“Escribir a mano sigue siendo insustituible”: por qué seguimos usando lápiz y papel en 2025
Tecleamos más que nunca, pero el placer de tomar notas con libreta y bolígrafo no envejece. Varios escritores hablan sobre la magia de escribir a mano en un mundo atestado de ruido digital


Durante mucho tiempo escribí a mano. Al hacer entrevistas, además de usar la app de grabadora del móvil, tomaba notas a boli con una letra frenética, tan ilegible que ni a mí me habrían servido en caso de fallo del archivo de audio. Desde hace un par de años, sigo tomando notas en las entrevistas, pero lo hago con un ordenador portátil. A medida que habla la persona entrevistada, voy recogiendo en el documento solo la información relevante, descartando redundancias o titubeos. Lo que resulta una opción mucho más práctica, ya que estas notas ya no se limitan a constituir una alternativa a la grabación: al ahorrarme las tareas de transcripción y depurado, casi siempre acaban convirtiéndose en el plan A, la base de la que parto para elaborar la entrevista o el artículo definitivo.
Este cambio ilustra bien la diferencia entre la escritura manual y la que realizamos ante una pantalla. La segunda se acomoda mejor al paradigma utilitarista de la sociedad contemporánea, en el que la información escrita, inserta desde su nacimiento en el entorno digital, debe estar siempre lista para transformarse y ser difundida. Lo que convierte la antigua escritura manual en un teórico anacronismo, o en un ejercicio íntimo que no prolonga su alcance más allá de la propia persona que está escribiendo. Y, sin embargo, el bolígrafo y los cuadernos siguen perviviendo, como si los medios digitales a nuestro alcance –teléfonos móviles, tabletas, ordenadores portátiles o de sobremesa-, que cada día utilizamos de forma intensiva para generar información escrita, no fueran capaces de desplazar por completo ese otro acto cotidiano y al parecer necesario. Cabe preguntarse por qué.

Entre quienes se dedican a escribir como actividad profesional –que, al igual que el resto, suelen utilizar el ordenador como herramienta profesional de escritura–, no es raro que lo manual intervenga en algunas partes del proceso. Es el caso del escritor, articulista y académico Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 69 años), que responde a ICON por escrito con un e-mail (“no a mano”, especifica socarrón) sobre sus costumbres en cuanto a escritura. “Los artículos los escribo directamente en el ordenador, por la contabilidad exacta de palabras que requieren, y por supuesto el trabajo de escritura definitiva (por así decirlo) de un libro es en el ordenador”, explica. Y, sin embargo, lo complementa escribiendo “continuamente” a mano: “Notas y borradores completos de novelas, un diario, apuntes sueltos de cosas que se me ocurren, postales”. De este ejercicio valora sobre todo la sensación de libertad: “Puedo tirar p’alante sin pararme a pensar, como un músico que tiene un atisbo de algo y se pone a explorar a ver qué sale”.
Como él, su pareja, la también escritora y columnista Elvira Lindo (Cádiz 63 años) acostumbra a escribir a mano. En su caso, como parte de un proyecto que posee una dimensión funcional y otra estética: “Siempre tomo notas cuando estoy escribiendo una novela. Dedico un cuaderno especial a cada proyecto. También pego recortes sugerentes para embellecer mis apuntes. En mi última novela, En la boca del lobo, como la acción se situaba en un pueblo, pegaba los envoltorios de las magdalenas, las servilletas de los bares, alguna foto, dibujos de pájaros, incluso alguna receta del lugar. Luego se queda como recuerdo. También uso cuadernos para mis intervenciones en la radio o para los artículos, pero esos ya no los guardo”.

