Bryan Ferry, el dandi pop: “No se me pasa por la cabeza jubilarme. Trabajar es lo que me mantiene vivo”
A sus casi 80 años y con un nuevo álbum experimental recién publicado, el eterno líder de Roxy Music nos recibe en su casa de Londres

A la casa de Bryan Ferry (County Durham, Inglaterra, 79 años) se llega tras cruzar un anodino callejón del oeste de Londres. No hay pistas que revelen quién vive tras una descuidada puerta. Dentro, es otra cosa. La entrada está presidida por unos enormes retratos de Marilyn Monroe firmados por Andy Warhol, y fotos en blanco y negro de la actriz aparecen en otros rincones a medida que se suceden las habitaciones. También imágenes de la ex de Ferry, Jerry Hall, en la espectacular portada de Siren, el disco de Roxy Music de 1975. Los sofás tienen cojines de la carátula de otro álbum de Roxy Music, Country Life (1974), y están rodeados de sintetizadores antiguos.
Sí, la principal constante es Roxy Music: Ferry fundó la mítica formación en 1970 y la lideró en solitario desde la partida de Brian Eno en 1973: “Ningún grupo puede tener dos líderes y menos si los dos se llaman Brian”, llegó a decir Eno. Hubo un punto, después de años de rivalidad, en que los fans del grupo preferían a Eno antes que a Ferry e interrumpían los conciertos. Pero Ferry niega la mayor: “Todos teníamos nuestros fans. No hubo ninguna pelea. Hicimos dos buenos álbumes juntos y siempre me ha gustado trabajar con él. No vive lejos y nos vemos de vez en cuando. Los dos trabajamos duro, nos gusta la creatividad y tenemos sentido del humor. Somos muy parecidos en ciertos aspectos. Él ha tenido una carrera muy interesante y yo espero que también”.
Roxy Music se disolvió oficialmente en 2014, aunque en realidad llevaban décadas dedicados solo a hacer giras. Su último álbum, Avalon, con el que consiguieron el número uno en medio mundo y vendieron un millón de copias, se publicó en 1982. Con él, Ferry culminó el giro del grupo, que había empezado en los setenta como epítome del glam rock y sus boas, sus lentejuelas y su maquillaje, y en los ochenta terminó siendo el vehículo perfecto para su mutación en cantante melódico: un seductor sofisticado, elegante y con voz de terciopelo. En realidad casi no hay diferencias entre el estilo de Avalon y su continuación, Boys and Girls (1985), con la sutil diferencia de que este último lo firmaba solo Bryan Ferry y fue su primer número uno en solitario.


El orgullo del músico es el estudio de grabación que ocupa gran parte de la planta baja de su hogar, pero la conversación tiene lugar en un acogedor saloncito decorado con tapicerías estampadas. En los estantes hay tratados sobre temas esotéricos y títulos de autores como Thomas Pynchon y J.G. Ballard. Ferry parece relajado y para hablar se sienta en una elegante butaca colocando los pies sobre la mesa de centro. Fiel a su leyenda, va hecho un pincel. Luce pelazo, una camisa de rayas con sus iniciales bordadas y pantalones de pana azul oscuro. En los pies, zapatillas Adidas Forum sin mácula, y en la muñeca un reloj IWC vintage. El músico rompe el hielo y menciona lo mucho que le gusta comer en Donostia y ver flamenco en Sevilla, aunque desde el primer momento se ve que lo que quiere es hablar de su nuevo disco, Loose Talk, una colección de poemas musicados en colaboración con la artista Amelia Barratt.
“Todos teníamos nuestros fans. No hubo ninguna pelea. Hicimos dos buenos álbumes juntos y siempre me ha gustado trabajar con él. No vive lejos y nos vemos de vez en cuando. Los dos trabajamos duro, nos gusta la creatividad y tenemos sentido del humor. Somos muy parecidos en ciertos aspectos. Él ha tenido una carrera muy interesante y yo espero que también”Bryan Ferry sobre Brian Eno
Ferry cuenta que conoció a Barratt hace cinco años en una inauguración y, tras presenciar uno de sus recitales, le propuso grabar su poesía con música: en el disco, ha ido encajando composiciones nuevas con fragmentos que tenía archivados en su estudio. “Empiezo cosas, luego lo dejo y me pongo a otra cosa. Como si fuera un pintor que no trabaja en una misma obra todo el tiempo y tiene varios lienzos. Yo hago lo mismo pero con música”, explica.
