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El ADN del picaporte, las llaves ensangrentadas, la huella en la botella de vino: pruebas que acorralan a un asesino

El grupo de delitos violentos de la Policía Científica de Madrid realizó 1.477 inspecciones en 2024, que resultan claves para demostrar en un juicio la autoría de un crimen

Patricia Peiró

Cuando la oficial de la policía entró en aquel apartamento cercano a la Milla de Oro de Madrid, se metió en la mente del asesino, como tantas otras veces. Sabía que todo había pasado en siete minutos, los que transcurren desde que las cámaras de videovigilancia del edificio captan su entrada, hasta que se le ve abandonar con una pequeña maleta, en la que todo apunta que transporta el menudo cuerpo de su exmujer. “¿Habéis movido esta mesa? Porque no cuadra con el resto de la habitación”, preguntó a sus compañeros. “Todo lo que pasó sucedió en el salón”, sentencia esta experimentada agente, que centró allí su búsqueda. Y encontró lo que buscaba: el ADN del homicida.

Así fue cómo se situó, sin duda alguna, a David Knezevich en la casa de su exmujer, Ana María Henao, desaparecida en Madrid en febrero de 2024 y cuyo cuerpo todavía no ha sido hallado. En la investigación de un homicidio confluyen muchos especialistas y entre todos van aportando y colocando sus piezas en el puzle para formar el dibujo final. El teléfono de guardia del grupo de Delitos Violentos (DEVI) de la Policía Científica se activa a los pocos minutos del hallazgo de un cuerpo con sospechas de muerte violenta y sus integrantes cogen sus mochilas y maletines y se dirigen a la escena del crimen.

Ellos son los de las fotos, los que buscan las huellas con ese polvito negro, los que van enfundados en los EPI que tan familiares se convirtieron en la pandemia y los del famoso luminol. “Puedes tener indicios muy sólidos para detener a una persona, pero en el juicio, la prueba clave para la condena casi siempre son las huellas o el ADN, ahí es dónde más se ve nuestro trabajo”, recalca el inspector jefe de la brigada de policía científica de Madrid, Fernando del Amo.

En el caso de Ana María, el ADN del presunto autor, que nunca podrá ser condenado porque se suicidó en una cárcel de Miami, se hallaba en el picaporte de la puerta de entrada al domicilio. Los investigadores del caso lo tenían casi todo: imágenes de cámaras de seguridad de un hombre en el rellano del edificio, el móvil económico, el coche que supuestamente usó para desplazarse hasta Madrid captado en foto en un peaje, el posicionamiento de los teléfonos… Pero faltaba una muestra biológica incontestable ante un jurado.

“Te tienes que poner en la mente del malo, lo que había que hacer era situarlo en el piso, pensar: ‘Con siete minutos de actuación, a dónde le ha dado tiempo de ir y qué ha podido tocar”, señala la policía. Por eso, es importante que los agentes de la científica cuenten con toda la información posible antes de entrar a la inspección técnico policial, como se denomina oficialmente.

“Llegas y ves un cuerpo inerte y una escena protegida por un precinto o un cordón policial. Te toca discernir qué te puede aportar cada información que te dan los primeros indicativos en llegar y también los investigadores. Te haces una primera composición y a partir de ahí empiezas a trabajar”, resume Del Amo. Calzas, mono, guantes, mascarilla y a inspeccionar. No solo intervienen en homicidios, también en casos de agresión sexual, muertes sospechosas que pueden acabar resultando un suicidio, ataques con arma blanca o de fuego… La clave es saber mirar, qué mirar y dónde hacerlo.

En 2024 intervinieron en 1.477 inspecciones, de las que 16 fueron en la escena de un homicidio. En febrero de 2023, Pilar Moreno desapareció de su piso en Carabanchel. Las sospechas se centraron en su vecina Marta Carretero. Muchos indicios apuntaban contra ella: una discusión previa por el pago de unas facturas, los posicionamientos del móvil, imágenes comprando lejía… Sin embargo, era necesaria una prueba física. Los investigadores sospechaban que el homicidio se había producido en la casa de la sospechosa. A la una de la tarde el teléfono del DEVI sonó.

