Matar y morir a los 18 años: “Lo que me molestaba era que ella fuera feliz y yo no”
El acusado de acabar con la vida de la joven Cristina Romero reconoce que la apuñaló hasta 42 veces, meses después de dejar de ser pareja, porque quería que sufriera como él


El miedo a los 15 ó 16 años puede calar como una lluvia fina, empapar silenciosamente sin que nadie se dé cuenta, traspasar cubierto de vergüenzas inconfesables y llegar hasta los huesos. Si algo quedó claro este martes en el juicio con jurado que se sigue en la Audiencia Provincial de Madrid por la violenta muerte de Cristina Romero, asesinada a los 18 años tras recibir 42 puñaladas de su exnovio el 30 de junio de 2022, es que ella vivió su primera relación sentimental llena de miedos que no fue capaz de compartir.
Había conocido a Raúl Mateos Otero a los 15 años, en un instituto de Parla. Él tenía su misma edad, iba a la otra clase pero tenían amigos comunes. Vivían su primer amor. Duró dos años y cuatro meses. Comenzaron a salir en abril de 2019 y se dejaron definitivamente en agosto de 2021. Nueve meses después, él la cosía a puñadas una tarde de verano en un parque, al lado de su casa. “Lo hice porque me molestaba que ella fuera feliz y yo no, no porque estuviera con otro”, confesaba Raúl en una sala consternada con su testimonio.
La Fiscalía, el abogado de la Comunidad de Madrid y el de la familia solicitan 25, 27 y 33 años de cárcel, respectivamente, por considerar que se trata de un asesinato con alevosía y con el agravante de violencia de género. Por su parte, la defensa, representada por Alberto Holgado, pide 14 años de prisión por entender que los hechos responden al tipo penal de homicidio y que no hubo premeditación.
Raúl le pareció inicialmente “un chico perfecto” a la madre de Cristina, contaba este martes descompuesta, recordando que llevaba a su hija y a él todos los días en coche al instituto. Sus amigos cercanos aseguraron también que, al principio, les veían como “una relación ejemplar”. Nadie supo, hasta quizá demasiado tarde, todo lo que Cristina no se atrevía a contar. “Puede que para que la cosa no empeorara o porque le daba vergüenza”, reflexionaban ayer sus amigos a la salida de la segunda jornada del juicio.
Sin embargo, hubo cosas que ocurrieron a la vista de otros: “Una agresión en un viaje de fin de curso en Mallorca”, “otra en casa de una amiga”..., recordaban sus compañeros. Poco a poco los miedos fueron saliendo. Miedo a las agresivas reacciones de Raúl en privado si las cosas no eran o no salían como él quería. Miedo a sus insultos (“puta”, “zorra”) si no satisfacía sus deseos. Miedo a sus constantes comentarios para hacerla de menos. Miedo a no contestarle un mensaje de WhatsApp. Miedo a sus golpes en la pared y a sus agresiones físicas (bofetadas) si no accedía a tener sexo con él cuando le apetecía. Miedo a que la violara. Miedo a que llegara a suicidarse, como amenazaba con hacer cuando se peleaban y lo dejaban... Miedo.
“La primera vez me dejó ella y volvimos a la semana; la segunda vez, la última, la dejé yo, porque nuestra relación era muy tóxica”, relataba este martes Raúl Mateos, que quiso responder a las preguntas de todas las partes. “Después de los hechos, analizando lo sucedido, me di cuenta de que la culpa era mía, porque le faltaba el respeto, la insultaba, daba golpes, discutíamos mucho y ella sabía mantener las formas y yo no”, asumió el acusado ante las preguntas del abogado de la familia, Wilfredo Jurado. “O sea, que el tóxico era usted”, concluyó el letrado con el asentimiento del acusado.
Cristina, una niña querida por sus amigos y que siempre había sacado buenas notas, empezó a ir mal en los estudios y llegó a repetir un curso del Bachillerato a lo largo de los más de dos años que duró su relación con Raúl. El progresivo fracaso escolar alertó a sus padres, que comenzaron a preguntar, hasta identificar el foco del problema. Cuando quisieron darse cuenta, Cristina no se gustaba, “perdió la autoestima y desarrolló un enorme complejo”, relataba su padre, médico de profesión. Con 18 años, aterrada por tanto malestar, volvió a dormir en la cama con su madre durante meses, contó esta.
