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De histórica mina de carbón a laboratorio creativo: la imponente historia del Pozu de Santa Bárbara

Una instalación inmersiva del colectivo londinense Scanlab Projects es la última muestra que acoge esta sede del festival L.E.V. Todo un ejemplo de intervención para nuevos fines de un conjunto declarado Bien de Interés Cultural

A unos diez kilómetros de la localidad asturiana de Mieres, por la carretera que se adentra en el valle de Turón, uno se topa con su imponente planta sin previo aviso. Titánica y casi racionalista, esta mole de cemento a pie de montaña fue construida entre 1913 y 1920, un hito en la explotación hullera de la cuenca que llegó a abarcar medio kilómetro de profundidad repartida en once plantas y permaneció en activo hasta 1995. Se trata del Pozu de Santa Bárbara, el primero pozo de extracción vertical de la región y emblema de la historia minera de Asturias, declarado en 2009 Bien de Interés Cultural (BIC) con la categoría de conjunto histórico.

Desde 2021, y tras las obras de restauración, su imponente portón conduce a un centro de intervenciones artísticas contemporáneas. Un lugar en el que martillos compresores ceden su lugar histórico a la performance y las instalaciones inmersivas como la exposición Framerate: Pulse of the Earth (El pulso de la Tierra), creada por el colectivo Scanlab Projects.

La idea de destinarlo a un uso cultural –tras la cesión de la compañía propietaria Hunosa al ayuntamiento– fue una estrategia para reactivar el valle y concejo de Turón en manos del exalcalde Aníbal Vázquez, toda una figura emblemática de Mieres. Un ejemplo redondo de intervención y reutilización adaptativa de un edificio histórico para nuevos fines que Nuria Ordóñez, actual concejala de cultura del ayuntamiento, define como crucial para construir el futuro de la región. “Mieres cuenta con un importante patrimonio industrial que estamos transformando en espacios cargados de futuro. El PZSB es la punta de lanza. El primer pozo BIC es hoy un centro de innovación cultural que permite ofrecer en Turón, corazón de la Cuenca Minera, exposiciones que han estado en Nueva York, Londres, Venecia o Taiwán”.

El de Santa Bárbara no es un caso aislado. Como señala Ordóñez, esa nueva identidad cultural ha contagiado a otros espacios emblemáticos de la cuenca como El Pozu Espinos, uno de los más antiguos de la minería española que acoge ahora el proyecto Bocamina. Esta experiencia inmersiva conducida por el cocinero Marcos Cienfuegos rescata el pasado minero de la cuenca asturiana a través de la gastronomía con recetas del siglo XIX y XX.

El Pozu Barredo, por su parte, alberga en su plaza de madera parte del campus universitario más moderno de la Universidad de Oviedo. “Y estamos planteando otras iniciativas como Reto Territorio Minero, la primera competición de BTT en España abierta durante un año que permite mostrar la potente naturaleza, las montañas y los kilómetros de senda que son la otra cara de las cuencas”.

Las visitas guiadas y gratuitas que ofrece el ayuntamiento por el Pozu de Santa Bárbara a través de su web dan buena cuenta de la morfología que el paisaje minero ha adoptado entre pasado y futuro. Su planta a pie de calle es la primera pieza que juega al despiste, ya que no está dispuesta sobre el fondo del valle sino como una superficie sobre un piso subterráneo por encima del río Turón, que resuena mientras paseas por su piel. La misma que pisaron miles de trabajadores desde la primera extracción de carbón a principios del siglo XX por la compañía explotadora Hulleras de Turón y Hunosa.

El segundo truco visual es que se tratan de dos pozos verticales y no de uno. “La magnitud de sus instalaciones colocadas en un paisaje de montaña como este fue en su momento algo nunca visto”, incide la guía durante la visita. El pozo principal con un castillete de 30 metros de altura se destinó a la extracción del mineral y retirada del escombro; mientras el segundo con un castillete de 17 metros, que actuó de auxiliar (pero no por ello menos relevante, recalca) sirvió de ventilación, además de entrada del personal y para el transporte de los materiales.

El exterior, revela la visita, tal y como se concibió en su origen, poco tiene que ver con lo que tenemos delante de nuestros ojos. Un complejo inteligente que fue mutando según las necesidades que iban surgiendo cada momento. Es el caso también de la longitud del descenso, ya que aumentó a medida que se agotaba el carbón en los niveles excavados. Ni el estallido de la Guerra Civil paralizó su envergadura; en 1938 la compañía llegó a los 240 metros de profundidad y en los años sesenta los trabajos de excavación llegaron por debajo del nivel del mar. Las posibles filtraciones del río que circulaba próximo fue otra proeza a solventar, con medidas como una gran bomba en el nivel más bajo para achicar el agua o desviar el cauce natural del Turón.

