Ser vespertino, el coste de vivir a destiempo: “Existen diferencias individuales y no es por vagancia”
Aunque la sociedad está sesgada a favor de personas matutinas, es importante minimizar los desajustes entre el reloj interno y la hora externa para poder conseguir una buena salud circadiana


En España, el horario más habitual de entrada a trabajos, colegios e institutos se sitúa entre las ocho y las nueve de la mañana. En ese intervalo, cuando nos encontramos en el denostado horario de invierno, acaba de amanecer, y a veces ni eso. Es decir, que un porcentaje importante de la población se levanta aún de noche entre los meses de octubre y marzo. Y muchos de ellos salen de trabajar o terminan las actividades extraescolares también de noche.
Más allá de los cíclicos debates sobre el cambio de hora (que se mantendrá, al menos, hasta 2026), sobre si en España hay que volver o no al huso horario que le corresponde geográficamente o sobre los efectos que estas modificaciones bianuales tienen en la salud, también cabe preguntarse qué sucede con aquellas personas que sufren más de la cuenta con eso de madrugar, y más si aún es de noche cuando se despiertan. Son los llamados búhos o vespertinos.
Beatriz Baño Otálora, doctora en Fisiología y profesora en la Universidad de Mánchester que se identifica con este tipo de perfil, lo explica así: “Nos cuesta madrugar, encontramos difícil mantener la atención durante las primeras horas de la mañana y preferimos disfrutar de la noche, teniendo dificultad para irnos a la cama temprano”. Esto es un cronotipo, un indicador del ritmo circadiano individual que, a su vez, es una cuestión genética y no es igual en todas las personas. Aunque la mayoría de la población se encuentra en un punto intermedio, en los extremos están las personas matutinas o alondras y las vespertinas o búhos. “Son ritmos biológicos que se encuentran en todos los seres vivos y afectan todos los niveles de biología, fisiología y comportamiento. Y estos ritmos biológicos son endógenos, se regulan internamente y se sincronizan con los ciclos de luz y oscuridad”, señala Kyriaki Papantoniou, epidemióloga y profesora en el Centro de Salud Pública de la Universidad Médica de Viena (Austria).
Papantoniou, también investigadora asociada en el Instituto de Salud Global (ISGlobal) de Barcelona, apunta que efectivamente el cronotipo tiene una base genética, pero que “hay factores, tanto individuales como ambientales y socioculturales, que influencian, como por ejemplo la edad, el sexo, los horarios de trabajo, si tienes mascotas...”. Por ejemplo, durante la infancia se suele ser más matutino, pero al llegar la adolescencia los horarios se retrasan significativamente y se tiende más hacia lo vespertino. “Todos estos cambios de cronotipo asociados a la edad se producen de manera fisiológica”, aclara por su parte Baño Otálora.

La importancia de una sola hora
Es precisamente este retraso en el reloj circadiano de los adolescentes el que ha puesto en el punto de mira los horarios de entrada en los institutos. Según el estudio SHASTU (Sleep Habits in Student’s Performance) —proyecto europeo que, desde 2015, ha analizado la relación entre los hábitos de sueño y el rendimiento escolar en más de 4.000 alumnos de España, Italia y Turquía—, la capacidad de atención y aprendizaje de los adolescentes entre las 8.00 y las 10.30 es mínima. Así, se han realizado pruebas en varios países retrasando la hora de entrada a clase entre 30 y 60 minutos, con muy buenos resultados. “En estas pequeñas intervenciones de prueba de solo atrasar una hora sí vieron que la productividad y el estado de alerta era mejor”, resume Camille Lassale profesora y miembro del área de investigación sobre salud circadiana en el Instituto de Salud Global de Barcelona, que apuntilla: “El problema es el capitalismo”.
“Se podría decir que la sociedad actual, especialmente durante los días de entre semana, está sesgada hacia el cronotipo matutino, ya que la mayoría de las jornadas laborales y actividades diarias se concentran en horarios de mañana y suelen empezar bastante temprano”, explica Baño Otálora. De esta manera, los requerimientos laborales entran en conflicto con los relojes internos de los más vespertinos, produciendo desajustes y privación de sueño.
Para Lassale, este es un problema “estructural y sistémico”, no solo con los adolescentes. La experta aboga por caminar hacia una flexibilidad en los horarios de los trabajos que lo permitan con, por ejemplo, horarios obligatorios para reuniones o pequeñas medidas similares que favorezcan la eficiencia de los vespertinos. “Hay margen para mejorar a nivel de cada empresa, para acomodar los cronotipos y reconocer que existen estas diferencias individuales y que no es por vagancia”, sentencia.

¿Y qué pasa con la salud?
El reloj interno de cada persona puede adaptarse un poco en función de factores como la luz solar, pero también está condicionado por otras cuestiones como la hora a la que debe levantarse para ir a trabajar o en la que puede comer. Y cuando el reloj interno, el externo y el social se descompensan, aparece la cronodisrupción. “Cada vez son más los estudios que asocian alteraciones de los ritmos biológicos con una mayor incidencia de distintas patologías o un peor estado de salud, desde trastornos del estado de ánimo, problemas de sueño, problemas cardiovasculares, síndrome metabólico o ciertos tipos de cáncer”, señala Baño Otálora.
Papantoniou incide en que los efectos son parecidos a los que se observan en los estudios realizados con trabajadores de noche, aunque aún hay poca investigación sobre los cronotipos en general y aún menos sobre el efecto que puede tener un trabajo muy diurno en personas vespertinas. Lasalle señala, por ejemplo, que “la evidencia en nuestros estudios poblacionales es que si comes más pronto, consigues ayunar por lo menos unas 12 horas, y son hábitos que se asocian con menor riesgo de enfermedad cardiovascular, de obesidad, de diabetes e incluso mejor salud mental”. Pero ¿esto aplica de la misma manera a las personas vespertinas? Papantoniou muestra sus dudas: “No necesariamente tendría que ser un ayuno temprano, puede ser que las personas con un cronotipo vespertino, teniendo un ayuno nocturno suficientemente largo más tarde, creo que podrían tener el mismo efecto protector”, señala a la vez que confía en que, dado que es un tema candente, “habrá más y mejores datos para analizar estas cuestiones”.
En lo que sí coinciden todas las expertas es en la importancia de minimizar los desajustes entre el reloj interno y la hora externa para poder conseguir una buena salud circadiana. Aunque los vespertinos lo tengan un poco más difícil. “Nuestra sociedad está sesgada a favor de personas matutinas, por lo que es muy importante hablar de esto”, sentencia Papantoniou.
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