz viene después. La mayoría se limitará a enviar un punto en el mapa o a contestar con las opciones que hasta ahora ofrecían las aplicaciones: “¿Por cuánto tiempo? ¿15 minutos, una hora, ocho?”. Error. Eso ya no se pregunta. Los más jóvenes saben de sobra que ahora la ubicación se comparte permanentemente, 24 horas los siete días de la semana. Para la generación Z, saber siempre dónde están los amigos o la pareja se ha convertido ya en una parte fundamental de sus relaciones. La pregunta es la misma, pero ahora implica mucho más. Para contestarla no hay más que aceptar la solicitud en el móvil. La opción preferida para hacerlo es a través de la aplicación Buscar de Apple, la primera en ofrecer esta función, pero últimamente cada vez se lanzan más alternativas similares, como Find My de Google.

En la práctica todas funcionan igual: con un “mapa de amigos”, algo así como un Gran Hermano en la palma de la mano donde consultar en tiempo real los movimientos de tu círculo cercano y compartir los tuyos. Dentro de este nuevo ecosistema digital, divertido y aterrador a partes iguales, caben tantos usos como amigos. Para descubrirlos basta con asomarse a cualquiera de estos mapas. Ainoa Q., estudiante de 24 años, nos abre las puertas del suyo. Hace tiempo que lo inauguró con sus amigos para facilitar la logística en un viaje a Canarias. En principio, solo lo iban a utilizar esa semana, pero ya llevan dos años. “Nos dio buen feeling y cuando volvimos a Madrid lo dejamos. Es muy útil para cuando quedamos”, explica. Los famosos “estoy llegando” o “justo saliendo de casa” dejaron de ser un amable acto de fe en las posibilidades del gerundio para convertirse en un dato comprobable. Tampoco le hacía falta ya preguntar en qué bar estaba reunido el grupo o avisar cuando llegaba a casa después de volver sola de noche.

Empezó utilizándolo solo en estos casos puntuales, pero la tentación de abrirlo también para curiosear era demasiado grande: “Cuando me aburro busco dónde está cada uno y me imagino qué estará haciendo. Es muy divertido ver cómo se mueven. Me he llegado a obsesionar por tener ahí a todos mis amigos, como si fueran coleccionables”. En redes, este placer culpable se conoce como “comprobar que mis sims estén bien”. La expresión es una referencia a Los Sims, la exitosa serie de videojuegos que, desde los años dosmil, permite a los jugadores ejercer de pequeños dioses en la vida simulada de los vecinos de una ciudad.

Por lo general, la generación Z vive el auge de estos mapas de amigos de la misma manera: como un juego divertido para compartir en grupo. Sin embargo, todo esto cambia cuando se pasa de las relaciones de amistad a las románticas. Para muchos, lo que antes era un juego corre el riesgo de convertirse en un comportamiento tóxico. En el mapa de Ainoa hay recetas de todo tipo para abordar esta cuestión. Ella tiene registrados a 20 “sims”, entre los cuales no está su novio, porque prefiere no enfrentarse a las dinámicas que pudieran generarse.

Sus amigos, en cambio, se dividen entre los que no tienen problema en utilizarlo con su pareja y los que ya han tenido alguna mala experiencia con este dilema. A Carlos P., también de 24 años, le enfrentó directamente con varias de las taras de su última relación: “Mi expareja tenía mi ubicación, pero yo no tenía la suya. Él utilizaba la app con sus amigos, pero se negaba a hacerlo conmigo porque decía que era tóxico y no iba a saber utilizarla bien. Confiaba en él, tampoco tenía una vida muy enigmática, pero me sentó fatal”. Ahora reconoce que en el futuro esperaría a tener mucha más confianza antes de plantear la cuestión.

En muchas relaciones, la pregunta de si compartir ubicación se convierte en todo un parteaguas. Natalia Franco, psicóloga del centro Área Humana, confirma que cada vez más jóvenes llegan a su consulta con este problema. “Hay que entrenar la asertividad y cuestionar el para qué le sirve a cada uno. La tecnología propone una sinceridad patológica donde, más que la confianza, se potencia el control”, cuenta. Los perfiles más obsesivos, explica, pueden utilizar la función para calmar el miedo o la inseguridad que le generan todas sus relaciones sociales. “La desconfianza no es exclusiva de la pareja. Si desconfías de un amigo, también puedes utilizarla para comprobar, por ejemplo, si ha quedado con más gente y no te ha avisado. Todas estas aplicaciones nos hacen intolerantes a las emociones más dolorosas, apartan el riesgo de la incomodidad”, añade.

Ante esto recomienda poner límites a la tecnología y entrenar una mirada crítica con todas sus novedades: “La ubicación nos provoca una necesidad más que hay que ir revisando cada tanto. Las aplicaciones tienden a centralizar muchas funciones y así consiguen atraparnos cada vez más tiempo”.

En concreto, la aplicación a la que se refiere es Instagram, parte del conglomerado tecnológico Meta, que hace semanas generaba controversia al hacer pruebas con un “mapa de amigos” que incluía a todos seguidores de cada cuenta. En redes, muchos animaban a prohibir el acceso de la aplicación a la ubicación por los riesgos que puede suponer que el mapa, que hasta ahora se restringía a los más cercanos, se extendiera a seguidores desconocidos. María Aperador, experta en ciberseguridad corrobora los peligros físicos y digitales que supondría esta actualización. Pero no se queda solo ahí, carga en general contra todos los mapas de amigos: “Multiplican la superficie de ataque: más datos, más tiempo expuestos y más probabilidades de que se usen mal. Un ciberdelincuente puede cruzar esa información con otros datos (publicaciones, hábitos, zonas de residencia) para suplantar identidad, planear robos o extorsionar”.

Aun así, reconoce que las aplicaciones nativas de Apple o Google cuentan con más capas de protección que otras como Instagram. “Las redes sociales tienen un enfoque más comercial. Esos datos pueden utilizarse para personalizar publicidad, entrenar algoritmos, o incluso venderse a terceros. La clave está en que tú controles la herramienta, no que la herramienta te controle a ti”, advierte. Hay que contar, por tanto, con que el último “amigo” en sumarse a estos mapas siempre será uno de los grandes magnates tecnógicos: Mark Zuckerberg, Tim Cook o Sundar Pichai —CEOs de Meta, Apple y Google—, en función de la app escogida. Medite bien su decisión porque son del tipo de amigos que, una vez se les abre la puerta, se presentan a todos los planes sin preguntar.

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Sobre la firma

Lucas Barquero
Redactor de la revista ICON. Graduado en Cinematografía y Artes Audiovisuales por la URJC y Máster en Periodismo UAM-EL PAÍS.
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