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El tesoro secreto de la miel milenaria

Aluariça es un proyecto que conserva las construcciones que protegían a las abejas en la Edad Media y algunos denominan apicultura heroica

Miel milenaria Galicia

Dos metros de altura y uno de grosor. Así debían ser las dimensiones del muro para hacer frente a un oso atraído por la miel de las colmenas. Y así se hacían en Galicia en la Edad Media, cuando el oso pardo habitaba sus montes: el mejor modo de proteger a las abejas era ubicarlas en sitios poco accesibles y rodearlas con cinturones de piedras. Las alvarizas gallegas son eso: robustas construcciones circulares que albergan apiarios en su corazón. Arquitectura rural defensiva para proteger un alimento que, durante siglos, fue el único edulcorante disponible en la zona.

Las alvarizas —también llamadas abellarizas— salpican un extenso territorio que va desde las sierras de Ancares y Courel, en el límite con León y Asturias, hasta la Costa da Morte, en A Coruña. También se encuentran en el centro de Galicia. “Nosotros estamos en Lalín (Pontevedra), a medio camino entre Ourense y Santiago, y las que hay en esta zona son muy desconocidas, incluso por gente que ha dedicado años a estudiarlas”, dice Manuel J. Méijome, que forma parte de una iniciativa que busca recuperar este patrimonio.

Alvariza Pan do Zarco, en la Serra dos Ancares (Lugo), trabajada por el apicultor Luis do Príncipe, natal de Navia de Suarna y colaborador del proyecto Aluariça.(Lugo).

“Llevamos bastante tiempo trabajando en turismo rural, etnografía y naturaleza, y hemos notado que las alvarizas y su historia despiertan mucho interés, pero también que no se conocen, ni siquiera por sus legítimos propietarios. Algunas llevan más de 200 años sin funcionar, otras están totalmente en ruinas”, describe este apicultor. El Proyecto Aluariça, cuyo nombre remite al primer registro escrito de la palabra alvariza, en el siglo XIV, nació “de caminar por el monte y ver cómo se caían”.

Fogones, liturgias y herederos perdidos

“Históricamente, desde el año mil, quienes mandaban en los montes de la zona y organizaban el territorio eran los monjes cistercienses”, relata Méijome. Controlaban los recursos de la tierra y los métodos de explotación, incluida la construcción de estas sencillas fortalezas de cachotes para proteger los obradores de cera y miel. La miel se usaba para hacer dulces, conservar alimentos y cocinar algunas carnes, y era muy apreciada porque, hasta inicios del siglo XV, no había otro edulcorante. El azúcar, si bien se conocía, todavía era un producto escaso y, por tanto, caro.

Uno de los panales de las colmenas repleto de abejas, en concreto una especie autóctona ('abella negra galega') que tratan de recuperar y proteger desde el proyecto Aluariça.

Pero, además, como apunta la historiadora Ana Galdós Monfort, “las colmenas eran muy importantes en la Edad Media porque permitían producir cera”, un material fundamental en la época para confeccionar cirios y velas, claves para la iluminación y las celebraciones religiosas. “Dado que las velas formaban parte del acto litúrgico, las abejas estaban muy bien consideradas”, agrega. Las ilustraciones que se conservan en códices y manuscritos medievales de distintos puntos de Europa dan fe del protagonismo que tenían. La cantidad de alvarizas construidas en Galicia, también.

“Tenemos geolocalizadas 1.600, aunque estimamos que hay más. Entre lo que nos queda por ver del territorio y los vestigios de las que están irrecuperables, es posible que se llegue a las 2.000″, calcula Méijome. En el proyecto gestionan quince de ellas e intentan encontrar a más propietarios, aunque no es fácil. “Las alvarizas suelen estar en montes comunales y algunas llevan siglos abandonadas. Otras sí se han estado trabajando, pero por gente que era muy mayor y que ya ha fallecido. Sus hijos o sus nietos lo desconocen. La realidad es que el patrimonio es privado, pero sus propietarios no saben que lo tienen —lamenta—. Cuando llegamos con la documentación y les decimos: ‘oye, que esto es de tu familia’, se sorprenden”.

