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vermú y verbena
Columna
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A favor de Madrid

Dicen que en esta ciudad ya no se puede vivir. Deberían preguntarnos a los tres millones y medio de personas que lo hacemos cómo lo hemos conseguido

Una de las calles de la colonia del Manzanares.
Enrique Alpañés

Hace unas semanas me mudé. No supe gestionar bien los tiempos, así que durante unas semanas me vi sin un lugar donde dormir. Hice entonces lo que he hecho siempre que vienen mal dadas. Cuando perdí un trabajo, cuando perdí un amor, cuando me perdí a mí mismo… Volví a casa de mis padres. Es esta la casilla de salida desde donde planear un reseteo vital. Un lugar donde puedes sentirte vulnerable y protegido porque, total, te van a tratar como un crío, hagas lo que hagas. Fue entonces, tras pasar unos días en el barrio (por mucho que me haya mudado, San Antonio de la Florida siempre será mi barrio) cuando me di cuenta.

Dicen que si vienes a Madrid eres de Madrid, y entiendo la idea que encierra esta frase, pero me van a permitir discrepar. Hay un Madrid que mucha gente que se ha mudado aquí siendo adulto, no conoce. Porque al crecer en una ciudad, las esquinas se llenan de recuerdos, el mapa urbano se convierte en un palimpsesto. Hay mucha épica alrededor del ‘volver’, pero es aún mejor no tener que hacerlo. No marcharse. Recorrer de adulto las calles donde jugaste de niño. Mantener el contacto con la gente que te ha visto crecer, aquellos para quienes tu identidad tiene un contexto.

En mi barrio, como en muchos barrios madrileños, la vida transcurre lenta, un par de marchas por debajo de lo normal. Los vecinos siempre saludan, como los asesinos del telenoticias. La gente pasea tranquila por los parques y en las tiendas no hay una caja de autopago, sino un tendero amable que da conversación. Aquí hay muchos árboles y pocos turistas. Las vecinas no te preguntan de quién eres porque ya lo saben. Las quedadas con amigos se organizan sin más preámbulos que un timbrazo al telefonillo, o se improvisan al cruzártelos por la calle. Son barrios tan de la periferia que se encuentran a millones de kilómetros de lo que representa la Puerta del Sol. Del Madrid que refleja muchas veces la prensa. Lo decía Aida dos Santos y lo recordaba hace poco un precioso reportaje de SModa: las personas que viven en el centro no necesitan desplazarse a las periferias, y, por tanto, las desconocen. No son siquiera un recurso narrativo.

Y es lo que pasa con esta ciudad. Que se cuenta desde el centro sin pensar en los márgenes. Que la corte ha fagocitado a la villa y el Madrid de los políticos ha eclipsado al de las vecinas. Escucho en los últimos meses, con machacona insistencia, una crítica desproporcionada a Madrid. Se describe como una megápolis ultracapitalista y agresiva. Gotham parecería un pueblecito de la campiña francesa comparado con lo de esta ciudad. Dicen que en Madrid ya no se puede vivir. Deberían preguntarnos a los tres millones y medio de personas que lo hacemos cómo lo hemos conseguido.

Y no es que esta ciudad no tenga problemas: los atascos, el sobreturismo, la especulación inmobiliaria, la corrupción de un partido enquistado en el poder desde hace décadas... Lo que me molesta es que se describan como algo de un castizo endémico, más madrileño que los zarajos. Comprendo los mecanismos subyacentes. Entiendo que la ciudad se asocia a sus gobernantes, y que Isabel Díaz Ayuso ha sabido sacar rédito de ello, intentando monopolizar la idea de lo madrileño.

Pero no comprendo por qué tenemos que comprarle el relato. Ya les regalamos la noción de España, ahora parece que les estemos cediendo la idea de Madrid. No sé qué será lo próximo. ¿Salir a la calle con unos grilletes gritando “abajo la libertad”?

Lo que quiero decir con esto es que Madrid también es barrio y refugio. Que es diversa, cambiante, y tan inmensa que no puede reducirse a una bandera política. Madrid tiene malos gestores, pero no es una mala ciudad. No recuerdo donde leí que si solo te gusta una ciudad cuando gobiernan los tuyos no te gusta la ciudad, te gustan los tuyos. Y a mí me encanta Madrid.

Puede que mi visión también esté sesgada. Sé que hasta los fracasos propios suelen verse con mejores ojos que los triunfos ajenos. Que la ciudad donde vives es un poco parte de tu familia, y por eso tienes ese extraño sentimiento de que la única crítica legítima es la tuya. Pero echo de menos a narradores más amables, que vean esta ciudad que existe, a pesar de Almeida y de Ayuso. A escritores que glosen a sus gentes, como hizo Almudena Grandes. A directores que reflejen la modernidad de su juventud, como hizo Almodóvar. Y a periodistas que se acuerden de que hay Madrid más allá de la M30.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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