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Una mujer encerrada con 52 perros en Arganda del Rey: La sórdida historia detrás de la última operación del Seprona

Los agentes encontraron seis cadáveres caninos escondidos en un cobertizo detrás de la casa de aperos en la que vivía María Ángeles Porto

Mujer encerrada perros Arganda
Álvaro Sánchez-Martín

Cuando el agente José Manuel se acercó hasta una pequeña finca a dos kilómetros al este de Arganda del Rey, no esperaba toparse con una de las escenas más sórdidas que había visto en su vida. Era lunes, 13 de octubre, y acudía al lugar de manera rutinaria para resolver “un trámite administrativo”. Al llegar al lugar, la sorpresa fue encontrar a una mujer de 68 años llamada María Ángeles Porto en una casa de aperos de 60 metros cuadrados convertida en infravivienda y a 52 perros, entre heces y orina, encerrados con ella. En un registro más exhaustivo, encontraron seis cadáveres caninos en bolsas de basura ocultos en un cobertizo trasero. Según la versión que da la mujer, ella es solo una víctima. Supuestamente, su marido, fallecido a principios de octubre, la había tenido allí encerrada durante cuatro años con los animales. El matrimonio se casó en 1979 y a la Guardia Civil no les consta ninguna denuncia por maltrato de género. Lo que sí les consta es que tuvieron que intervenir hace cinco años a la misma pareja por un delito continuado de maltrato animal.

La versión del maltrato no se la contó ella a la Guardia Civil, pero sí a los trabajadores de las protectoras que fueron a rescatar a los animales. Porto les aseguró que no salían de ese habitáculo sin luz, ni agua corriente, porque tenía miedo a su pareja, Ángel, de 69 años. El hombre falleció lejos de esa finca el 9 de octubre por problemas cardiacos. Él era, insistía ella, quien alimentaba a la jauría y a su mujer. Trabajaba de guardia jurado en la planta de reciclaje de Arganda del Rey unos días y en el parque de El Retiro otros. Un hombre “extraño”, según los vecinos. Hablaba poco, se le veía solo cuando iba a trabajar uniformado y acumulaba siete coches viejos en el jardín asilvestrado de la finca.

Pero si a él casi no se lo cruzaban, a su esposa todavía menos, cuenta un hombre que vive muy cerca del terreno donde el matrimonio hacía su vida y que ha pedido no ser identificado para evitar problemas. La única prueba de que la mujer seguía viviendo allí es que la oía, a veces, gritar y golpear una chapa para hacer callar los ladridos del medio centenar de animales que escondía.

La noticia de la incautación de perros se hizo pública la semana pasada, después de que la Guardia Civil emitiera un comunicado en el que hablaba de los 52 animales rescatados, de los seis cadáveres, de los excrementos y de la suciedad del lugar. Pero los agentes ya habían dedicado otra nota de prensa a la pareja, hace cinco años.

Entonces no vivían todavía en la finca de Arganda del Rey, sino en otra parecida, en Ambite, también en la región de Madrid. Era el mes de noviembre, hacía frío y se hablaba de “nueva normalidad” para referirse a las cosas que podían volver a hacerse después del confinamiento por la pandemia. Los agentes del Seprona descubrieron que el matrimonio tenía 22 perros encerrados “en condiciones deplorables” en una caseta vieja. Pero la mayor escena de terror la encontraron en el pozo del jardín. El matrimonio guardaba allí los restos de otros siete perros más.

En su nuevo hogar, repitieron el delito, según comprobaron los agentes. Aprendieron de sus errores, eso sí, y, con un miedo paranoico a ser descubiertos, tomaron unas precauciones extremas para mantener a su manada en secreto, explica a este periódico María Ángeles Porto, que dice que lo hizo obligada por su marido. Cuenta que ella siempre se quedaba allí, entre las cuatro paredes de la casa de aperos, sin suministros básicos ni acceso a la red de alcantarillado.

En el interior del lugar hay pocas cosas: una nevera estropeada, una estufa con una maleta roja encima y una radio a pilas que nunca apaga gracias a la cual, comenta orgullosa, conoce todos los entresijos del caso Koldo. También el colchón que le llevó una voluntaria de una de las protectoras que fueron a recoger a los perros, horrorizada al descubrir que la mujer dormía en un palé de madera podrida que todavía conserva apoyado en la pared.

María Ángeles Porto viste con un jersey verde, que combina con unas zapatillas de montaña rojas y un pantalón de chándal azul oscuro. Se lo levanta hasta la rodilla para mostrar que el tejido de su pierna derecha está completamente gangrenado. En todo este tiempo, dice, no ha abandonado el lugar ni para ir a ver a un médico.

Desde el jardín señala pruebas de las dificultades que ha encontrado viviendo allí. Un montón de bolsas de embalar heno llenas de excrementos de perro, los regueros de suciedad seca que cuelgan de la cornisa de las ventanas porque lavaba su ropa interior a mano ahí, el depósito de agua pegado a la pared con el que se abastecían ella y la camada… Apunta con el dedo a un cobertizo trasero. Allí, en ese lugar, compartían espacio los objetos que el matrimonio ya no usaba con siete cadáveres de perros. Deshacerse de ellos, cuenta, era demasiado arriesgado.

Según los trabajadores de las siete protectoras que se han hecho cargo de los animales, el caso de este matrimonio es extremadamente sórdido, pero más habitual de lo que parece. “Se llama síndrome de Noé: acumulan animales y ellos creen que los quieren. A su manera, claro”, explica Carolina Corral, de la Asociación Alba, que se está ocupando de parte de la jauría. “No se dan cuenta de que los están maltratando”, aclara.

Fernando Sánchez, el presidente de la protectora Salvando Peludos, que ha recogido a nueve de los 52 perros que había en esa finca, dice que esta ha sido “una de las situaciones más duras” a las que se ha enfrentado. Cuenta que los animales tenían enfermedades en la piel y heridas provocadas por peleas entre ellos. Cuando hay tantos animales en un espacio tan pequeño, la supervivencia se vuelve una competición.

María Ángeles pasó el lunes pasado a disposición de los servicios sociales de Arganda del Rey. En este momento se encuentra durmiendo, provisionalmente, en un recurso de emergencia de la Comunidad de Madrid, hasta que sea derivada a otro o, en el peor de los casos, acabe en la calle. De sus cuatro hermanos, dos la están ayudando con los trámites y con los desplazamientos al hospital, pero ninguno quiere llevarla a su casa, lamenta la mujer. Ella sigue asegurando que ha sido una víctima. Los agentes investigan si formaba parte de una pareja que maltrataba de una forma cruel a 52 animales.

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