Carme Chaparro: “He visto a muchas compañeras llorar en los baños de la tele”
La periodista, alejada de las pantallas por una enfermedad, publica ‘Venganza’, una novela negra en la que destripa las miserias de los medios de comunicación. “Soy una superviviente de la trituradora de la televisión”, afirma

Carme Chaparro (Salamanca, 52 años) lleva nueve meses alejada de la televisión y no sabe cuándo va a volver. La enfermedad que padece, a la que, por el momento, no quiere ponerle nombre, le impide trabajar. Sin embargo, lo primero que hace cada mañana es ver las audiencias televisivas del día anterior. Muchas noches sueña con que regresa a la redacción de informativos de Telecinco. En realidad, tiene una pesadilla recurrente. “Sueño mucho con la tele, pero, al final, nunca consigo llegar al plató, no consigo hacer mi trabajo. Hay algo que siempre se tuerce. Anoche, por ejemplo, tenía las manos llenas de aceite y no podía escribir en el teclado”, explica.
A la periodista le cuesta salir de casa, así que la conversación con EL PAÍS transcurre en el salón de su apartamento, escoltada por su perro, un caniche llamado Bitter. También le cuesta ver a gente. Estos días está haciendo un esfuerzo porque acaba de publicar Venganza (Espasa), un thriller que destripa las miserias de los medios de comunicación: la competencia descarnada, los abusos de poder, la manipulación, la polarización... Tenía previsto lanzar la novela el pasado marzo, pero la enfermedad la obligó a posponerlo hasta ahora.
“Recién ahora tengo fuerzas para dar entrevistas, aunque no es fácil”, reconoce. “Verme en casa, enferma, muy medicada, sin hacer el trabajo que me gusta, me hizo caer en un pozo muy oscuro, un lugar en el que yo no recordaba haber estado nunca y del que gracias a Dios he salido. Bueno, no a Dios, porque yo no creo. Más bien gracias a una amiga que llamó a un psiquiatra. Y gracias a un marido que me ha sostenido y que se ha ocupado de todo. Mientras yo estaba fuera de juego, él se ocupó de las niñas [tiene dos hijas], ponía la lavadora, sacaba al perro... Ahora entiendo cuando los pacientes con depresión dicen que ven la vida en blanco y negro y que no son capaces ni de ir al baño cuando tienen pis. Yo vengo de ahí”.
Pregunta. ¿Por qué escribe novelas negras?
Respuesta. Creo que tiene que ver mucho con el periodismo. Iñaki Gabilondo tiene una frase maravillosa: “Los periodistas solo nos levantamos un día sabiendo que vamos a contar cosas bonitas: el día del Gordo de Navidad”. Llevo más de 25 años en informativos contando cosas muy duras. He tenido que contar tanta negrura que algo de todo eso me ha quedado. Lo negro es algo que llevamos todos dentro y de lo que todos hemos sido víctimas.
P. ¿Por qué nos gusta tanto leer sobre crímenes?
R. Porque les pasan a otros y no a nosotros. Nos hacen sentir aliviados, porque no nos pasan a nosotros, y vivos, porque hacen que nos demos cuenta de que la vida es breve y hay que aprovecharla.
P. Este género literario tiene mucho éxito entre el público femenino. ¿Por qué cree que gusta tanto a las mujeres?
R. Cuando empecé con la promoción de No soy un monstruo, mi primera novela, dije a la editorial: “Me da miedo que solo vengan hombres a la presentación”. Tenía esa sensación, iba con ese prejuicio. Me sorprendió descubrir que muchas mujeres leen novela negra. Hay una nueva literatura negra escrita por mujeres donde hay poco higadillo y muchos personajes emocionales. Eso es lo que conecta con las mujeres: las emociones.
P. En Venganza desnuda las miserias de los medios de comunicación. ¿Cómo ve la tele en España?
R. Llevo un año viendo poca tele porque estoy muy medicada. Tampoco leo mucho porque me canso y estoy medio drogui todos los días. La tele tiene un problema importante: no sabe cómo definirse. ¿Qué es televisión ahora? Cuando era pequeña, era como el fuego en los antiguos poblados medievales: toda la familia se sentaba alrededor de ella. Era el lugar de encuentro. Ya no lo es. Ningún directivo tiene la clave de qué puede funcionar ahora. En Venganza me apetecía que la gente supiera lo que hay detrás de este medio. La enciendes y ves brillo, pero detrás hay mucha presión y sufrimiento.
