Del ‘flequillo arriba España’ al pelo tazón norcoreano: ¿por qué tu peinado sigue siendo político?
Mientras algunos gobiernos prohíben o castigan ciertos peinados o cortes y en sociedades del primer mundo el estilo capilar sigue siendo un medidor de peligrosidad social, varios líderes de ultraderecha han hecho del cabello rebelde su sello


En agosto de 2025, la ministra de educación salvadoreña Karla Trigueros (de profesión, capitana del ejército) acabó con el “corte Edgar”, al menos entre los escolares de su país. El Edgar, con forma de tazón, era un peinado que el gobierno de Bukele ya había prohibido en los centros educativos cuando impuso unas normas de uniformidad (con su correspondiente régimen sancionador para alumnos y maestros) muy similares a las que rigen en los cuarteles de todo el mundo.
Esta militarización de los peinados en las aulas ha escandalizado a muchos salvadoreños, que la consideran la enésima señal de que viven bajo un régimen autoritario. Cuando uno de estos regímenes busca imponer su disciplina entre sus ciudadanos, es habitual que intervenga sobre su aspecto. Es conocido el famoso catálogo de los 18 cortes de pelo admitidos por el regimen de Corea del Norte, que además en 2021 prohibía el corte de pelo mullet.

Está sucediendo también más cerca, en Marruecos, donde miles de jóvenes denuncian en sus redes sociales que la policía practica detenciones masivas y abogadas como Sara Soujar confirman que “llevar mochila, los peinados o la forma de vestir” pueden marcar la diferencia entre dormir en casa o en el calabozo. Y en Estados Unidos, con redadas indiscriminadas (y autorizadas, desde hace poco, por el Tribunal Supremo) que significan, en la práctica, que los agentes del ICE eligen a sus arrestados en función de su piel, su acento o... sus rizos oscuros.
En su famoso Diccionario de símbolos, el mitólogo y crítico de arte Eduardo Cirlot indica que el cabello siempre se ha relacionado con la energía y la fertilidad. Quizá por eso, desde la Antigua Grecia (según el mito, la hermosa cabellera de Medusa fue transformada por Atenea en terribles víboras) hasta la actualidad, el pelo ha estado sujeto a la intervención de poderes de todo tipo: religiosos, políticos, sanitarios y económicos. Cuando el filósofo Michel Foucault explica en Vigilar y castigar que la exclusión siempre comienza con la identificación e individualización de los “apestados”, se refiere a procesos como los anteriores: basta con portar una melena demasiado larga o rizada para que todo un mecanismo represivo se ponga en marcha.
Por supuesto, estos mecanismos han sido desafiados en muchas ocasiones. No es casualidad que los jóvenes que participaron en los movimientos contraculturales de los años sesenta y setenta del siglo XX se identificaran ante sí mismos y ante los demás como melenudos y que canciones como Almost cut my hair, de Crosby, Stills, Nash and Young (1970) hablen de lo que significaban sus melenas.
Así que la asociación parece sencilla: una larga melena o un pelo desordenado y original significan rebeldía y energía juvenil, y un pelo pulcro y recortado, adhesión al sistema. Sin embargo, últimamente algunos individuos e ideas lo han complicado todo: mientras líderes de la derecha populista (como Boris Johnson, Donald Trump, Javier Milei o Geert Wilders) exhiben peinados cada vez más inusuales y sus seguidores apuestan por estéticas que premian una presunta naturalidad recatada que, en realidad, requiere de tanto esfuerzo y artificio como el más elaborado de los cardados.
Cuando la derecha entra en la peluquería
En 2016, la colaboradora del Washington Post Monica Hesse recopiló las cien mejores descripciones jamás escritas sobre el peinado de Donald Trump. No era una pesadilla salida de un taller de escritura creativa, sino la confirmación de que el flequillo de Trump resulta indescriptible hasta para los periodistas más habilidosos. En 2023, el columnista de The Guardian Andrew Anthony se preguntaba por qué tantos líderes populistas lucen pelos tan desordenados. De nuevo, de Milei a Johnson, el articulista concluía que los políticos necesitan construir una marca reconocible y que, a falta de discurso, son conscientes de que “los mejores actores construyen sus personajes a partir de un defecto o rasgo físico llamativo”. No es la primera vez que la derecha utiliza un peinado para distinguirse. Durante la posguerra española quienes deseaban (o necesitaban) identificarse con el bando vencedor lucían el curioso “flequillo arriba España” que rozaba lo rockabilly.
“El racismo ha operado a lo largo de la historia estableciendo la pauta de que lo blanco es lo hermoso y superior, por tanto, cuanto más claro sea el color de la piel o se tenga el rizo menos apretado se estará más cerca de lo bello”Alejandra Ntutumu, presidenta de la Asociación Afromurcia
“El pelo es un triple marcador identitario: de género, de generación y étnico”, explica a ICON el antropólogo Carles Feixa, experto en juventud y tribus urbanas. “El pelo puede ser tanto fuente de control, como de transgresión. Los gobiernos, sobre todo los autoritarios, siempre han intentado homogeneizar a la población a través del corte de pelo. No solo en El Salvador donde lo único que hace es extender el corte militar; con la paradoja de que las maras [organizaciones criminales que operan principalmente en el Triángulo Norte de Centroamérica] también hicieron eso mismo antes, porque cuando la Mara Salvatrucha estaba en California eran heavies con el pelo largo y cuando, vía deportación, llegan a El Salvador, optaron por afeitarse. También durante el franquismo, por ejemplo, se organizaban cortes de pelo públicos de los jóvenes que vestían a lo Beatle con el argumento moralista de que eso generaba confusión sexual”, continúa.

