No morir, toda una experiencia
En la ciudad de la mercadotecnia experiencial, una operación es un gin-tonic en un ‘rooftop’


Hace poco intenté volver a entrar al Candela. El Candela era, en sus inicios, una taberna flamenca por la que pasaron Camarón, Paco de Lucía o Enrique Morente. Yo lo frecuenté a menudo, más tarde, cuando era uno de esos bares donde se podía ir a acabar las noches. Después el Candela cerró, de forma definitiva, hasta que en enero de este año lo volvieron a poner en marcha un grupo de famosos y empresarios como Eduardo Dabán que, junto a Edgar Kerri y Laura Vandall, están poniendo mucho empeño en generar una escena de discotecas en Madrid para sus amigos actores e influencers. El Candela antes tenía yonkis, ahora tiene yonkis con representante. Yo, por ahora, no he vuelto a entrar.
No he vuelto a entrar porque me querían cobrar 12 euros, así que opté por la opción de pasar mi noche perdiendo el tiempo de la mejor forma que se puede perder el tiempo por la noche: intentando camelar a un puertas. Porque ahora el Candela tiene un puertas. Al ver que la clásica estrategia trilera no funcionó (yo quería que entrásemos varias personas y pagar solo por una) cambié a la táctica de “ablandar el corazón”. Dejé pasar amablemente a un grupo de bellísimas mujeres argentinas para después, mirarle al puertas a los ojos, pronunciar su nombre muchas veces (ya no recuerdo cuál era) y decirle: “todos los días lidiando con guiris y hoy por fin llega una madrileña”. Ole. El puertas, para quien la única nacionalidad que cuenta es la del dinerín, contestó: “si no quieres pagar, vete. Los guiris siempre van a pagar porque para ellos es una experiencia”.
“Una experiencia”. Aunque a veces puedan parecerse, vivir y vivir una experiencia, no son exactamente lo mismo. No diría que “vivir una experiencia” es sentarse en un banco o dar un paseo o pasar horas acariciando a un perro, pero sí: viajar, ir a conciertos, a instalaciones inmersivas, hacer kayak, barranquismo o “puenting” o catas de vinos en bodegas. Pequeños lujitos para hacer la vida más electrificante. Cuanto más exclusiva es la experiencia, más cara y, por tanto, más alejada del resto de los mortales. “Se vende excitación y sensaciones y se compran vivencias, ya que todo consumidor se asemeja más o menos a un “coleccionista de experiencias”, deseoso de que pase cualquier cosa aquí y ahora”, explicaba el filósofo Gilles Lipovetsky en La felicidad paradójica: Ensayo de la sociedad de hiperconsumo.
“Para él, trabajar, es una experiencia”, dijo una vez mi amiga, la periodista Núria Rius, sobre un colega que tenemos un común y que nunca ha tenido que trabajar para vivir. En un momento en el que los bienes básicos son un lujo, la experiencia se está empezando a extender de tal manera que conseguir vivir en Madrid es solo posible para los que “quieran sentir la experiencia de vivir en Madrid” y estudiar en la universidad es exclusivamente para los que puedan permitirse una “experiencia formativa en la capital””.
En este Madrid donde prima la mercadotecnia experiencial, nuestra presidenta está gestionando nuestras vidas a través del mercado. De la experiencia. Una de las cosas más sagradas de la vida: la propia vida; la salud, el nacimiento, la muerte son, para Isabel Díaz Ayuso, una experiencia más, un curso de cerámica japonesa en La Latina. Gracias al modelo de libre elección que heredamos de Esperanza Aguirre, un sistema del que hoy se enriquece la ex-pareja de Díaz Ayuso y que permite a directivos hospitalarios mover y rechazar pacientes para ganar más dinero.
Como si un hospital fuese un bar. Ahora, no morir es una experiencia. Poder vivir día a día, una experiencia deluxe. Unas mascarillas son dos cervezas por doce euros; una enfermedad, un vermú; una operación, un gin-tonic en un rooftop; una lista de espera, una cola de discoteca. Qué más darán los ciudadanos mientras podamos cuidar a nuestro querido mercado. Mira cómo crece de rápido. Un guiri más, un madrileño menos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma































































