Emma Suárez: “Mantengo a una familia, cuando sale trabajo lo cojo. No me puedo permitir decir: ‘quiero descansar”
A los 14 años se presentó a un ‘casting’ y salió con un papel. Aquel día nació la personal carrera de una de las actrices más carismáticas de la historia del cine español

“A veces pienso cómo algo tan casual ha dirigido mi vida completamente”, dice Emma Suárez (Madrid, 60 años). Sus padres vieron un anuncio para un casting de una película cuando ella tenía 14 años, la animaron a ir y de allí salió con su primer papel: la protagonista de Memorias de Leticia Valle (1979). Su primer beso fue en el cine, en aquella película. Después vinieron varios títulos hasta que interpretó el papel de Rocío en La blanca paloma (1989), una película dura y polémica que le valió su primer premio, el Sant Jordi, y también la primera crítica importante a un papel suyo. Titulada sin más Emma Suárez, la firmaba Ángel Fernández Santos en este periódico, quien elogiaba su trabajo como pieza salvadora del filme. Aquella crítica fue la primera vez que un artículo se tituló sencillamente con su nombre, pero no la única.
El periodista Luis Alegre firmaba en 2016 una columna con el mismo título en la que recordaba el club EDES, Enamorados de Emma Suárez, que habían creado varios asiduos al Café Gijón entre los que estaba Manuel Vicent. La actriz y el escritor comparten además carta en el Mercato Ballaró, un restaurante italiano en Chamberí: la ensalada Emma Suárez es ligera, de rúcula, queso y tomates y el escritor da nombre a un carpaccio de corvina. La actriz frecuentaba el restaurante durante el largo tiempo que vivió en aquel barrio. Ahora se ha mudado más cerca de donde nació, justo cuando ha sentido el impulso interior de volver a hacer teatro para profundizar en el oficio. Por eso está de gira por España con El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, a quien conoció en persona. “Alterno el teatro con el rodaje de Innato, una serie para Netflix que dirige Lino Escalera y en verano tengo un proyecto de cine muy bonito con Elena Anaya”, explica la actriz, que disfruta su nueva vida: “Paseando llego hasta las Vistillas, que es donde jugábamos de pequeños mis hermanos y yo. Soy muy de barrio”.
Quien revise su filmografía verá que no ha parado de trabajar desde que empezó acudiendo a aquel casting a los 14 años. Ha habido paradas para alternar el cine con el teatro y quizás he parado con los embarazos. Aunque llega un momento en que no puedes archivar todo en la memoria... Pero sí, llevo trabajando muchos años, soy una curranta. Este año está intenso. Pero también da vértigo pensar que a lo mejor el que viene ya no hay nada, ¿sabes?
De hecho cuando recogió uno de los dos Goyas que le dieron en 2017, el de mejor actriz secundaria por La próxima piel [el otro fue el mismo año como protagonista de Julieta], dijo que le parecía increíble que solo el 8% de los actores pueda vivir de su profesión. Es que es muy difícil, puedes trabajar en una serie tres meses y al terminar no tener nada en perspectiva. Yo ya me he acostumbrado, pero es curiosa la paradoja de llevar mucho tiempo trabajando y convivir con esa incertidumbre. También es verdad que tengo una familia y mantengo a esa familia, así que cuando sale trabajo, lo cojo. No digo: “quiero descansar”. No me lo puedo permitir.

En su primera película su preceptor, mucho mayor, se enamora de usted; en La blanca paloma tenía 25 años e interpretaba a la hija de Paco Rabal en una relación incestuosa. En ese momento no existía la figura del coordinador de intimidad. ¿Le hubiera gustado que existiera? Sí, por supuesto. En determinadas situaciones esa persona habría sido un refugio, un lugar de confianza al que me hubiera dirigido para decir: “Hacer esto me pone en una situación incómoda, me da pudor, a ver cómo podemos hacerlo”. Para eso existe. Yo era muy joven cuando viví situaciones incómodas. ¿Cómo lo hacía? Pues pasando por encima de la incomodidad y del pudor. En algunas ocasiones sorprendía por lo que se provocaba alrededor. Recuerdo que el día que se rodaba una escena en que te bañabas en el río se llenaba de gente. El hecho de que las mujeres estén más integradas en la industria ha abierto el panorama a nuevas conversaciones y se nota en los equipos. De hecho, ahora a mí lo que me sorprendería es un equipo en el que no haya mujeres.
¿Qué supuso para usted ser etiquetada como mito erótico en su juventud? Pues imagínate, viniendo de una familia numerosa, que somos cinco hermanos... Para mí eso era como: “¿Qué me estás contando?”. No podía comprender de dónde sacaban esa idea. Pero esto pasaba a consecuencia del machismo, del patriarcado. Salía una chica joven e inmediatamente te convertían en una lolita. No es que tú fueras una lolita, eran los demás los que te miraban así. Yo no lo entendía. Pero a partir de ahí vas conduciendo tu trayectoria. Gestionando y liberándote de etiquetas.
¿Y cómo se consigue eso? No siguiendo el juego. Es verdad que recuerdo haber hecho entrevistas en las que te decían: “Posa sexy”. Para mí eso era un juego que también formaba parte de interpretar personajes, pero luego la mirada externa me estaba etiquetando. Vas aprendiendo que no es por ahí por dónde quieres dirigir tu trayectoria y vas eligiendo.
Por ejemplo, ¿trabajando con Pilar Miró? Siempre ha dicho que fue muy importante en su carrera. Me influyó muchísimo a nivel personal, además. Era muy íntegra, muy honesta, muy auténtica. Una mujer que dirigía un equipo de cine fundamentalmente de hombres. Y también fue una mujer muy poco entendida y muy criticada. Ahora mismo yo tengo la edad que ella tenía cuando nos conocimos, incluso ella era más joven que yo. Y desde la distancia, digo: “Joder, Pilar vivió una época muy difícil”. Cuando me llamó para hacer El perro del hortelano, yo no me lo podía creer. Pensaba: “yo no voy a terminar esta película porque yo no he dicho nunca el verso”. Pero ella lo tuvo claro.
E hizo la película. Sí, porque confió de una forma tan brutal en mí que me dije que no le podía fallar. Me dio mucha confianza, me valoró muchísimo. Y eso es muy importante, porque cuando te encuentras con una directora así te da alas. Para mí fue maravilloso interpretar a la condesa de Belflor, poder hacer ese papel que me sacaba también de una constante. Pilar me colocó en un personaje que era una mujer muy poderosa, muy inteligente, con picardía. Muy femenina pero muy feminista también.

