Cuando la convivencia mata la relación: por qué unas vacaciones pueden ser el detonante del fin de una amistad
A veces, compartir mucho tiempo con amigos en un entorno diferente hace aflorar rencillas que, si no se regulan bien, pueden hacer saltar por los aires la sintonía grupal. Hablar de antemano de las expectativas de cada uno es fundamental para evitarlo


Llega el día más esperado. Unas vacaciones con los amigos con los que has pasado el día a día y conoces de hace un tiempo, pero no de manera intensa. Los estilos de vida, aun siendo similares en los ambientes diarios, difieren cuando la convivencia se intensifica y es entonces cuando pueden surgir roces que, en casos extremos, dinamitan una amistad.
“La idea de irnos de viaje básicamente fue por el fin de carrera, a la playa. Al principio teníamos muchas expectativas porque iban a ser días de sol, diversión y desconexión después de tantos trabajos y exámenes. Pero las cosas pronto empezaron a no ir bien. Al final cada una éramos de un carácter diferente y las rencillas no tardaron en aparecer. Unas querían hacer las cosas de un modo, otras de otro, y al final esto nos perjudicó un poco a todas porque mermó el rollo con el que habíamos ido a ese viaje”, comenta Marta, una mujer de 27 años.
Un viaje vacacional en grupo consiste principalmente en “compartir mucho tiempo, en un entorno diferente, fuera de la rutina, con una carga emocional alta, y que puede sacar a la luz ciertas dinámicas que normalmente están ocultas en una relación cotidiana”, explica Laura Fuster, psicóloga experta en ansiedad. Marta afirma que el fin de esa amistad sucedió al irse acumulando esas rencillas a lo largo de los días. Aunque las primeras jornadas la convivencia eran positivas, al final la situación se volvió casi insostenible y el grupo se dividió en dos: “Al principio, parecía que iba a ser el típico enfado de horas que se te pasa, pero dejaron de venir al apartamento que teníamos alquilado y no nos hablaban. Estábamos acostumbradas a estar muchas horas juntas en la universidad, pero no habíamos convivido nunca y estar tantos días y hacer todo juntas… fue el final”, añade.

La comunicación es algo esencial a la hora de reducir las posibilidades de problemas en las vacaciones: “Es como el pegamento que nos une a las personas y hace que las cosas nos vayan bien. Si no se habla antes del viaje sobre las expectativas que tenemos cada uno, las necesidades y los límites que vamos a poner, ya vamos mal. Durante el viaje, si algo molesta y no se dice, se acumula tensión. Después, si no se aclaran las cosas, puede quedar un mal sabor de boca o incluso romperse vínculos”, subraya Amparo Calandín, psicóloga experta en ansiedad y bienestar emocional. Para ella, la clave está en “hablar desde el respeto y desde el principio. Sin acumular ni explotar y validar lo que el otro también siente”, aunque no lo compartamos. Y añade: “Las vacaciones no tienen que convertirse en un campo de batalla, sino en un escenario de disfrute con espacio para las diferencias”.
Después de la acumulación de pequeños problemas en las vacaciones postuniversitarias, más de cuatro años después, la relación de Marta con parte de sus antiguas amigas no se ha solucionado. “No hemos vuelto a hablar con ellas. Fue una tontería, una cosa de convivencia, pero ahí me di cuenta de que realmente en un viaje te tienes que ir con personas con las que sabes que todo va a ir bien, porque una pelea te puede arruinar la escapada”, lamenta.
Pero no siempre el cambio de convivencia con personas cercanas tiene que acabar mal. Incluso aunque el grupo sea muy numeroso, si se hablan los problemas que pueden surgir, la posibilidad de extinguir una posible ruptura de relación se amplifica. Así le ocurrió a Virginia, una mujer de 26 años que hace unos años se juntó con otras 20 personas más para celebrar el último día del año. “La experiencia fue bien, aunque yo estaba preocupada por cómo nos íbamos a organizar. No es que hubiese un conflicto como tal, pero éramos muchas personas y no puedes tener el mismo nivel de relación con todo el mundo”, cuenta.

Para Fuster, siempre es mejor que haya al menos otra persona con una personalidad parecida a la de uno mismo, y destaca la necesidad del respeto en ambos grupos. “Tener alguien de apoyo siempre está bien, y si sabes que las otras personas, por ejemplo, van a salir de fiesta todo el día y eso no te gusta, hay que plantearse si es tu viaje ideal, porque quizá no”, asegura.
Tras aquel viaje de Virginia y sus amigos, el grupo se redujo drásticamente a 13 personas: “Al año siguiente vimos quién quería continuar viniendo a ese tipo de experiencia y quién prefería tener las Nocheviejas como siempre, de primero estar con su familia y luego salir de fiesta. Obviamente, se ven los gustos y la personalidad de cada uno, y eso es normal. Los que luego hemos seguido yéndonos de viaje juntos, somos mucho de juegos y juegos de mesa, pero hay a quienes eso no les gusta tanto. Seguimos siendo amigos, pero al final, cada uno tiene que hacer lo que más le guste, y es normal que el grupo se vaya reduciendo”.
En el caso de que una relación se quiebre por el choque de intereses y personalidades en unas vacaciones, que a priori deberían ser unos días de desconexión y diversión, las expertas apelan a dejar pasar un poco de tiempo. “En caliente es más fácil malinterpretar las cosas o decir algo que no ayuda. Una vez que sucede la conversación, hay que hablar desde la honestidad y la empatía. Seguramente, en ese tiempo nosotros también nos hayamos dado cuenta de que la otra parte también tenía algo de razón”, argumenta Fuster.

La experta añade otras recomendaciones para buscar encauzar la relación después de las vacaciones: “Tratar de entender al otro sin buscar culpables. Muchas veces el conflicto no es solo por lo que ocurrió en sí, sino también cómo nos sentimos al respecto y cómo se gestionó después”. También recomienda hablar antes de viajar sobre lo que cada uno espera del viaje (ritmo, actividades, presupuesto, horarios). “No dar nada por sentado y tener una conversación puede prevenir muchos malos entendidos. Luego también planificar, pero dejar un espacio para la flexibilidad. También respetar los ritmos y las necesidades individuales. Por otra parte, el dinero suele ser un punto de fricción, entonces lo mejor es acordar cómo se repartirán los gastos y evitar las suposiciones. Y escuchar y no tomarse todo de forma personal, aceptar que pueden surgir roces, y manejarlo con respeto y con capacidad de perdón; por último, recordar por qué viajamos con esas personas, que son amigos con los que hemos compartido tiempo”, detalla.
Por su parte, Calandín razona que el silencio prolongado solo alimenta el resentimiento. “Recomiendo hablar desde el yo, no desde la acusación. Es mejor decir: ‘Yo me sentí sola cuando pasó esto’, que: ‘Pasasteis de mí todo el viaje”, recuerda. “Escuchar, empatizar y buscar puntos en común también va a ayudar a reconstruir el vínculo. Y también aceptar que, a veces, las vacaciones nos muestran que hemos cambiado, que necesitamos una amistad más alineada a nuestros valores o al momento vital actual que tenemos. No todo se puede recuperar, pero se puede cerrar con madurez y respeto”, aclara.
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