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La matanza de Soria que hermana al ‘moderneo’ con El Burgo de Osma: “Cuando ves las tradiciones de un pueblo dices, qué mierda es Madrid”

Un hotel de este pueblo soriano atrae a jóvenes urbanitas con ritos renovados uniendo fiesta y gastronomía en el Orgullo Matancero

Orgullo Matancero
Juan Navarro

Estampida de gorrinos por la calle Mayor de El Burgo de Osma (Soria, 5.200 habitantes). Tres cerdos amagan con embestir a los lugareños que toman el vermú y con arrollar a los forasteros bendecidos por el sol del mediodía en el inminente invierno soriano. Podría llamarse San Cerdín. Pero este es un encierro de cochinos de cartón, bajo propulsión humana, para perseguir a unas 150 personas reunidas en el pueblo por el Orgullo Matancero. Esta fiesta de gastronomía y tradición remozadas congrega por segundo año en la vieja Uxama celtíbero-romana a una juventud criada con bocatas de chorizo de macrogranja y no del curado en casa. Los forasteros, vestidos con el último grito de la moda aliñado con clásicos como boinas y botas de vino, acuden al plan del hotel Virrey Palafox de mezclar lo convencional, que no viejo, con lo moderno, que no mejor: gloria para los nietos del éxodo rural y nostálgicos del pueblo sin renegar del frescor urbanita.

El 22 de noviembre era un día de choques en El Burgo de Osma. Las manos finas de Carmen Abril, de 28 años y fundadora del proyecto cultural ruralista La Perdiz Roja, contrastaban con las callosas palmas de los carreteros Ángel Mediavilla y Antonio Martín, de 65 y 70 años, respectivamente. Ellos vestían pantalones de pana y ella, una falda con retales de su característica camiseta, la del molón lema Make Castilla cool again, una de entra las decenas de prendas reivindicativas entre los asistentes al festejo. Abril escuchaba y preguntaba, ellos desgranaban el gremio centenario. “España se construyó con estos carros”, se enorgullecen, y esas maderas de pinos sorianos claves para vertebrar la catedral de Burgos o el monasterio de El Escorial. Los carreteros prepararon un taller de serraje y pusieron a la peña a cortar un tronco como ellos y sus ancestros. Los voluntarios se llevaron parte del árbol y enorme posavasos para el mañaneo, bajo la orden de que contasen los círculos, signo de edad del pino. Ni siquiera los dedos de Lemus, cantante charro que por la tarde mezcló el relumbrón del trap con el linaje del folclore salmantino, tienen tanto anillo.

Al atardecer, el equipo de La Perdiz se subió al carro, también tirado por personas, junto a enormes altavoces y una mesa de mezclas para poner a botar al pueblo con más reinas: de Bad Gyal a Raffaella Carrà. Del “I love soca” al berrido uniforme de “¡Me gusta Soria!” al lado de la bella catedral de la Asunción. Sonreía Armando García, de 49 años y gerente del Virrey Palafox, que quiere mezclar generaciones y costumbres, sin compartimentos estancos que aparquen lo rural ni ciudades invisibilizando la rica cultura que algunos petulantes llaman “periférica” o “de provincias”. “Ojalá la gente del pueblo se implique más y los jóvenes que quedan no digan que luego aquí nunca hay nada”, sueña. Esta idea es el complemento de los 52 años que llevan, de enero a marzo, atrayendo a unas 13.000 personas al Burgo para degustar la matanza. El Ayuntamiento (PP), dice, no ayuda con nada. Su socia Beatriz Martínez, de 48, sintetiza: “Se nos lleva la boca con el kilómetro 0 y la matanza es lo más kilómetro 0, puede ser más moderno que cualquier cosa de ciudad. Hay gente malviviendo en Madrid que estarían aquí fenomenal, o lo desconocen o no lo entiendo”.

El sábado comenzó en el Museo del Cerdo, con imaginería variada respecto al marrano: de tiernos peluches a fina porcelana representando a un puerco punkarra, de instrumentos de matanza a carteles de la película Babe, el cerdito valiente. El armenio Gor Hakobyan, de 28 años, se tronchaba por compartir nombre con las tres primeras letras de la palabra gorrino. El responsable de que él descubra Soria es Emilio Negro, de 26, compañero de trabajo en Palencia de Hakobyan y de Víctor del Campo y de Encheng Zhou, este de 28 y ascendencia china. El exótico equipo disfrutó del porrón de vino y de los torreznos al son de Jugl4ria DJ set y los cántabros Casapalma y sus jotas con electrónica. Negro vino en 2024 y le encantó por la música y el estómago: “Nos pusimos como cerdos, nunca mejor dicho”. Del cerdo, hasta los andares, como afirman los carteles.

La implicación de los presentes se demostró cuando un grupo de burgalesas de 28 años repartió pegatinas. Las había de cerditos felices sobre una bandera de Castilla y León y de un cerdaco sacando la lengua y una peineta envuelto en un arcoíris. “Orgullo de la matanza”, rezaba el diseño. “Ya que venimos había que contribuir”, justificaban sobre las pegatinas. La instigadora fue Andrea Martínez tras ver el cartel por Instagram: “Lo mandé pensando que me iban a mandar a la mierda”. Pues ahí estaban con un apartamento para pasar el fin de semana, conocer El Burgo y que, de paso, Martínez le explicase a media fiesta el maravilloso mundo de las leguminosas y los garbanzos que estudia para su tesis. Marta Franco bromeó con la actividad: “Somos de planes más normales, convencionales, de ciudad, pero nos ha molado el rollo”. Su melliza, Begoña, defendía la matanza “porque es una tradición de toda la vida, no se matan animales por gusto, sino por comer, es cultura de aprovechamiento y mejor que la macrogranja”.

Un amplio grupo madrileño, con representación barcelonesa, fue conociendo la provincia por el activismo de Marcos Martínez, aka DJ Plástico, de 21 años, cuando pinchó durante la comida. A la mínima, trae a sus colegas capitalinos al ocio y culturas sorianos. José Miguel Pérez, de 23 años, gastaba chupa de cuero en plan cantante de rock, aros en las orejas y un largo rosario, uno más en esa metrópoli donde todos son iguales porque todos son distintos. “Cuando ves las tradiciones de un pueblo dices: ‘Qué mierda es Madrid”, reflexionó, “la gente es muy acogedora y nos sentimos parte de los colegas sorianos de Marcos”. El aludido hincha el pecho mientras los foráneos se rotan para llevar a hombros los gigantes que acompañan la procesión: “Los sorianos hacemos buena publicidad de nuestra tierra, ojalá poder quedarnos y que hubiera más oportunidades”. Su colega ruso Artem Pesin, de 21 años, bromeaba con que en Soria hacía calor y asegura que así palpa realmente el país: “Me encanta venir, me integro más en la tradición española que en Madrid”.

Lo que ocurrió en la noche y los métodos para caldearse contra el frío soriano, diga lo que diga Pesin, se quedaron en la noche. El domingo los bares sirvieron desayunos y las tiendas despacharon torreznos y chocorreznos, pero de nuevo el pueblo tomó rasgos fantasmagóricos: aquí la única sangría es la demográfica y la España vaciada está llena de ganas.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.
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