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Nicholas Cullinan, director del British Museum: “No podemos regalar piezas, pero nada nos impide compartir la colección”

El británico de 48 años acaba de cumplir su primer año al frente del museo y su gran reto es llevar a cabo la mayor reforma de su historia: un trabajo que durará décadas y costará mil millones de libras

Nicholas Cullinan posa para Icon Design en la sala de grabados del British Museum.
Daniel García López

Nicholas Cullinan (Connecticut, 48 años), recibe al equipo de ICON en su despacho, con impecable traje gris y una taza decorada con inscripciones de la Piedra Rosetta. Hace un año de su nombramiento como director del British Museum, el monumento más visitado del Reino Unido y custodio de una de las colecciones de objetos de todas las épocas más importantes del mundo. Pero también polémica: los mármoles del Partenón (Grecia), los bronces de Benín (Nigeria) o la propia Piedra Rosetta (Egipto), protagonizan encendidos debates sobre su origen como producto de la violencia colonial.

Cullinan no es ningún desconocido en el mundo de la cultura. Ha pasado por la Tate de Londres y por el Met y el MoMA de Nueva York. De vuelta en Londres, durante sus ocho años al frente de la National Portrait Gallery, capitaneó una reforma valorada en 41 millones de libras que no solo cambió su fisonomía sino que también lo colocó en el centro de la narrativa contemporánea. Cullinan, que trabajó en el mostrador de atención al visitante del museo cuando era estudiante y hoy combina un conocimiento enciclopédico con amistades como Courtney Love o Tracey Emin, introdujo artistas y museografía que rompían con la perspectiva exclusivamente occidental y, cabe añadir, con cierto tedio academicista. El joven director se las arregló para convencer al público erudito y seducir al visitante común –que acudió al museo en masa– sin caer en lo abiertamente político. Erudito, pero contrario a la típica categorización entre alta y baja cultura, y decidido a la hora de recaudar fondos, los méritos de Cullinan no pasan desapercibidos. El año pasado, recibió la Orden del Imperio Británico.

Fachada del edificio principal, obra de Robert Smirke, de 1852.

El British Museum es una mezcla entre gran plaza pública (la entrada es gratuita) e institución académica. Fundado en 1753, alberga ocho millones de piezas, recibe seis millones de visitantes al año, se expande por 30 edificios y, en los últimos tiempos, ha sufrido aglomeraciones, goteras, calor sofocante e incluso delincuencia: el descubrimiento del robo de unos 2.000 objetos sin catalogar del archivo del museo provocó la salida del anterior director, Hartwig Fischer, en 2023. Unos 650 han sido recuperados a día de hoy. Para evitar futuros escapes, uno de los primeros proyectos que Cullinan ha acometido es digitalizar toda la colección.

El año pasado el ‘British’ recibió más de seis millones de visitantes. Aquí, uno de ellos observa los mármoles del Partenón.

Pero hay mucho más. El British Museum se enfrenta al mayor programa de reformas de su historia, un masterplan valorado en mil millones de libras que se prolongará durante las próximas décadas para garantizar que, en palabras de su director, “el museo más universal sea universalmente accesible”. Altos principios, magnitudes mareantes y un mundo convulso, por decirlo pronto. Parece un trabajo hecho para Nicholas Cullinan.

Trump, la guerra de Ucrania, el ascenso de la ultraderecha en Europa... ¿Cómo afecta la locura de las noticias de hoy a un museo como este? Nosotros trabajamos con dos millones de años de historia humana, que es lo que abarca nuestra colección. Somos el museo nacional público más antiguo del mundo, estamos muy cerca de nuestro 275º aniversario... todo lo que hacemos está enfocado desde la idea de perpetuidad. Somos el tercer museo más visitado del mundo. Las colas dan la vuelta a la manzana. Lo cual demuestra que el público también busca salir del ciclo de la actualidad.

Nos encantaría colaborar con Grecia: prestarles de manera continuada esculturas del Partenón y que ellos nos presten piezas importantes a nosotros

¿Y cómo afecta a su trabajo? Como a cualquiera, supongo. Hay días que pueden parecer más volátiles, lo cual podría tener consecuencias económicas... Pero, sinceramente, aquí trabajamos sobre todo en el largo plazo. Lo cual no significa que estemos por encima de nada. Es solo que no tomas decisiones basadas en las noticias del día. Cuando adquirimos Retrato de Mai [la pintura de 1776 por Sir Joshua Reynolds del primer polinesio que visitó Inglaterra, uno de los primeros retratos de una persona racializada libre en el arte occidental] en la National Portrait Gallery, era, junto a una pintura de Picasso, la mayor compra que el museo había hecho en su historia, 50 millones de libras. El proceso empezó en 2021 y le pregunté a algunos de mis colegas en otras instituciones de Londres si querían colaborar en la adquisición para compartir la obra, pero se pusieron muy nerviosos. El coste de la vida había subido mucho, era plena pandemia, y pensaron que no quedaría bien gastar tanto dinero en un cuadro.