A pesar de los 44 años que les separan, ambos artistas se entendieron perfectamente en el estudio y ya preparan un segundo álbum, aún sin título. “Fue todo un placer. Ocuparme solamente de la música me resulta mucho más fácil. Soy cantautor, me encantan las palabras, pero escribir letras se me hace complicado porque soy muy particular”, afirma Ferry. Si tanto le cuesta, ¿qué es lo que atrae de componer canciones? “Me gusta la cualidad abstracta de construir atmósferas. Y creo que lo hago bastante bien”.


Bryan Ferry procede de una familia obrera de una localidad minera del noreste de Inglaterra. Su padre trabajó en una granja y luego cuidando ponis que transportaban materiales en la mina. El propio Ferry se ha descrito a sí mismo como “una orquídea nacida de un vertedero de carbón”. Uno de sus profesores percibió su potencial e hizo todo lo posible para que aquel joven talentoso ingresara en la universidad. Ferry eligió Bellas Artes porque se veía trabajando como historiador, pero terminó formando una banda de rock que le hizo rico y famoso. Poco queda de aquel chico humilde en la estrella que llevó a sus hijos a Eton —el elitista colegio al que fue el príncipe Guillermo— y tiene una gran casa en el campo. “Como adolescente, era bastante tímido, observador, un poco introspectivo”, recuerda Ferry hoy. “Mi entorno me proporcionó una sólida ética de trabajo y el aprecio por la artesanía. Pero siempre soñé con algo más. Me atraían el arte, la música y el cine. Recuerdo pasar horas mirando revistas, viendo películas antiguas o cualquier cosa que me ofreciera otro mundo. Aún no vivía en él, pero ya lo estaba construyendo en mi mente. Esa vida interior, la imaginación, es lo que terminó creando la figura que la gente conoció después. Una proyección de aquellas influencias”.
Durante su trayectoria, Ferry ha sido percibido como un tipo melancólico que, defraudado por la vulgar realidad, se refugia en la belleza. Sin embargo, el músico entusiasta que vemos hoy no encaja con esta imagen de esteta hastiado. ¿Era absolutamente todo un personaje? “Supongo que creé una versión de mí mismo en el escenario que podía encarnar todas las cosas que admiraba. Pero no era tanto una invención sino la expresión externa de algo que llevaba conmigo desde muy pequeño”, confiesa. “Con el tiempo, por supuesto, las líneas se difuminan. La persona y el personaje se encuentran en algún punto intermedio. Pero esa curiosidad, ese anhelo de transformar lo cotidiano en algo bello, eso sigue muy presente”.
Recuerdo pasar horas mirando revistas, viendo películas antiguas o cualquier cosa que me ofreciera otro mundo. Aún no vivía en él, pero ya lo estaba construyendo en mi mente. Esa vida interior, la imaginación, es lo que terminó creando la figura que la gente conoció después"
A sus casi 80 años, esa búsqueda de lo bello se materializa hoy en una etapa particularmente vitalista. “La creatividad es mucho mejor que antes. Me siento como cuando empezaba con Roxy Music, lo percibo como algo nuevo, una aventura. En este periodo final siento la libertad de experimentar. Y la colaboración con Amelia [Barratt] me aporta inspiración y energía: es como practicar tenis con alguien tan bueno que eleva tu juego”.


Ferry se siente cómodo rodeado de gente joven. Aparte de con Barratt trabaja con su asistente, Millie, y su ingeniero de sonido, James, que le descubre las últimas novedades musicales. Además, pasa tiempo con sus cuatro hijos, con edades entre los 35 y los 42 años, “pero yo soy más joven que ellos”, dice solo medio en broma. En 2012, a los 66 años, se casó con Amanda Sheppard, de 30, que había sido novia de su hijo Isaac. Era su segundo matrimonio. Se divorciaron en 2018. “También veo a gente de mi edad. Hoy justo voy a cenar con mi abogado, fui su primer cliente”, aclara. El eterno galán vive una vida tranquila: los fines de semana se escapa a su casa de campo, pero de lunes a viernes no se mueve de Londres. En la ciudad se dedica a trabajar en el estudio, practicar pilates y montar en una bicicleta estática que aparca en el salón de casa. Por las noches sale a cenar o se relaja tomando algún que otro martini. Recientemente ha encontrado un nuevo interés en asistir a conciertos de música clásica. “Suena aburrido, pero ahora que soy mayor disfruto de ella, algo que nunca había hecho antes. Es maravilloso escuchar a Stravinsky y pensar que es una pieza que compuso en los años treinta. Me gusta aprender cosas nuevas”.