El objetivo era buscar restos biológicos, aunque les advirtieron de que la casa apestaba a lejía. Los agentes de la policía científica constataron que la casa se había limpiado a conciencia, en esta caso sabían que la asesina sí había tenido algo más de tiempo para actuar. Cuando llegaron al baño, también impoluto, se colocaron de todas las formas posibles para encontrar lo que buscaban y, cuando estaban tirados en el suelo, allí aparecieron, ante sus ojos, tres minúsculas gotas de sangre al lado del inodoro. Pertenecían a la víctima. El crimen se había producido en ese punto. El luminol reveló también restregones de restos humanos en el suelo.

La policía científica comenzó a inspeccionar escenas en los años veinte. Hasta los setenta su principal tarea fue encontrar y revelar huellas. Desde los ochenta se incorporaron los estudios de balística y trayectoria de disparos. La llegada del análisis del ADN a partir de los 90 supuso la gran revolución. Ahora, pueden recoger casi de todo: fluidos corporales, sangre, fibras, pelos, pinturas, residuos de disparo, sustancias estupefacientes, tierras y flora.

“Cuando estamos en una inspección, nos inhibimos de todo y de todos, y nos da igual la identidad de la víctima, son todos iguales, un crimen mediático que el de alguien anónimo. Cuando llegamos a un sitio, el reloj se para para nosotros”, sentencia una de las agentes de la brigada. Eso es lo que sucedió el 28 de diciembre de 2021. Un vecino de Parla se asomó al bar La Espuela, extrañado al ver la verja medio abierta. Dentro, halló los cuerpos sin vida de su dueño y otro cliente. Todo el local estaba lleno de sangre, con todos los botellines por el suelo, sillas amontonadas… Era obvio que los hombres habían sido asesinados, pero el estudio del entorno de las víctimas no arrojó ninguna pista sobre quién podría haber querido acabar con tanta furia con ellos.

En medio de ese caos se sumergieron los agentes con sus monos y mascarillas y escudriñaron cada esquina del establecimiento en busca de pruebas que llevaran al autor, desde por la tarde y hasta bien entrada la madrugada. Los ojos de los agentes repararon en un juego de llaves en medio de un charco de sangre. Podían pertenecer al autor. Pero, además, hubo un detalle que no pasó desapercibido al objetivo de su cámara. Las llaves no solo estaban sobre un charco de sangre, sino que también tenían gotas encima.

Eso solo podía significar que estaban ahí en el momento en el que seguían cayendo restos desde arriba. Esas llaves llevaron hasta un taxi cercano: el que conducía el hombre que finalmente fue condenado por los hechos. Cuando se le detuvo, los policías hallaron más restos biológicos de las víctimas bajo sus uñas, a pesar de que se había duchado. Estas pruebas fueron incontestables.

La Espuela bar Parla

El 29 de octubre de 2021, un ciudadano estadounidense denunció la desaparición de su marido en Madrid. Tras un día de gestiones, logró que los empleados del hotel Palace, donde su esposo se alojaba, accedieran a su habitación, acompañados de la policía. El cuerpo sin vida de José Rosado yacía en la cama. No tenía signos de violencia, pero se trataba de una muerte que dejaba muchos interrogantes. Los investigadores de homicidios descubrieron que la víctima había entrado acompañada de dos hombres, que salieron solos de su habitación una hora después.

La autopsia fue definitiva para investigar el caso como un homicidio: el cuerpo del fallecido arrojaba unos niveles de alcohol y drogas que era casi imposible que hubiera ingerido por sí mismo. La clave estaba dentro de esa habitación, la 541. La inspección técnico policial se prolongó desde las nueve y media de la noche hasta la una y media de la madrugada.

Los agentes no solo obtuvieron GHB, la droga que acabó con la vida de Rosado, sino que también descubrieron unas huellas en una botella y copas de vino que resultaron fundamentales para identificar a esos rostros sin nombre que habían entrado a la estancia, dejando a un hombre muerto. Y resultaron importantísimas, porque esas huellas ya habían sido localizadas y clasificadas en una caja situada en un escenario anterior, el de una sumisión química a otro hombre meses antes. Los dos autores fueron condenados por homicidio.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.
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