La ruptura condujo a Raúl y a Cristina al psicólogo. A ella para recuperar su autoestima y su vida. A él, para aprender a gestionar su frustración y sus emociones. Cristina despegó. Rehizo su vida. Se echó otro novio. Comenzó a sentirse bien, a ser feliz, y a atreverse a contar públicamente algunos de los malos tratos que había soportado. Incluso lo hizo en las redes sociales: “Cosas que mi exnovio me dijo y que jamás olvidaré: no has querido follar conmigo, puta, zorra”, recordaba su madre que puso en Tik-Tok.
Raúl asegura que entró en una depresión, una enfermedad que le atenazaba desde los 12 años y que tenía pensamientos suicidas, contó este martes. “Culpaba a Cristina de mi estado, de que me hubiese faltado una milésima para entrar en la carrera de Medicina porque ella había interferido en mi estudio, de romper las relaciones con mis amigos; a mí siempre me ha costado mucho hacer amigos, siempre he sido muy introvertido”, se explicaba. Durante meses la espió por las redes sociales, incluso estando bloqueado por ella “accedía a su perfil de Instagram usando las cuentas de su madre, de su padre o de su hermano pequeño”, aseguraron los padres y amigos de Cristina. La vigilaba. “Yo creía que publicaba esas cosas para hacerme daño, me obsesioné, y fantaseaba con castigarla por ello, quería que sufriera como yo”, reconoció el acusado en una sala conmocionada.
“Denúnciale”
Merodeó su casa en varias ocasiones. Le identificaron tanto la madre de Cristina como algunos vecinos. Según él, se acercaba porque necesitaba hablar con ella y preguntarle por qué se comportaba así con él. “Estaba emparanoiado con que todos me rechazaban, sentía miradas de desprecio, pensaba que me podían atacar, y empecé a ir siempre armado con una navaja que encontré por casa”, prosiguió Raúl.
“Una semana antes de que atacara a mi hija, lo vi al lado de casa. Él no tenía por qué estar ahí, no era su zona de paso”, recordaba su madre. “Se lo dije a mi hija, muchas veces le dijimos su padre y yo: denúnciale, denuncia. Pero ella no quería y ya era mayor de edad”, se lamentaba la mujer, destrozada. Cristina dejó de ir sola a ninguna parte. “Siempre iba con su novio, con amigos o con nosotros o con su hermano”, recordaba su padre. Aquella tarde del 30 de junio de 2022 tuvo una discusión tonta con su hermano y este no la acompañó a sacar al perro. Hasta hoy sufre por ello.
Raúl salió aquel 30 de junio de su cita con la psicóloga en el centro de salud de Parla “desesperado”, “pensando que ni con ayuda iba a salir de la depresión”, contaba este martes. La doctora le había recomendado empezar a tomar antidepresivos. Él se negó. Pasó por su casa para comer algo y, después, hacia las 16.00, se dirigió al parque próximo a la casa de Cristina, a menos de 800 metros de la suya, con la intención de pillarla sacando a su perro. Él sabía que lo solía sacar sobre esa hora. La esperó sentado en un banco “media hora”, estimó. Y cuando la vio venir se acercó a ella.
Según su relato, cruzaron un par de frases en las que él le advirtió de que si no hablaba con él la iba a matar. Le enseñó la navaja. Ella se asustó y, en el momento en que levantó un brazo para pedir ayuda a un coche que pasaba, Raúl le asestó la primera puñalada en el cuello. Le siguieron otras 41.
Cristina fue asistida por unas vecinas: “Coge al perro, ha sido mi exnovio, no quiero morir”, le dijo a la mujer que acudió a socorrerla y taponó la herida del cuello por la que se desangraba con su propia camiseta. Le dio tiempo a decirle también que avisaran a su padre que era médico y el número de chalet en el que vivían. “Estoy bien”, recordaba su padre entre sollozos que le dijo su hija cuando llegó hasta el lugar.
Cristina Romero falleció al día siguiente de la brutal agresión en el Hospital 12 de Octubre. Le faltaban tres días para cumplir los 19 años. Raúl fue perseguido por una conductora que presenció el ataque y que avisó a la policía de su ubicación para que lo detuvieran. Lleva en prisión desde entonces y toma antidepresivos. Su madre, tiempo después, se suicidó.
El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia machista, a sus familias y a su entorno las 24 horas del día, todos los días del año, en 53 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.esy por WhatsApp en el número 600 000 016. Los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.
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