¿Y qué pasó? Pues que esa no era la cuestión. No puedes tomar decisiones basándote en lo que pasa en el día, porque tu trabajo está hecho para perdurar. Esa pintura llevaba 20 años en el sótano de un banco y podía o salir del país o engrosar una colección nacional pública por primera vez, que es lo que finalmente ocurrió. Tuvimos que recurrir al museo Getty de Los Ángeles porque nadie quiso unir fuerzas en nuestro país. Pero ahora el cuadro está colgado en la National Portrait Gallery y aquella crisis queda lejos.

¿No hubo daño reputacional? Todo lo contrario. Fue el hito de la reapertura del museo. Precisamente en tiempos de crisis, el público necesita esperanza, algo que trascienda el momento que está viviendo.

Cullinan en el archivo del museo.

El British Museum está muy relacionado con la identidad nacional, un asunto espinoso. Me refiero, por ejemplo, al control de la narrativa que Trump está imponiendo en el Museo Smithsonian de EE UU. El Smithsonian es un museo federal. Está sufragado por el gobierno. Lo cual es una rareza en ese país, porque el resto de los grandes museos, como el MoMA o el Met, son mayoritariamente privados. He trabajado en ambos. En nuestro caso existe una paradoja: no somos una organización política y yo no estoy autorizado a manifestar mis opiniones en este sentido, así que nunca nos implicamos en asuntos de geopolítica. Pero sí puedo decir que las turbulencias, del tipo que sean, solo hacen que te concentres más en ofrecer consuelo e inspiración.

Me refería al uso de la cultura nacional como arma. Tomándote la palabra, el British Museum es adyacente a la identidad nacional y, de hecho, fuimos la primera institución en recibir el término británico. Pero siempre tuvo un punto de vista muy cosmopolita e internacional. Su función siempre fue fomentar el diálogo entre la gente y las culturas. El 67% de nuestros visitantes vienen de otros países, algo que demuestra que la gente quiere establecer conexiones entre distintos lugares y épocas. Puede que ahora exista este enfoque nacionalista que quiere romper puentes y acentuar las diferencias, pero yo estoy interesado en construir diálogos.

Una de las salas del ala oeste, creadas en los años setenta, que serán reformadas.

Cuando llegó al museo, Cullinan necesitó seis semanas para visitar cada departamento y hablar con cada empleado: “Y son unos mil”, precisa. “Puedes leer mucho, pero la clave es escuchar. Mis colegas son sabios en sus areas”. Visitar los departamentos de África, Oceanía o las Américas, o descubrir la enorme máquina de rayos X con la que se escanean esculturas de gran tamaño –colocada en una habitación de seis metros de alto–, fue “como volver a la universidad”.

¿En qué punto está el asunto de la restitución? Todas las familias de objetos a las que afecta este debate están detalladas en nuestra web. La transparencia es fundamental. Hablamos de algo menos de 20 casos, que nos tomamos muy en serio. Son conversaciones complejas que vienen de largo.

¿Las esculturas del Partenón son el caso más urgente, supongo? Es el más famoso. No es ningún secreto que nos encantaría construir una colaboración con Grecia: prestarles de manera continuada esculturas del Partenón y que, a cambio, ellos nos presten piezas importantes a nosotros. Una alianza con Grecia sería buena para ambas partes, y creo que también podremos hacerlo posible con los bronces de Benín [Nigeria]. Ya estamos colaborando con el EMOWAA [el Museo de Arte de África Occidental, que cuenta con un archivo digitalizado de los bronces que fueron saqueados por países occidentales y alberga piezas tanto restituidas como obtenidas en nuevas excavaciones con la colaboración con el British Museum]. Abrió el pasado noviembre, pero se inaugurará oficialmente en otoño. Tengo muchas ganas de verlo. Espero que, desde aquí, la colaboración florezca.