El año pasado Ferry publicó Retrospective: Selected Recordings 1973-2023, antología que recoge 50 años de grabaciones en solitario: una recopilación de éxitos, rarezas y cortes poco conocidos que le ofreció la oportunidad de mirar hacia atrás y reflexionar sobre su trabajo, algo que no había hecho a menudo. ¿Hay algunas etapas de su catálogo que el público adora pero él ve con desapego? “Bueno, ya sabes, la música es muy de su tiempo, y a menudo muy personal. Hay canciones que han cobrado vida propia para el público y, aunque es algo que agradezco, algunas de ellas parecen pertenecer a una versión distinta de mí mismo. Pero ahora puedo observar mis primeros trabajos desde la distancia. Como artista, siempre estás avanzando o, al menos, tratando de hacerlo. Así que, aunque respeto esas obras y la conexión que la gente establece con ellas, mi relación evoluciona. No se trata tanto de renegar, sino más bien de mirarlas desde lejos, como viejas fotografías”.
“Los primeros años de Roxy fueron un momento definitorio para mí. Encontré mi dirección. Fue una época de experimentación, de mezclar pasado y futuro, lo rápido y lo lento”
Es imposible separar la música de Bryan Ferry de su estética: “Bryan Ferry es el cantante más lánguido y mejor vestido del mundo”, dijo la edición británica de GQ en 2005, antes de llamarle “trovador de lujo”. En el caso de Ferry no hay separación entre estilo y sustancia: su atuendo es un fiel reflejo fiel de lo que va por dentro. “No existe separación entre la forma en que me visto, la música que hago o la atmósfera que intento evocar: todo forma parte del mismo lenguaje, de un estado de ánimo”, afirma hoy.

Su manera de vestir —elegancia inglesa con un shot de ironía— y sus maneras de dandi posmoderno le han reservado un espacio privilegiado entre los iconos de la elegancia masculina. Su interés por la ropa empezó ya de adolescente, cuando a los 16 años se colocó en una sastrería local. Durante las horas de faena, además de aprender sobre siluetas y materiales, miraba fascinado las ilustraciones de los catálogos de estilos, repletos de caballeros con sombrero y bigote, paseando entre mujeres elegantes y automóviles Rolls-Royce. “Aquella experiencia despertó un verdadero aprecio por el acabado, el corte de un traje y la caída de una buena tela. Comencé a entender el poder del estilo, no solo como moda, sino como expresión personal”, apunta.
El estilo de los músicos de jazz que idealizaba ya desde joven fue otra temprana fuente de inspiración. “Charlie Parker, Miles Davis, Duke Ellington, The Modern Jazz Quartet… Todos eran muy cool y presentaban su música con un toque visual. Cuando empezamos con Roxy Music, intentábamos presentar la música de una manera visualmente interesante. No solo escribíamos canciones, estábamos creando un ambiente. A lo largo de los años, ciertos estilos han ido escribiendo diferentes capítulos de mi vida, como páginas en un diario”.
La siguiente etapa llega en la Universidad de Newcastle, donde se plantaron las semillas de Roxy Music y en la que Ferry recibió clases del artista pop Richard Hamilton. Sus enseñanzas le cambiaron la vida y, posteriormente, le sirvieron para tratar a su banda como un collage viviente: el sonido se envolvía en un universo visual retrofuturista y kitsch lleno de pin-ups, espectáculos de variedades y elementos del cine clásico. “Los primeros años de Roxy fueron un momento definitorio para mí. Encontré mi dirección. Fue una época de experimentación, de mezclar pasado y futuro, lo rápido y lo lento”, explica. “Esa etapa probablemente sea la que más se acerca a expresar quién soy: alguien que respeta la tradición pero que siempre se inclina hacia lo moderno e incluso lo inesperado”.