Esa confianza en rodar un texto del siglo XVII en verso, o esperar diez años hasta que Isaki Lacuesta e Isa Campo consiguieron la financiación para La próxima piel dice mucho. Es una actriz muy de directores, ¿no? Para mí es muy importante quién dirige la película, el punto de vista desde donde se cuenta la historia es lo que te hace comprender o no comprender. Muchas veces leo un guion interesante pero necesito encontrarme con el director o con la directora antes de aceptar un proyecto.
¿Qué directores le han convencido después de contarle un proyecto? Muchos. Recientemente, me ha pasado con Koldo Serra o con el director de Una ventana al mar, Miguel Ángel Jiménez, con el que he vuelto a rodar el año pasado en una coproducción internacional en la que trabajo con Willem Dafoe.
Emma dice el nombre del actor con ilusión, como una chica joven habla de su crush. Conserva destellos de carácter infantil y rasgos de niña. Como en una confesión cómplice, dice: “Hacemos de marido y mujer. Ha sido increíble para mí trabajar con Willem Dafoe, porque es uno de mis iconos desde siempre. Cuando me preguntaban por los actores que me gustaban yo siempre decía que Willem Dafoe y Christopher Walken”. Ella ha trabajado con muchos de los grandes directores españoles: Almodóvar, Garci, Chávarri, Borau, Uribe, Albacete y Menkes, Camus, Manuel Gutiérrez Aragón o Isaki Lacuesta, y con muchísimos noveles, como Isabel Coixet, con quien hizo su primera película. “Hay películas que han sido muy importantes para mí porque me han hecho aprender algo. Julieta me provocó un viaje interior muy interesante y además me permitió descubrir a una escritora que no conocía, Joan Didion”, cuenta sobre el largo que rodó con Almodóvar y que le dio un Goya, el segundo que recogió en aquella gala de febrero de 2017. Y por supuesto, ha trabajado con Julio Médem, con quien creó una alianza que marcaría el cine español de los noventa.

¿Por qué dejó de trabajar con Julio Médem? Hace muchísimo que no veo a Julio. No he vuelto a trabajar con él porque no me ha vuelto a llamar. Julio es una persona muy especial, con una sensibilidad muy personal. Si no te ve en el personaje, no te ve. Supongo que también fue una época... Pero es que esto es hablar por hablar. Julio forma parte de mi memoria y es alguien muy importante para mí. Muchos aprendimos a mirar de otra manera las películas gracias a él.
¿Qué le pasó por la cabeza cuando leyó el guion de Vacas? Fue como presenciar el nacimiento de un artista increíble y estar en primera persona viviendo su talento. Formar parte de algo magnífico.
¿Es pudorosa? Mucho. He ido aprendiendo, no queda más remedio, pero todavía a veces me pongo colorada. Por eso también llevo esta carrera un poco al margen. Admiro a quienes son capaces de presentar una gala, recibir un premio y dar un discurso fenomenal, pero yo no sé hacerlo. Además, tampoco creo que mis palabras o mis discursos sean tan importantes.
Por llevar esa carrera un poco al margen tampoco se ha sabido demasiado de su vida privada, y eso que habla con naturalidad de sus hijos, sus hermanos… Ahora hablo con más naturalidad de eso. Antes no lo hubiera mencionado. Me he encontrado con fotógrafos a la puerta de mi casa cuando estaba embarazada. O salía a pasear con mi hijo y me encontraba un fotógrafo detrás de un árbol. Era muy violento. A mis hijos los he protegido mucho y no sé si he hecho bien. A veces pienso que los he separado demasiado de mi trabajo. Vamos, es que a veces no ven ni mis películas.
Hace no mucho hablaba usted de la soltería, de vivir sin pareja, casi como un alegato que coincide con un momento en que muchas mujeres están reivindicando con orgullo su soltería. No es un alegato. Sencillamente cuando has criado a tus hijos, has tenido parejas, has vivido amores, has vivido desamores, llega el momento de disfrutar también de tu tiempo. Es que las mujeres hemos sufrido mucho estos prejuicios de la solterona. Cuando éramos pequeñas significaba que esa persona era rara. Con los hombres no pasaba, pero si una mujer era soltera, es que era rara. Eso es muy fuerte. Yo digo que no hace falta vivir en pareja. Esto se lo escuché mucho decir a aquella ministra maravillosa que tuvimos de Cultura, Carmen Alborch, que vivía sola y reivindicaba la soledad también como un refugio, como un territorio en el que se disfruta. No soy una persona resentida, veo parejas y disfruto de ver el amor también, pero otras veces pienso en todas las parejas que hay por conveniencia. Creo que hemos sido educados para estar en pareja y muchas veces, si no sabes estar contigo mismo, ¿cómo vas a estar con alguien?
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