Un rayo de luz sobre Nick Drake, el cantautor más misterioso del siglo XX: “Creí que le esperaba un gran futuro. No acerté en su momento”
Medio siglo después de su muerte un disco de material inédito descubre otra cara del mítico cantautor. Hablamos con el hombre que lo conoció y guardó la única grabación que existe de sus ensayos

La fama le llegó demasiado tarde y de la forma más inesperada. Corría el año 2000 y Volkswagen presentaba su nuevo Golf Cabrio con un anuncio en el que cuatro chavales viajaban descapotados una noche de luna llena mientras escuchaban una canción. El spot fue un tremendo éxito, entre otras cosas por aquella canción, desconocida para la mayoría. Era Pink Moon, de Nick Drake, tema que daba título al tercer y último disco de su autor, publicado en 1971. Apenas había vendido 6.000 copias en 30 años. Tres meses después del anuncio, ya eran 70.000.
Así, el desafortunado Nick Drake —fallecido en 1974, a los 26 años, en la casa de sus padres, de una sobredosis de antidepresivos que nunca se sabrá si fue accidental o no— se hacía por fin popular tras décadas como artista de culto. Había recorrido un largo camino. En vida, un puñado de contemporáneos como Richard Thompson, John Cale o John Martyn admiraban su voz llena de sentimiento, su particular manera de tocar la guitarra y sus melodías melancólicas. Después de su muerte, se convirtió en un músico de culto adorado por otros músicos, como Lucinda Williams, Peter Buck de R.E.M, Paul Weller o Robert Smith, que aseguraba que el nombre de The Cure salió de un verso de Nick Drake (posiblemente mentía, pero lo dijo). Los indies de los noventa le adoraban y su influencia era palpable en casos como el de Belle & Sebastian, el grupo escocés que al principio sonaba como una continuación de Drake.

Hoy, la influencia de Nick Drake es innegable en miles de artistas, pero cuando falleció ni siquiera fue noticia. “Yo creo que me enteré por un amigo. No creo que se publicase nada más allá de una nota en algún periódico local”, cuenta a ICON Paul de Rivaz, compañero de universidad de Drake y dueño de un tesoro desconocido hasta hace pocos años: una rara grabación de uno de sus ensayos.
Porque el cantautor tuvo una carrera casi clandestina. Dejó tres discos que apenas vendieron: Five leaves left (1969), Bryter Layter (1971) y Pink Moon (1973). Solo concedió una entrevista y apenas dio una treintena de conciertos. No pasó por televisión, no hay filmaciones, solo quedan fotos. Era muy alto, delgado, de mirada triste, guapo de una forma melancólica.
Cuentan que era frágil, encantador y extremadamente tímido. Aquejado de depresión, en muchas ocasiones rehuía el contacto físico y en sus canciones aparece como una persona solitaria, como si un muro interno le impidiese establecer relaciones profundas. Se presenta como alguien que daría cualquier cosa por amar y ser amado. Esa imagen de él es la que ha construido el mito. Nick Drake, un ser intangible, una persona demasiado sensible para este mundo.

En realidad fue muy amado. Nació en Birmania, en 1948, en una familia de clase media alta británica. Con la independencia del país asiático volvieron a Inglaterra y tuvo una infancia feliz en la enorme casa familiar de un pueblo cercano a Birmingham. En 1967, tras terminar el instituto se fue un año al sur de Francia antes de ingresar en la universidad de Cambridge. Cuentan que allí también fue feliz. Ese año se embarcó con su amigo Richard Charkin en la aventura de viajar a Marruecos en coche. La idea era conocer mundo y fumar porros. El momento culminante de aquel viaje fue cuando coincidió con los Rolling Stones en un café de Marrakech y les dio un concierto improvisado.
Paul De Rivaz conoció a Drake meses después de aquel viaje, en la universidad de Cambridge. “Montábamos sesiones para escuchar música, y él siempre traía su guitarra y tocaba. Nick Drake era una de las personas más amables que he conocido. Nunca te lo imaginarías gritándole a alguien o discutiendo. Tenía sentido del humor, pero era crónicamente tímido. Le encantaba tocar la guitarra. A veces sus propias composiciones. Otras, versiones”, recuerda De Rivaz.
Durante décadas, los herederos de Nick Drake se han negado a publicar nada fuera del canon. El argumento era no editar nada a lo que Nick Drake no hubiera dado el visto bueno en vida. Por eso su discografía se centra, salvo casos contados, en reediciones de los tres discos oficiales. Pero, finalmente, este mes se publica The making of Five Leaves Left, una caja de cuatro discos con material no publicado que pretende arrojar luz sobre cómo grabó su primer disco, un trabajo que llevó 13 meses en los que Drake trabajó con el productor Joe Boyd, el ingeniero de sonido John Wood y su amigo y arreglista Robert Kirby. La idea es humanizar un poco esa imagen angelical de Drake. Mostrar que su trabajo no era algo que cayera del cielo, sino que era fruto de meses de pruebas.
Paul de Rivaz ha aportado la pieza más especial, su grabación de un ensayo da una nueva visión de Drake. Ya no es un ser etéreo y apocado sino un músico con las ideas claras y un guitarrista espléndido y personal, algo que muchas veces se ha olvidado. “En 1968, Nick tenía un concierto y estaba nervioso porque nunca se había escuchado tocando. Yo tenía una grabadora Grundig y me pidió que fuera con ella a la habitación de Rob Kirby”, recuerda. Kirby, arreglista de sus discos, iba a tocar con Drake. “Llegué, conecté la grabadora y me senté. No dije nada. Casi todo lo dijo Nick. Tocaba fragmentos de algún tema, se detenía y decía: ‘Ahora entraría la flauta’ o ‘aquí, los violines’. Rob Kirby apenas intervino. Nick estaba de buen humor. Creo que se quejó en la grabación de que tenía un poco de resaca o algo así, pero no se notó, tocó de maravilla”, cuenta De Rivaz.
No tuvo mucho más contacto con el músico. Aquel concierto del 23 de febrero de 1968, de telonero de Fairport Convention, no fue grabado. De Rivaz nunca le vio en directo. “No tuve la oportunidad. Además, nos fuimos alejando. Después de aquella tarde le vi poco. Se volvió más y más introvertido, dejó la universidad y todo lo que supe de él fueron sus discos. Yo creo que la mitad de los que compramos sus álbumes cuando estaba vivo le conocimos en Cambridge”, recuerda De Rivaz, que guardó la frágil cinta durante casi medio siglo. “Resistí la tentación de borrarla porque siempre pensé que a Nick le esperaba un magnífico futuro. No acerté en su momento, pero el futuro siempre te sorprende”.
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