Cristóbal Polo (Cádiz, 42 años), que ha publicado un ensayo sobre la escritura en cuadernos titulado Cuadernística (Ed. WunderKammer), por el que desfilan desde poetas (Emily Dickinson) hasta novelistas (Franz Kafka) y cineastas (Jonas Mekas), también emplea un ordenador, pero parte del soporte material antes de ponerse al teclado. “Cuando escribo con una finalidad literaria, me cuesta teclear un texto que no haya pasado antes por el papel”, asegura. “¿Una simple manía adquirida en la infancia? Puede ser. Lo cierto es que cuando lo hago a mano, escribir me resulta más sencillo, más natural: la imperfección no me pesa y el error no me termina inmovilizando. Puedo seguir avanzando para tantear nuevas combinaciones hasta palpar la estructura y el ritmo del texto. En mis cuadernos hay de todo: instantáneas, conversaciones imaginarias, gérmenes de ideas o historias, notas de lectura, ocurrencias bizarras, dibujos y bocetos de poemas o narraciones. Y luego no quedan arrumbados en un rincón. Vuelvo a ellos con frecuencia y marco aquellas anotaciones que puedan serme útiles en el futuro. Cuando regreso a un cuaderno terminado, no soy ya la misma persona que lo escribió, y siempre me sorprende algo nuevo”.
La escritora madrileña Mercedes Cebrián (54 años), que además de publicar ensayos (el último, Estimada clientela, sobre la actividad de ir de compras, en la editorial Siruela) escribe artículos en medios de comunicación como EL PAÍS, también acostumbra a tomar notas preparatorias de sus trabajos, que termina mezclando con otro tipo de apuntes, también manuales. “Todas las listas de tareas y la agenda, los quehaceres, los levo a mano, porque si no, no los visualizo. Es como si en formato digital esas tareas no existieran o se las llevara el viento. Una vez hechas, las tacho, lo que es muy placentero para ciertas mentes. Llevo siempre un cuadernito para anotar lo que sea: desde este 2025 llevo un solo cuaderno que me dure todo el año y donde quepa todo, en lugar de llevar distintos cuadernos o agendas según el tipo de contenido”.

Podría pensarse que la costumbre de escribir a mano va desvaneciéndose a medida que disminuye la edad de los autores. Al fin y al cabo, los procesadores de textos ya estaban más que implantados cuando nacieron quienes conforman las nuevas generaciones de escritores. Pero el poeta, editor y crítico de arte Juan Gallego Benot (Sevilla, 27 años), también acostumbra a tomar apuntes manuales, según cuenta: “Tomo notas a mano y voy con mil cuadernos, aunque luego siempre escribo el texto a ordenador, o bien con el móvil. Los poemas tienen una cosa visual, y la tipografía de la máquina aporta claridad. Pero luego siempre corrijo a mano sobre lo impreso. Con el ordenador veo muy bien la estructura y la forma que tienen los poemas, y a mano pienso más en el ritmo, y también en cómo funciona de forma individual cada palabra”.
Conviene apuntar que, cuando llegó el ordenador, no fue al bolígrafo y la libreta a lo que reemplazó, sino a la máquina de escribir, que se había popularizado a finales del siglo XIX y que fue el instrumento mayoritariamente asociado con la escritura profesional durante gran parte del XX. Es célebre, por ejemplo, que Javier Marías (1951-2022) siguió utilizando hasta el final una máquina de escribir (una Olympia Carrera de Luxe eléctrica), lo que posiblemente constituía un anacronismo mayor que el que hoy pueda suponer escribir a mano.

La escritura manual favorece las manías y rituales, que por lo general adoptan la forma de un tipo específico de papel, de cuaderno o, con más frecuencia, de dispositivo de escritura. Cristóbal Polo utiliza unos cuadernos artesanales y personalizados, “pero en realidad vale cualquier cuaderno que decidamos convertir en un objeto con entidad propia que reclama ser completado. Por eso me parece tan importante que tenga un nombre, porque cada cuaderno es un mundo”. Por su parte, para Antonio Muñoz Molina los tarjetones de invitaciones a eventos sociales –menos habituales desde el advenimiento del email- presentan un reverso en el que ha escrito particularmente bien: “guardaba todas las tarjetas para eso”, asegura.
Mercedes Cebrián admite haber desarrollado “una filia o, mejor dicho, una parafilia hacia las papelerías y ciertas marcas de rotuladores finos, porque encuentro mucho placer en escribir a mano cuando el material responde bien”. Lo compara con el patinaje sobre hielo, por las “filigranas fluidas” que hacen los patinadores. También le gusta escribir con pluma, lo que acaso sí introduzca cierto elemento anacrónico en el asunto. Las plumas estilográficas de cartuchos, cuyo uso se extendió y consolidó en el último tercio del siglo XIX (antes de eso se escribía con plumas de ave o con plumillas metálicas, mojadas en un tintero), fueron sustituidas a gran velocidad por los bolígrafos desde su patente por el húngaro-argentino László Bíró en 1938.