Los argumentos moralistas contra las melenas no son exclusivos de los gobiernos autoritarios, sino que se repiten a todos los niveles. Por ejemplo, todavía en 1960, el crítico literario Pedro Romero Mendoza escribía, en un texto sobre los poetas románticos del s. XIX: “A una poesía sentimental hasta pecar de sensiblera, reñida con la luz y el aire por lo sombrío de sus ideas y lo enfermizo de sus afectos, ha de corresponder forzosamente una psicología delicuescente y vaga, unos gustos lúgubres, unas melenas mal cuidadas y un vestir desastrado”. No obstante, aunque la presión que sienten los hombres respecto a su pelo es alta (por eso los injertos capilares son la operación estética más demandada por ellos), todo se amplifica cuando se trata de melenas femeninas.
“El cabello es una forma de expresión de género y de identidad más. Así que cuando se está reprimiendo, se está reprimiendo la identidad de la persona que se considera incómoda o socialmente peligrosa. No es baladí preocuparse por el pelo, sino todo lo contrario, porque estás comunicándole al mundo quién eres”Noemí López Trujillo, autora de 'Me dibujaron así'
En Me dibujaron así, el ensayo de Noemí López Trujillo recién publicado por Península, la autora lo explica así: “Para mantener la subordinación de la feminidad, esta ha sido presentada como una expresión natural de perversión y malignidad. La apariencia trabajada y producida es el mayor síntoma de cómo pergeña la mujer femenina su engaño, comenzando por el cabello”. La propia López lo amplía en conversación con ICON: “El cabello es una forma de expresión de género y de identidad más. Así que cuando se está reprimiendo, se está reprimiendo la identidad de la persona que se considera incómoda o socialmente peligrosa. No es baladí preocuparse por el pelo, sino todo lo contrario, porque estás comunicándole al mundo quién eres”. ¿Entonces, en España también tenemos de qué preocuparnos? La escritora cree que en nuestro contexto ya estamos viendo “cómo se intentan homogeneizar las identidades y establecer estándares de género que provocan que sea muy fácil ser la nota discordante y que estés sujeto a represión en el futuro”. “En este retroceso, se está estableciendo un estándar de belleza femenina pretendidamente natural que no sea molesta, que no sea ruidosa… Hay una estandarización peligrosa y las posibilidades de expresión se están rebajando muchísimo”, resume Trujillo.
El texturismo y la melena racializada
Malcom X lamenta en su autobiografía haber dado “un gran paso hacia la autodegradación” cuando encargó el primero de los cortes de pelo de tipo conk que luciría durante varios años. El corte conk fue muy popular entre afroamericanos durante varias décadas del s. XX e implicaba usar un alisador muy corrosivo compuesto por lejía y otros químicos. El activista dedica varias páginas a explicar las connotaciones negativas de aquel proceso y, tras aplicárselo a sí mismo, confiesa que soportó mucho dolor “literalmente quemándome la piel para que se pareciera al cabello de un hombre blanco”. A pesar de iniciativas como la que ha convertido el pelo afro en un derecho civil en buena parte de Estados Unidos, la melena racializada todavía no se ha librado de una persecución y escarnio que en los países occidentales se remonta a la época colonial y recibe el nombre de “texturismo”.