Tesoros escondidos y apicultura heroica

Las alvarizas son un tesoro secreto porque se encuentran en sitios poco accesibles. “Hay aldeas que cuentan con una a 500 metros, o menos, y los jóvenes no tienen ni idea. Nunca han ido ni se han adentrado en la zona porque están cubiertas de maleza. Allí no llegas en coche. Si acaso, con algún tractor o carro pequeño. Y, a veces, ni siquiera con eso”, comenta el apicultor. La alvariza de Pena Do Fundicio, que está en Navia de Suarna (Lugo), es el ejemplo más extremo. “Está totalmente colgada en un balcón natural que tiene una caída de unos 60 metros de altura. Hay que subir las colmenas a pulso, y parte de la subida implica echar las manos al suelo”, explica.

No exageran quienes definen la actividad como apicultura heroica. Tampoco quienes les dicen que “ir ahí es, directamente, una locura”, agrega Méijome entre risas, mientras recuerda que era la forma de ponérselo difícil a los osos. Unos osos que, “hace apenas 100 años, llegaban hasta Santiago de Compostela” y que hoy ya no suponen un problema. Por el contrario, “tener osos es un indicativo de conservación del entorno y de que estás cogiendo miel en una zona que es lo mejor de lo mejor”, observa.

Así y todo, en Pena Do Fundicio tienen solo seis colmenas. Es una producción muy pequeña, ya que, como detalla este apicultor, cada colmena da unos 12 kilos de miel. “Lo gestionamos así porque no es viable para nosotros sacar de allí más cantidad. En este caso, lo que queremos es recuperar el patrimonio para que se conozca, se visite y se vea. Y no hay mejor manera de hacerlo que ponerlo a funcionar otra vez”.

Precisamente por ello, además de la recuperación y conservación de las alvarizas, la iniciativa también busca dar visibilidad y apoyo a aquellos apicultores que realizan su actividad en este tipo de construcciones, a su miel y a las zonas donde están localizados. “Los principales colaboradores, a día de hoy, son Luis do Príncipe, Manolo de Robledo, Thania y Manolo de Coro, en Ancares; y Daniel Blanco Moa, en O Candán”, detalla Méijome, y subraya que, sin su compromiso, este emprendimiento no sería posible.

La miel como postal gustativa

En conjunto, el Proyecto Aluariça produce entre 300 y 400 kilos anuales de una miel elaborada por abejas negras que se ha empezado a comercializar modestamente este año. “Se puede encontrar en la panadería Forno Nercellas, en Lalín, en un par de puntos de venta en Santiago de Compostela o pedir por internet, a través de nuestras redes sociales”, enumera

Méijome, aunque advierte que la producción es reducida y que, si bien el producto no es caro (cuesta entre 8 y 12 euros el kilo), tienen el inconveniente de los gastos de envío.

Para él, lo más importante de esta miel gallega es que revive los espacios y los métodos de la apicultura medieval. Su singularidad principal es la dificultad de recolección, aunque también destaca por la variedad. “Solo en nuestra comarca hay cuatro o cinco tipos de mieles —comenta—. Desde las zonas bajas, que están a 100 metros sobre el nivel del mar, a las más altas, que están a unos 1.100, tienes bosques, campos de labor, flores silvestres, maizales, zonas de cultivo…”.

El sabor y el color cambian según la zona donde se ubique el colmenar. Como las abejas se mueven en un radio de dos o tres kilómetros alrededor de su colmena, la miel que producen está ligada al tipo de vegetación predominante. “En la zona de Costa da Morte hay mucha miel de eucalipto, hacia el interior es más multifloral, y en las zonas de montaña, la miel es más oscura, más de brezo”, describe Méijome, consciente de que cada tarro de miel es una postal gustativa de la tierra.

—Y si quisiéramos viajar en el tiempo, ¿cuál sería la más parecida a la que se consumía en la época medieval?

—La multifloral, sin duda, con mucha presencia de castaño, y matices de zarza y de brezos.

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