Caracterizado por la pequeña bola en la punta que dispensa la tinta, el bolígrafo es hoy el instrumento de escritura manual más común. Antonio Muñoz Molina también emplea la estilográfica, por preocupaciones mediambientales: “Antes usaba rotuladores Pilot, pero volví a la pluma por no usar cosas desechables, que pueden acabar tristemente en el estómago de un delfín o de una tortuga marina”. Y aporta más detalles sobre su relación con los materiales: “Me gusta usar buenos cuadernos, de hoja en blanco o raya fina, y unas veces escribo con pluma y otras con lápiz. Me gustan casi todos los lápices, pero tengo debilidad por los amarillos y pequeños que hay en las bibliotecas de Estados Unidos. El lápiz te da más libertad todavía, y tiene también algo de sentido estético. El cuaderno mismo puede ser una incitación a escribir algo: un impulso nacido no de una inspiración previa, sino del atractivo del papel en blanco”.
La escritura es una actividad al mismo tiempo manual e intelectual, como recuerda Cristóbal Polo: “Bachelard escribió que la mano, que tiene sus propios sueños, nos permite imaginar nuevas formas de materia. No es solo un medio o un vehículo; de algún modo, la mano también nos ayuda a pensar. En esa misma línea, se han publicado recientemente algunos estudios científicos que sugieren que escribir a mano implica una mayor actividad cerebral que teclear, lo que favorecería la memoria, la atención y el aprendizaje”. Así lo expresa también Mercedes Cebrián: “Siento que la conexión mano-cerebro es muy importante. Además, creo que la escritura manual se acerca más a la lectura en voz alta que la escritura en ordenador. No solo se te queda mejor el contenido, sino que paladeas más el sonido de las palabras”.

De modo que el factor de disfrute sensorial debe también entrar en la ecuación. En su texto Variaciones sobre la escritura, el filósofo estructuralista y semiólogo francés Roland Barthes escribía que “hay quien siente (¿sentía) una voluptuosidad al escribir, al deslizar la pluma, al trazar el arabesco de las palabras sin ninguna consideración a lo que quieren decir”, lo que vuelve a llevarnos a la figura del patinador de hielo, para el que la ejecución de la pirueta que dibuja su rastro efímero sobre el hielo o en el aire es fin en sí mismo. De hecho, la caligrafía, la tradicional “buena letra”, habilidad cada vez menos valorada debido a los condicionantes del mundo contemporáneo, puede constituir un hilo invisible que enlace distintas generaciones, como le ocurre a Elvira Lindo: “Procuro esmerarme en la letra, que sea armoniosa. Mi madre tenía una letra muy bonita. Mi hermana mayor se la copió, yo copié a mi hermana, y mi hijo copió mi estilo escribiendo. Nuestras letras se parecen, y es bonito que hayamos heredado no ya un rasgo genético, sino algo aprendido en la escuela”.
El manual es también, en su caso, el medio escrito de preferencia para recoger y transmitir el afecto familiar: “En casa siempre nos escribimos postales para los cumpleaños o por Navidad. Tengo una caja con todas esas notas manuscritas que están llenas de amor y de anécdotas del momento. En Nueva York teníamos una pizarra en la cocina y ahí nos dejábamos recados con mucho humor”.

Los afectos intervienen en el elemento fetichista que también puede desplegarse ante la escritura manual, y explican el interés que siempre despiertan los manuscritos de los grandes autores de la historia de la literatura. Un aficionado a la obra de Marcel Proust, por ejemplo, puede permanecer como hipnotizado ante las páginas garabateadas de los folios que contienen los originales de En busca del tiempo perdido, con sus expansivas notas al margen, o de otros textos del autor, como pudo apreciarse en las exposiciones que se le dedicaron con motivo del centenario de su muerte en París, en 2022. Naturalmente, sería imposible reproducir esa aura en un conjunto de ficheros de Word.
Así pues, ¿es escribir a mano y en el ordenador esencialmente lo mismo, o se distinguen lo suficiente como para que podamos considerarlas actividades diferenciadas? Para Muñoz Molina la diferencia está en la libertad y la ligereza, mucho mayores en el caso de la escritura manual. “El cuaderno me permite escribir en cualquier parte, sin miedo a que se acabe la batería, y escribir aquello mismo que estoy viendo. Tiene algo de cámara de fotos”. Y Cristóbal Polo reivindica su carácter único e irremplazable en tiempos en los que nos bombardea un exceso de estímulos: “Creo que, más allá de la nostalgia, hay algo en el ritmo de la escritura a mano, en esa fusión entre palabra, pensamiento y trazo, que sigue siendo insustituible. Reivindicar esta forma de expresión es la mejor manera de proteger algo tan elemental como escaso en nuestros días: la atención. De hecho, podría decirse que experimenta un cierto renacimiento, más como un camino paralelo que como una oposición a lo digital”.

A lo que añade Antonio Muñoz Molina: “También disfruto mucho del ordenador, igual que en su momento disfruté de las máquinas de escribir portátiles. Con las herramientas me pasa como con los medios de transporte: me gusta caminar, correr, montar en bicicleta, conducir, ir en autobús, en metro... Se trata de disfrutar y de lograr no ya eficiencia, sino puro sentido común”.
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