Cullinan no parece achantarse ante los retos de una colección sujeta a debates tan complejos y en ocasiones amargos. El Gobierno británico prohíbe a los museos la restitución de piezas, pero él es posibilista y apuesta por la “diplomacia cultural”. Lo primero que hizo cuando asumió el cargo fue dirigirse a “los países o instituciones que habían reclamado para empezar a solucionar cómo podemos avanzar en la conversación”, explica. “Hay muchas colaboraciones internacionales. El principio fundamental es que tenemos una colección de ocho millones de objetos y solo el uno por ciento está expuesto. El uno por ciento. Queremos mostrar el máximo posible, que es el sentido de este centro”. El British Museum fue el primer museo nacional gratuito, y se fundó gracias a los 70.000 objetos que formaban la colección de Sir Hans Sloane. “Esta institución es una embajada para todos los países, todos los pueblos y todas las culturas”, dice Cullinan. “Sloane dijo que quería que su colección fuera para todo el mundo y, cuando se la ofreció a nuestro país, lo hizo pensando en Londres porque era la ciudad con más público internacional. Pero si Londres hubiera dicho que no, las otras candidatas eran San Petersburgo, París, Berlín y Madrid”. El acceso universal al conocimiento es clave, dice Cullinan: “Queremos que la colección beneficie a los visitantes, pero también somos los mayores prestatarios del mundo: unos 2.000 objetos solo en Inglaterra”.

Reformar el museo es absolutamente necesario, a no ser que quieras que se caiga el techo. Queremos cambiar la forma en que mostramos la colección y transformarlo de arriba a abajo

Volviendo a los mármoles del Partenón, la decisión final es cosa del Gobierno, ¿no? Sí, pero en realidad depende más de nosotros. No podemos regalar piezas, pero no hay absolutamente nada que nos impida compartir la colección, algo que ya hacemos constantemente. Creo que es mejor concentrarse en lo que puedes hacer y no hablar sobre lo que podrías intentar que ocurra.

Tiene entre manos un monumental plan de reforma del museo. Hay quienes se preguntan si es absolutamente necesario. Es absolutamente necesario, a no ser que quieras que se caiga el techo.

Pero no solo se trata de goteras. Son muchas cosas. Hay un plan maestro, queremos cambiar la forma en que mostramos la colección y transformar el museo, gradualmente, de arriba a abajo. Empezamos por los pabellones de bienvenida, para poder quitar las carpas blancas de la entrada, y después acometeremos el ala oeste, que es la más perjudicada estructuralmente. Efectivamente, hay goteras, pero lo grave es que, como te decía, lo que puede pasar es que se caiga el techo.

Galería dedicada a la Ilustración, restaurada a principios de este siglo.

La prensa ha valorado el proyecto total en unos mil millones. Muchas de las galerías llevan sin tocarse más de medio siglo. No hay accesos para las personas con problemas de movilidad. Y, aparte, es que el museo podría estar mucho más bonito.

¿Le preocupa el dinero? No. Sé que es una cantidad enorme. Pero hemos hecho las cosas como deben hacerse. Convocamos un concurso para elegir estudio de arquitectura y, ahora que tenemos ganadora, Lina Ghotmeh, pasaremos el próximo año trabajando juntos en el proceso de diseño. Una vez que tengamos el proyecto, lo dimensionaremos en términos económicos. Serán varios cientos de millones, pero ya ha habido conversaciones para asegurar aportaciones. Los grandes donantes a nivel mundial, algunos de los cuales ya me apoyaron en la National Portrait Gallery, entienden la importancia y la urgencia de este proyecto. Si tienes una buena idea, el dinero va detrás. Lo que no puedes hacer es resignarte a que tu gran proyecto se adapte a tu pequeño presupuesto.

Si tienes una buena idea, el dinero va detrás. Lo que no puedes hacer es resignarte a que tu gran proyecto se adapte a tu pequeño presupuesto

Escribió en marzo una tribuna en el Financial Times por la polémica que provocó que el British Museum aceptara 50 millones de la petrolera BP, arguyendo que los museos no pueden ser activistas. Hace dos años la National Portrait Gallery rechazó fondos de la familia Sackler. ¿Cómo se establecen los límites? Nunca han cambiado. Algunos museos son instituciones caritativas, por tanto están obligadas a aceptar el dinero de otros. Hay buenas razones para no hacerlo: si la fuente de estos fondos es ilegal o si se decide que puede haber daño reputacional. Estos debates son transparentes. Los museos están hechos para servir al público. Lo que ha cambiado es el tono y el fervor [por parte del público] a la hora de hablar de los patrocinios. Y también ha cambiado algo importante: hace 20 años, cuando hubo protestas contra la guerra de Irak, se convocó en Londres la manifestación más grande de la historia del país. ¿Dónde terminaba? En la plaza del Parlamento. Ahora, cuando la gente quiere protestar por un problema geopolítico, muchas veces dicen: ‘Vamos al museo’.