“El racismo ha operado a lo largo de la historia estableciendo la pauta de que lo blanco es lo hermoso y superior, por tanto, cuanto más claro sea el color de la piel o se tenga el rizo menos apretado se estará más cerca de lo bello. Quien se acerque a ese ideal encontrará menos obstáculos y el racismo le afectará en medidas diferentes”, explica la escritora e ingeniera Alejandra Ntutumu, también presidenta de la Asociación Afromurcia. “Los cánones de belleza cobran una nueva dimensión en las mujeres racializadas que por diferentes estrategias han tratado de blanquear su piel, alisar su pelo, cambiarlo de color o incluso han utilizado pelucas. Todo ello para ser aceptadas, encajar, conseguir un empleo o, en definitiva, salvar los obstáculos que generan desigualdad y discriminan”, continúa Ntumumu.
“Cuando yo era joven, los barberos eran personas mayores y hoy muchas barberías están regentadas por jóvenes de origen extranjero, como dominicanos y marroquíes. No solo son más baratos, sino que ellos proponen nuevos cortes de pelo más transculturales, hay una hibridación cultural que corresponde a la hibridación musical”Carles Freixa, antropólogo
Trujillo cree que, especialmente para las mujeres racializadas, el margen de lo tolerable siempre ha sido estrecho, pero que, desde hace algunos años, la exigencia es todavía mayor: “La idea de naturalidad que se está construyendo es una mentira más artificiosa todavía. Lo artificial muestra cómo se ha creado, cómo se ha trabajado, las ideas, el entusiasmo y la pasión de quien genera ha generado ese artificio; la naturalidad no da esas pistas y claro que se ha construido, a veces durante más horas y con más esfuerzo”.
Se alcanza así una paradoja: el objetivo es una naturalidad tramposa, producto de muchos cuidados y estrategias de imagen, mientras la naturalidad racial sigue siendo castigada. “Los hombres, en realidad, no quieren mujeres naturales, sino que crean un estándar de naturalidad que no existe”, defiende Trujillo. “Al no darle importancia a los trabajos de feminización y embellecimiento, que son prácticamente equivalentes, consideran que muchas mujeres que ven con maquillajes camuflados, son naturales. No soportan considerar que no hay algo inherente a lo femenino: precisamente mi libro va de que el género es un artificio; no por ello menos real o íntimo, pero construido”, continúa la ensayista.

En cualquier caso, mientras algunos discursos buscan una inalcanzable naturalidad blanca, en los barrios algunas cosas están cambiando. Lo observa Feixa, que recuerda a unos barberos muy distintos de los que hoy ocupan los locales: “Cuando yo era joven, los barberos eran personas mayores y hoy muchas barberías están regentadas por jóvenes de origen extranjero, como dominicanos y marroquíes. No solo son más baratos, sino que ellos proponen nuevos cortes de pelo más transculturales, hay una hibridación cultural que corresponde a la hibridación musical. Igual que hoy los ritmos musicales que dominan, como el reguetón, vienen del Sur global, hay cortes de pelo originales que vienen del Sur global”. Como casi siempre, dos tendencias opuestas luchan también por instalarse sobre nuestras cabezas. Mientras tanto, merece la pena recordar a Chesterton que en 1910 cuando, para evitar plagas de piojos, se rapaba obligatoriamente a los niños de los suburbios británicos, escribió: “Con el pelo rojo de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna. Porque una niña debe tener el pelo largo (…) debe haber una redistribución de la propiedad y debe haber una revolución”. “Sólo por medio de instituciones eternas como el pelo, podemos someter a prueba instituciones pasajeras como los imperios”, zanjó el inglés.
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