P. ¿Qué tipo de presión?
R. Presión por las audiencias, presión por la imagen. Yo soy mujer, tengo 52 años y pasé hace poco por una menopausia en la que engordé casi 15 kilos. De repente tuve que volver a ponerme delante de la cámara y no me atrevía a verme. Soy de una hornada de presentadoras en la que estaban Helena Resano, Letizia Ortiz… Cuando empezamos, nos percibían como mujeres florero. Éramos chicas jóvenes junto a presentadores mayores. Vimos lo que les pasó a las mujeres que iban delante de nosotras, como Julia Otero, Àngels Barceló u Olga Viza. Todas ellas son grandes profesionales y, de repente, dejaron de tener hueco en pantalla. Las pusieron en la radio, donde no se las veía. Nosotras estamos empezando a romper un poco eso, pero todavía nos falta mucho.
P. Ha mencionado a Letizia Ortiz. Ahora, como reina, ella sigue sometida a una presión brutal por su imagen.
R. Es brutal. Yo no sé cómo ha podido resistir todos estos años. Ya en la pedida, la gente estaba más pendiente del traje que llevaba que de lo que estaba diciendo. Esa presión ahora también se esparce sobre sus hijas. Letizia ya ha superado esa presión, pero escuchar ahora todo lo que dicen de sus hijas tiene que ser terrible y horroroso.
P. ¿Se ha cruzado con algún villano de novela en la tele?
R. En todas las teles hay villanos de novela. Esos villanos se alimentan de la presión por los índices de audiencia. La presión es brutal. Se cargan un programa por media décima de audiencia. Salir en la tele da cosas muy golosas: te reconocen, te invitan a sitios, te regalan cosas, te alimentan el ego… Al final, te crees que te van a valorar por los microsegundos que sales en pantalla. Yo no me defino por los minutos que salgo en antena y eso es un trabajo que he tenido que hacer durante mucho tiempo.
P. ¿En estos meses fuera de pantalla ha dudado sobre su valía?
R. Yo creía que lo tenía claro, pero en este último año he tenido que trabajarlo con un psiquiatra y una psicóloga. Hace poco un presentador salió de un programa exitoso. Yo no entendía por qué lo dejaba y se lo pregunté. Me respondió: “Me he dado cuenta de que la tele es una trituradora de personas”.
P. ¿Se siente una superviviente de esa trituradora?
R. Si estoy aquí es que soy una superviviente de esa trituradora. Ahora me siento más superviviente. Releyendo Venganza, me he dado cuenta de muchas de las cosas que han pasado, de lo que he vivido, y del sufrimiento de muchos compañeros. Hay anécdotas que cuento en la novela que son reales. En los baños de señoras de la tele lloramos todas. He visto llorar a muchas compañeras en los baños de la tele y también he visto a compañeras decir: “¿Alguien tiene un Lexatin, por favor, que si no no puedo seguir hoy adelante?”.
P. Nos preparan para el éxito, pero no para el fracaso, para la enfermedad o para la muerte.
R. Es una sociedad en la que vales por lo que produces. Es muy importante preparar a los niños para el fracaso porque es muy difícil llegar al éxito.
P. Pese a todo, echa de menos la televisión.
R. La tele es fascinante y me encanta. Sueño con volver.
R. ¿Y la escritura? ¿Ha podido escribir en este tiempo?
R. No. He podido releer Venganza y añadir algunas cosas, retocar otras. No me he atrevido a ponerme a escribir, pero sí que tengo una cajita con historias que se me han ido ocurriendo. Ahora tengo que pasar por una operación y una rehabilitación. Después de todo eso me pondré a trabajar. Me da rabia porque para mí escribir es una terapia. Me da rabia haber estado tan medicada y tan triste y no haber podido utilizar la escritura como un balón de oxígeno.
P. Seguro que de todo esto sale algo bueno.
R. Seguro que van a salir cosas buenas. Ya han salido. Una de las más bonitas para mí es que ahora me miro de otra manera.
P. ¿Cómo se mira?
R. Me miro como una persona válida. Hay momentos en que me he mirado como una persona que no valía. Ahora me veo como una mujer que ya tiene 52 años, que ha hecho muchas cosas, que se encuentra en otra encrucijada de la vida y que no tiene por qué estar siempre demostrando que vale. Ahora me quiero más.
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