Nicholas Cullinan en su despacho, que pronto abandonará para ocupar un nuevo espacio en la White Wing.

El colectivo Just Stop Oil justo acaba de decir que ya no va a volver a hacerlo. Sí. En realidad eran honestos porque, claro, los museos te ofrecen una imagen que llama más la atención que si te tumbas en medio de la autopista... El problema es que todo esto tiene consecuencias para las instituciones pequeñas y por tanto para el público. Hay programas comunitarios que han sido cancelados por la acción de activistas. Pero cuando estas organizaciones, que no nombraré, les explicaban lo que estaba ocurriendo, estos activistas les respondían que les daba igual. Es un enfoque muy limitado. Si estás comprometido con el clima o con lo que ocurre en el mundo, a mí me enseñaron que lo que tiene sentido es donar tu tiempo y, si lo tienes, tu dinero, a esa causa concreta. No denunciar a una pequeña organización artística o ir a un museo. Esa es una conducta más bien performativa. Es asumir que tiene que haber algún tipo de daño colateral para que tú obtengas tus objetivos. Protesta frente al Parlamento, que es donde está el Gobierno.

¿Tiene planeados golpes de efecto como aquella exposición sobre Michael Jackson en la National Portrait Gallery? Tengo muchas ideas, pero esto no tiene nada que ver con aquello. Nuestro rol no es ser un museo de arte contemporáneo, a pesar de que haya intervenciones anuales. Programar es solo una parte del trabajo. Somos una institución arqueológica y la manera de cambiarla es concentrándonos en el plan maestro, en la redisposición de la colección y en los nuevos pabellones.

Me crie gracias a las ayudas sociales. Estábamos debajo del umbral de la pobreza. Pero mis padres me permitieron acceder a ideas, arte y cultura. Tuve una niñez maravillosa. Es solo que no teníamos dinero

Preservar la gratuidad del museo está en el centro de su discurso. Usted mismo no viene de un entorno de privilegio. Éramos de clase trabajadora, me crie gracias a las ayudas sociales. Estábamos debajo del umbral de la pobreza. Era bastante duro económicamente, pero lo increíble de mis padres es que eran muy inteligentes y tenían interés por los libros, la música y el mundo. Me permitieron acceder a ideas, arte y cultura. Así que me siento un privilegiado, no tengo una espina clavada por culpa de mi infancia. Tuve una niñez maravillosa. Es solo que no teníamos dinero. Éramos pobres. A veces pasaba hambre.

¿Cree que acceder al mundo de la cultura es más complicado hoy? Desafortunadamente, sí. Yo estaba becado en la universidad y obtuve un préstamo estudiantil cuando me mudé a Londres. 3.000 libras al año, en total 12.000 con intereses. El resto del dinero lo ganaba trabajando a media jornada seis días a la semana, o siete si eran vacaciones. ¡Trabajaba mucho más duro que ahora! El problema es que hoy el préstamo sería mucho más alto, lo cual seguramente resulte disuasorio. En su momento hubo mucha gente que me aconsejó que no me dedicara al arte, que no tenía futuro, y les ignoré. Ahora sería mucho más difícil.

¿Fue el abismo de clase alguna vez un problema? No. Mis padres eran ingleses, yo nací en Estados Unidos y volvimos cuando tenía cuatro años, pero mi acento sigue siendo un poco raro, como medio escocés, así que estaba un poco fuera del radar. Inglaterra es el país con más conciencia del sistema de clases del mundo: se puede decir de dónde es alguien y cuánto dinero tiene solo por cómo pronuncia una frase. Pero a mí no podían ubicarme claramente. Fue una suerte, aunque no es que yo le diera mucha importancia. El tema de la clase no es ninguna tontería. No debería definir a nadie. Y desde luego no pienso que alguien, por venir de la clase trabajadora, tenga que sentirse intimidado o pensar que algo no le corresponda. Eso es una estupidez.

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Sobre la firma

Daniel García López
Es director de ICON, la revista masculina de EL PAÍS, e ICON Design, el suplemento de decoración, arte y arquitectura. Está especializado en cultura, moda y estilo de vida. Forma parte de EL PAÍS desde 2013. Antes, trabajó en Vanidad y Vanity Fair, y publicó en Elle, Marie Claire y El País Semanal. Es autor de la colección ‘Mitos de la moda’.
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