La casa de máquinas es otro emblema del complejo. También construida por partida doble, el edificio para el pozo auxiliar albergó el nuevo motor de extracción que aún sigue en sus entrañas. El proyecto de renovación, en colaboración con el ingeniero Ildefonso Sánchez del Río –figura reconocida en Asturias por obras como el Palacio de Deportes de Oviedo– , jugó otra astucia formal. Contó con un un sistema de pórticos de hormigón que soportaban la cubierta ligera, permitiendo agrandar los ventanales en un ejercicio arquitectónico propio del Movimiento Moderno. El edificio original, convertido a posteriori en una subestación eléctrica, gozaba sin embargo de unos muros macizos. Para cumplir el deseo de unificar las fachadas de ambos edificios, Sánchez del Río enlazó las ventanas originales abriendo un gran portón con un corsé metálico.

A menor escala, la casa donde estaban las bombas de ventilación juega de nuevo al despiste. El espacio que permitía respirar a los trabajadores es el único que conserva la estética original de hace más de un siglo. La fachada principal, orientada hacia el interior para ser visible a los trabajadores que llegaban desde el ferrocarril, conserva el perfil del arco en ladrillo en medio típico de la época. El zócalo revestido con mortero crea un curioso trampantojo que finge ser unos sillares de acabado rústico para enmascarar la mampostería ordinaria. Una fila milimétricamente ordenada de aparente chatarra a la salida, es el último resquicio que queda de los vagones que usó Hunosa en el pasado.

Cerca se encuentra un edificio color ocre, contiguo al pozo auxiliar, que sustenta aún las letras que señalaban su función: sirvió de economato desde 1917 para la atención de los trabajadores y es el único de España de esta índole que cuenta con protección integral y será rehabilitado próximamente.

La antigua sala de compresores que alberga ahora las instalaciones artísticas organizadas por el L.E.V. fue intervenida mínimamente, con el objetivo de mantener su esencia minera: “Un contenedor de lujo para proyectos de innovación cultural en un espacio absolutamente singular”, expresa Ordóñez.

Ahora en su papel de centro cultural, el PZSB vivirá una segunda fase del proyecto para habilitar nuevos espacios con una inversión de un millón de euros que financiará el Ministerio de Cultura. “Mientras, también trabajamos con Hunosa para que mejore el entorno y las instalaciones de este pozo, tiene que dar los servicios necesarios para un centro que recibe miles de visitas”, concluye Ordoñez.

De Anthony Mccall a SMACK, un futuro de vanguardia

En octubre de 2021, el PZSB acogió en esta sala de compresores su primera exposición, en manos de Anthony Mccall. Pionero en el uso escultórico de la luz, el británico firmó el debut performativo del espacio con Solid light and Performance works, a través de un recorrido por su bagaje fílmico desde los años setenta hasta la actualidad.

El comisariado del L.E.V. empezó en 2023 junto a referentes internacionales como, Andy Thomas, Jeanne Susplugas o el colectivo holandés SMACK, sumándose Mieres a sus sedes de Gijón y el Matadero de Madrid–. Desde entonces, el festival ha apostado por proyectos a gran formato relacionados con la creación digital, que aborden los retos e inquietudes de la sociedad actual y visibilicen las nuevas realidades y malestares contemporáneos del mundo que habitamos. “Buscamos un programa que entrelace arte, ciencia y tecnología en diálogo con el patrimonio industrial y natural del Pozu Santa Bárbara y el concejo de Mieres”, explican Cristina de Silva y Nacho de la Vega, al frente de la dirección del L.E.V. A lo largo de cinco exposiciones, revelan los curadores, han tenido cabida exposiciones que han tratado desde la emergencia medioambiental a la salud mental, la relación entre la inteligencia artificial y los procesos creativos o los peligros de la sociedad hiperconectada y el exceso de información.

El colectivo londinense ScanLAB Projects asume en Framerate: Pulse of the Earth (El pulso de la Tierra) el reto de dialogar con el espacio a una escala monumental. La exposición que podrá verse hasta el 7 de enero envuelve al público en una oscuridad cegada por ocho pantallas gigantes y sincronizadas entre sí, que convierten a la antigua sala de compresores en una catedral teñida de paisajes digitales que sobrecoge al espectador. “El trabajo muestra escenas escaneadas de cambios medioambientales reales, que han sido registradas en diversos paisajes ya sean rurales, industriales o urbanos, provocados por fuerzas naturales o por la mano del hombre”, señalan. Diferentes puntos de vista y escalas aportan sin embargo un ritmo orgánico a toda la instalación inmersa en las tinieblas. Un ambiente estremecedor que poco cuesta conectar con la penumbra que acompañó a los mineros del las entrañas del Pozo de Santa Bárbara.

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Sobre la firma

Victoria Zárate
Periodista vinculada a EL PAÍS desde 2016. Coordinó la web de Tentaciones y su sección de moda y estilo de vida hasta su cierre en 2018. Ahora colabora en Icon, Icon Design, S Moda y El Viajero. Trabajó en Glamour, Forbes y Tendencias y ha escrito en CN Traveler, AD, Harper's Bazaar, V Magazine (USA) o The New York Times T Magazine Spain.
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