La reforma que convirtió un piso madrileño de posguerra en un oasis de luz y amplitud sin traicionar su espíritu
El estudio Lucas y Hernández-Gil ha transformado una vivienda de 80 metros cuadrados del barrio de Prosperidad en un espacio moderno que no renuncia a la historia ni a la sensatez


Cuando uno oye las palabras “reforma integral”, lo habitual suele ser pensar en espacios pulcros y ultratecnológicos, con materiales del futuro y acabados neutros. Da igual que la vivienda se encuentre en un edificio histórico o en un bloque de los años sesenta: una vez dentro, resulta difícil saber si estamos en un edificio de nueva construcción o en una casa de pueblo de esas que aún abundan en los barrios de Madrid. Sin embargo, cuando recibieron el encargo de reformar un piso en el barrio de Prosperidad (Madrid), los arquitectos Cristina Domínguez Lucas y Fernando Hernández-Gil Ruano decidieron incorporar un ingrediente poco habitual: la propia historia del barrio y del edificio.
Casaberlín, el proyecto resultante, se llama así porque la vivienda está cerca del madrileño parque de Berlín. Pero hay poco de berlinés en esta casa moderna y casi conceptual con elementos que remiten a la arquitectura vernácula; es decir, a las viviendas humildes en las que se han criado varias generaciones de españoles. “Los clientes necesitaban adaptar la casa a sus necesidades”, explican. “Eran estructuras familiares muy diferentes, así que les propusimos un gran cambio sin perder la esencia del lugar”.
En el Madrid de la posguerra, la escasez obligó a cambiar los métodos constructivos de las zonas, al menos en las zonas menos pudientes. Los edificios con estructuras de hierro, grandes ventanales y balcones de antes de la guerra fueron sustituidos por compactos bloques de ladrillo con ventanas moderadas y una subdivisión infinita de habitaciones, para alojar sin problemas a familias numerosas llegadas a la capital desde las zonas rurales o las afueras de las ciudades. “Es la expresión de una arquitectura funcional que empieza a desplazar ya el movimiento tradicionalista que se instauró en los primeros años de posguerra”, explican los arquitectos a propósito de este momento. “Tímidamente se va retomando la senda moderna, que tan adecuada resulta para la época; resuelve con economía de medios y empieza a liberarse del ornato, pero muestra una mirada al futuro que conecta con el secular ascetismo castellano”.

El edificio donde se encuentra esta vivienda data de 1947. Una mirada al plano revela una planta de unos 80 metros cuadrados que antes de la reforma estaba dividida en varias estancias pequeñas. Pero sus nuevos propietarios, una pareja sin hijos, requerían otra configuración. En las imágenes, destaca la estancia principal, que aúna cocina y salón. Hasta ahí, todo normal. La clave está en el modo en que han resuelto la transición: con una única pieza central que sirve como zona de trabajo —placa vitrocerámica, encimera— y también como mesa. “Es el punto de reunión con familiares y amigos”, explican. “Esta posición junto al área social es frecuente en los últimos tiempos. En nuestro caso es por motivos diferentes a la tendencia actual”, explican, aludiendo a la proliferación de viviendas turísticas donde el uso de la cocina es testimonial, “por lo que hemos evitado intencionadamente esa estética de cocina en isla sofisticada y de materiales lujosos”.
Para hacerlo, han acudido a algo tan sencillo y tan sofisticado como el azulejo cerámico vitrificado, “un material tradicional y popular que conecta con la lógica original de la casa. Y aunque la cocina se hace presente en la zona social, se despliega con naturalidad y trae con ella parte de la estética de las antiguas cocinas alicatadas. Es un planteamiento alternativo a la tendencia que se ha hecho norma de borrar el rastro de lo que fueron las casas, para terminar en un producto homogéneo de porcelánicos, falsas molduras y agotadoras candilejas de luz perimetral”.

Aquí, la calidez doméstica lo invade todo. Las dimensiones son amplias pero contenidas, y la reivindicación del alicatado de toda la vida aleja este piso de barrio de la pretensión de apartamento de lujo. El modelo de azulejo elegido, en un suave tono rosado, tiene algo de retro, pero al mismo tiempo resulta contemporáneo y muy gráfico por el contraste con las juntas marcadas en blanco. Es el mismo que se aplica en el baño, que tiene una posición atípica en el centro de la vivienda y sirve como nexo y zona de paso al dormitorio —eso sí, el inodoro y la ducha, que requieren más intimidad, están en un cuarto anexo y convenientemente separado. En todo caso, un baño de paso sería algo impensable en una vivienda de los años cincuenta. “De la misma manera que nos interesan ecos del pasado, un punto de vista moderno nos abre posibilidades para transgredir conceptos rígidos y clichés que si deben ser superados”, apuntan.
Más detalles: las puertas de la cocina y los armarios se han creado con la colaboración de Cubro, un estudio que se ha convertido en una referencia para arquitectos en busca de acabados sofisticados y costes moderados. No es un gesto banal, porque una de las virtudes de la reforma es contar con mucha zona de almacenamiento. “Una casa es también las cosas que guardamos y atesoramos”, apuntan desde Lucas y Hernández-Gil. El resto de acabados inciden en la misma idea de apostar por la transparencia y la honestidad de los materiales. Han conservado y restaurado las ventanas originales, y el suelo de tarima industrial es nuevo pero tampoco es una imitación. “Es una material de madera de haya maciza, un material del gran calidad pero que al ser en pequeños formatos resulta económico. Igual que con los azulejos, nos resulta más interesante sacar toda la expresividad a materiales humildes pero con calidad antes que abandonarnos al interminable mundo de los suelos de imitación, que es el camino más rápido a la impersonalización de un espacio”.

En las imágenes de presentación del proyecto, la casa aparece amueblada con piezas de Kresta Design, la editora de mobiliario fundada por Lucas y Hernández-Gil, y que cuenta con colecciones tan populares (y fotografiadas) como Filippa. Es una elección provisional —cuando hicieron las fotos aún no se había completado el equipamiento—, pero también un manifiesto estético del estudio. “No queremos ni una neutralidad anodina ni un ruido inarmónico”, afirman los arquitectos. “Queremos que sea una expresión alegre y vital y también reconfortante. La dimensión emocional de los espacios nos parece clave. El diálogo entre espacio y objetos termina de completar el sentido de una casa. Intentamos explotar los recursos expresivos de cada uno, alternando silencios y notas de color”.

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