La moda, por supuesto, era una parte esencial de aquel cóctel. Brian Eno se vestía con una combinación radical de androginia y glamour barato, y Ferry se disfrazaba de galán romántico con tendencias vampíricas. Esta imagen se pulió a través de la colaboración con el eternamente infravalorado diseñador de moda Anthony Price, que anticipó el rol del estilista en la industria de la música. Price era el autor de aquellos trajes de ensueño febril: el día que Roxy Music conoció a Dalí, Bryan Ferry iba vestido con un elegantísimo traje gris de tres piezas y solapa ancha y vertiginosa.
Aquel look y su evolución —galán de Hollywood pasado por estrella pop—, crearon escuela: a partir de los ochenta, cuando un músico británico quería aparentar que había llegado a la madurez, dejaba de vestir trapos de colores y se compraba un traje como los de Ferry. David Bowie, David Sylvian, Spandau Ballet, ABC o Duran Duran —estos últimos también con estilismo de Anthony Price—, todos, en algún momento, vistieron como Bryan Ferry, con el nudo de corbata cuidadosamente aflojado y el flequillo rebelde tapándoles un ojo.
Hoy, el estilo de este árbitro de la elegancia a quien la prensa inglesa llamó durante un tiempo Byron Ferrari se sintetiza en un sustrato podríamos decir que aristocrático, como las camisas a medida (“no es barato, pero prefiero tener una camisa estupenda que 12 que no lo son tanto. Te da la sensación de estar apoyando un imperio que no debería derrumbarse”) o los trajes de Anderson & Sheppard, los exclusivos sastres de Savile Row que Ferry lleva desde los años setenta, inspirado por algunos de sus referentes de estilo, que eran habituales del establecimiento. “Cary Grant, Fred Astaire, Gary Cooper... hombres que hacían que la elegancia pareciera natural. Hay una sofisticación silenciosa en el corte de Anderson & Sheppard, una estructura suave, un hombro natural. Es muy contenido y tradicionalmente inglés, pero con una soltura europea”, explica el dandi favorito de pop sofisticado.
Pero poco del impecable armario de Bryan Ferry tiene que ver con un anhelo de perfección. “Yo abrazo la imperfección. Siempre me han gustado las prendas a la antigua, con telas de calidad”, dice. Aunque hay algo en su precisa idea de la elegancia descuidada que no casa con la estudiada manera de ocultar el esfuerzo en la que se especializa la cultura británica. Muchos ingleses borran la tramoya detrás de su ropa, su casa o su vida. Se ve en los jardines, que parecen salvajes pero no lo son, o en la ironía de su humor conversacional. Ferry no es así. Todo lo que le rodea tiene una clara intención, desde sus retratos hasta sus copiadísimas portadas de discos. En su caso, el artificio y la labor de construcción no se ocultan sino que se exhiben. ¿Es un pecado? “Es complicado… He tenido muchísimas influencias a lo largo de mi vida”, contesta, esforzándose por explicarse. “La música me interesa desde los nueve años, cuando fui a mi primer concierto de jazz con mi tío. Desde entonces, absorbí lo que hacían Louis Armstrong, la Motown o Edith Piaf. ¿Por dónde seguir? Más adelante llegaron los musicales de Hollywood, Shakespeare y los pintores británicos del siglo XVIII”, cuenta. Con la enumeración, el artista demora el ejercicio de autoanálisis que pide la pregunta. “No sé muy bien quién soy”, confiesa. “Tu gusto se va formando, y cada día tomas decisiones sobre lo que te gusta o no. Vivir es muy interesante. Hay muchas cosas en las que pensar”.
Ferry colecciona artistas británicos de principios del siglo XX, como Vanessa Bell, Duncan Grant y otros integrantes del grupo Bloomsbury, relacionado con la música, pero ni esta costosa afición le distrae de su trabajo. No se plantea ocupar su tiempo con ninguna otra actividad. “¿Dedicarme a algo no relacionado con mi trabajo? ¿Como qué? ¿Jardinería?”, pregunta, con expresión de aburrimiento. Hay que recordar que estamos frente a un hombre que asegura que en el año 2000, durante un vuelo a Kenia con su familia, cuando un delincuente intentó tomar el control del avión para estrellarlo, lo único en lo que podía pensar mientras la aeronave caía en picado es que tenía un álbum por terminar. “Los artistas nunca paran. Ni se me ha pasado por la cabeza jubilarme”, contesta rotundo. “Trabajar es lo que me mantiene vivo”.
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